La llegada al aeropuerto de Argel me ha devuelto a la realidad de todos esos detalles del d�a a d�a que hace que nunca te puedas sentir identificado con el pa�s en el que vives y que sean tantos los argelinos que tampoco lo hacen. As�, la primera imagen que se recibe es la de los empleados del aeropuerto habl�ndose a gritos, como si se estuvieran pegando, la gente que no desea guardar cola para el control de pasaportes y los momentos de tensi�n que todo ello ocasiona.
Luego, he visto la otra cara de Argelia, la agradable. Con la mayor de las gentilezas me han llevado desde el aeropuerto hasta mi casa, cuando yo ya hab�a quedado con un taxista ilegal, de los llamados popularmente ?clandestin?, que no s�lo hab�a negociado conmigo el precio, sino que tambi�n pretend�a hacer negocio cambi�ndome euros por dinares a un tipo de cambio mejor que el del banco, pero peor que el habitual en el mercado negro.
Luego, al llegar a mi edificio, todo han sido recibimientos con signos de alegr�a. Unos j�venes a los que yo no conoc�a de nada, pero que deben vivir en el edificio contiguo al m�o, me han dicho que, como necesitaba ayuda para subir las maletas, ellos se encargaban; y de repente me he visto rodeado de tres simp�ticos argelinos que me han colocado todo mi equipaje en la puerta de mi casa, en un cuarto piso sin ascensor. Lo han hecho sin preguntarme d�nde vivo, lo que me ha servido una vez para comprobar que ellos saben de mi mucho mas que yo de ellos. M�s tarde, al bajar de nuevo a la calle, otros vecinos me han contado c�mo han cuidado de mi coche en estos veinticinco d�as y las veces que me han echado de menos. He podido hablar con otro amigo argelino que me ofrec�a salir esa noche juntos a celebrar el A�o 2008, pero le he convencido para dejarlo para otro d�a.
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