domingo, 7 de febrero de 2010

La parabólica

Después de dos años, siete meses y trece días en Argelia, por fin cuento en casa con antena parabólica para ver la televisión. En realidad tenía casi todos los ingredientes, televisor y parabólicas, pero como no soy nada teleadicto, ni me había preocupado de que el sistema funcionara.

Quienes han leído el blog recordarán lo que me sucedió hace unos meses con el televisor. La mujer de la limpieza, muy espabilada ella, no tuvo mejor ocurrencia que quedarse a dormir en mi casa cuando yo estaba fuera, encender una vela, colocarla encima del televisor y dormirse. Quien no lo leyó en su momento, puede buscarlo bajo el título “Pero qué tonta”, si no recuerdo mal.

El caso es que mi empleada doméstica, pese al impresionante boquete en el televisor y el interior que parecía el producto de una fisión nuclear, me aseguró que eso “se reparaba”, con toda la cara del mundo. Le respondí que era cosa suya el repararlo y desde entonces me fue dando largas frente a la evidencia de que aquello no tenía solución. Primero fue que el ascensor estaba estropeado para bajar el ascensor, luego que llegó el Ramadán, después que tenía que venir con alguien que le ayudara… Me acabé enfadando y le dije que si para determinada fecha el televisor no estaba reparado que no volviera a mi casa. Un día hice efectiva la amenaza y el comuniqué que era su última jornada de trabajo, puesto que no había arreglado el televisor, que seguía instalado en el salón como monumento a las fallas, para hilaridad de mis visitas, que difícilmente podían evitar la carcajada, pese a mi cara de pocos amigos, ante el espectáculo de un televisor quemado con una vela.

No he contado que la mujer de la limpieza me fue “sugerida” por el propietario de mi casa, que tenía especial interés en que la contratara. Él es un señor de más de sesenta años, casado, y ella una chica joven de veintitantos. Me insistió en que la conocía bien, que era una buena chica, bastante liberal y tolerante en sus costumbres. Según su definición, casi cristiana, una forma de dar a entender el poco apego a las tradiciones del Islam, pero que a mí me saca de quicio, porque cuando lo dicen dan a entender que los no musulmanes somos poco menos que unos depravados. Me pidió, eso sí, que no dijese a nadie que él me la había recomendado. Me consta que se ven habitualmente, que lo que le cuento al propietario llega a oídos de la mujer de la limpieza; y viceversa. A partir de ahí, cada cual puede sacar sus conclusiones sobre el grado de intimidad de su relación de amistad. Yo hace tiempo que saqué las mías. Siempre he supuesto que venir un día a la semana a mi casa, hecho que siempre se puede comprobar, es una buena excusa para faltar alguna vez más de su domicilio familiar. Por eso, cuando le dije que era su último día de trabajo me imaginaba que iba a suceder lo que realmente sucedió: le llamó al propietario, hablaron en lengua kabil y antes de que se fuera me telefoneó mi propietario para decirme que él se ocupaba. Yo insistí, esa chica no entraba más en mi casa hasta que no tuviera la tele arreglada. Y él me reconoció que el televisor no tenía solución, pero que en dos días me traería uno nuevo. Dicho y hecho, el fin de semana siguiente pudo venir a trabajar la mujer de la limpieza como si nada, porque el propietario me había traído un nuevo televisor de 55 centímetros (en Argelia no se miden los televisores en pulgadas, como incomprensiblemente se hace en España). Y ellos podrán seguir jugando en secreto su partida de mus, si es que es la afición al juego lo que les une.

Volviendo a mi nuevo televisor, ha permanecido varios meses metido en su caja, sin abrir, hasta que me he decidido a hacerlo funcionar; o me han llevado de la oreja (la expresión no es mía) para que instalara de una vez por todas la televisión en casa. Después de llamar infinidad de veces a un técnico, de visitar a un vendedor de demoduladores, que me exigía la compra previa para enviarme el técnico a casa (igual pensaba que soy nuevo en Argelia, para caer en semejante trampa), de ir a ver a otro que primero me dijo que sí, luego que no, y acabó dándome el teléfono de un técnico, parece que di con una persona eficiente, que se presenta cinco minutos antes de la hora convenida y que trabaja incluso de noche. No es que sea muy espabilado, pero tampoco se trata de pedirle peras al olmo y, desde luego, de su trabajo entiende infinitamente más que yo, que es lo importante.

De las dos parabólicas que existían en mi casa he conseguido que funcione una. Para la segunda me ha tocado ir haciendo compras puntuales hasta que en la práctica la he comprado entera. Se trataba de conectarse a un satélite que debe llamarse algo así como Blue Bird. Al principio era lo que llaman la cabeza de la parabólica lo que no funcionaba; luego, un aparato de conexión; después, la propia parabólica que al parecer estaba demasiada oxidada; para cambiarla había que cambiar también el pie sobre el que se sustenta; al final, el cable que también estaba perforado. En definitiva, parabólica completa.

Ahora, mis visitantes que no estén especialmente interesados en mantener conversación conmigo tendrán la posibilidad de sugerir que encienda la tele y así dejar de escucharme. Es mi "parabóbica".

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