martes, 17 de noviembre de 2009

Hasta aquí

No lo puedo remediar, pero me fastidia mucho no poder escribir libremente lo que pienso y lo que me apetece dejar por escrito. Me ha vuelto a suceder hace menos de una hora.


El sábado pasado conté aquí cómo se había desarrollado la víspera nuestro enfrentamiento deportivo contra el equipo de fútbol de los antiguos jugadores del Mouloudia de Argel, casi todos ellos internacionales en su día con la selección de Argelia. También expliqué mi decepción ante la mala calidad de la comida que habíamos encargado en un hotel de cinco estrellas de la ciudad, para devolver el detalle que tuvieron en el partido anterior los argelinos, que nos invitaron a un mechuí, un cordero asado.

Me ha llamado un compañero de equipo para pedirme que retire el nombre del hotel del comentario, porque ha molestado a la persona a la que hacía referencia.

Lo cierto es que cuando escribo me trae sin cuidado si le molesta o no a alguien, máxime si luego no me lo dice directamente, que es como creo que se debe actuar. La persona que se ha molestado ha utilizado a otros, cuando lo tenía bien fácil y, además en este caso lo habría hecho de mil amores, por razones personales que él seguramente no recuerda, relacionadas con su pasado profesional. Aún así, he modificado el texto porque no quiero causar problemas a un amigo, que me lo ha pedido.

Escribo muchas veces sobre mis sentimientos, sin esconder nada. Si no lo hago sobre mi, menos aun lo puedo hacer sobre otros. Es evidente que no hice la referencia al hotel con mala intención, sino para expresar mi decepción ante una paella que no era tal, sino el típico arroz argelino. Parece que la respuesta no es llamar para lamentar que no pudieran ofrecernos lo prometido, una verdadera paella, sino intentar hacer callar al mensajero, que no se sepa. Tampoco sé si ha sido realmente así, porque, repito, a mí no se ha dirigido nadie más que mi amigo para pedirme que modificara el texto.

Yo sólo escribo en libertad. No necesito ser origen de conflictos o problemas, ni que me dirijan lo que puedo o no puedo escribir.

Cuando sienta que he recuperado mi libertad volveré al blog.

Sigue el pillaje

Siguen los actos de extrema violencia callejera en Argel contra todo lo que parece ser egipcio. En la tarde de este lunes han incendiado la sede de Egipt Air, a pocos metros de mi casa, en la plaza Audin. Era una multitud impresionante, que actuaba con la pasividad de la policía, que parece de esa forma manifestar implícitamente que los terroristas callejeros cuentan para sus actos con el beneplácito de las autoridades.


Una vez realizado el pillaje y la sede incendiada, han actuado para que el incendio no afectara al edificio. La gente lo festeja, nadie dice que se le cae la cara de vergüenza por todo eso y hasta quieren buscar excusas del tipo de que fueron los egipcios los que comenzaron. Como si la violencia pudiera tener un atenuante.

La gente habla de oídas, de lo que le han contado. Yo voy a explicar lo que personalmente he visto.
He sacado fotografías de tiendas saqueadas de la compañía telefónica Djezzy (la excusa popular para atacarle es que además el dueño no es un egipcio musulmán, sino un cristiano copto). También del restaurante egipcio que estaba enfrente del estadio de Hydra con los carteles destrozados. De la Embajada de Egipto con los emblemas tapados. De una agresión a alguien que dijo en francés que eso no está bien (y la policía a quince metros, mirando cómo le pegaban). Y de personas llevándose a sus casas lo que habían robado en las tiendas saqueadas, aunque la calidad de la mayoría de las fotos es muy mala. Las publicaré cuando todo haya pasado.

Anoche me ofrecieron tarjetas telefónicas del operador Djezzy a quinientos dinares. Había gente que tenía en su poder una gran cantidad de ellas, con asignación de número de teléfono. Son miles los móviles robados y toda la documentación en formato papel ha desaparecido en las tiendas saqueadas.

He sido testigo de intento de linchamiento de una persona a la que sacaron de su coche y empezaron a golpear porque al parecer era egipcio, o algo así, en el Chemin Sfindja, poco más arriba de la Embajada de Alemania en Argelia.

Todo eso está ocurriendo a escasos kilómetros de las fronteras españolas. Algunos de estos salvajes querrán algún día viajar a Europa y se sorprenderán de que se les limite el acceso mediante visados para evitar que esto mismo lo hagan dentro de nuestras fronteras.

La instrumentación política de la que me hice eco hace unos días ya ha comenzado. El presidente del país ha enviado a su hermano Said Buteflika como representante oficial a Sudan para un partido de fútbol que nunca debería celebrarse.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Terrorismo callejero

Es muy triste tener que escribir de madrugada lo que estoy viendo y viviendo. He querido ofrecer en este blog la imagen de un pueblo, el argelino, con sus problemas, como tantos otros, pero alejado de la imagen de nido de terroristas y de gentes violentas que sigue permaneciendo en el inconsciente de tantas gentes.

Sin embargo, un simple partido de fútbol basta para sacar a relucir lo peor de una gentuza que no representará, seguro, al pueblo argelino, pero sí al numeroso grupo de indeseables que el nacionalismo exacerbado de la sociedad argelina alimenta. No pretendo ofrecer con este comentario sobre adónde lleva el nacionalismo una lectura en clave vasca, de consumo interno, allá cada cual con sus conclusiones.

Todo ha comenzado por un partido de fútbol contra Egipto, previamente al cual se ha decretado en Argelia el “todo vale”. Vehículos circulando con sus pasajeros con el cuerpo fuera, haciendo eses, encendiendo bengalas, en contra de cualquier norma básica de circulación. Todo eso durante días y noches y en todos los lugares, delante de las fuerzas del orden, que parece que sólo intervienen si suponen que alguien está consumiendo alcohol. El resultado final del partido ha llevado a la necesidad de celebrar un partido de desempate este miércoles a las seis y media de la tarde en Jartum, Sudán.

Las situaciones violentas han sido muchas, en Argelia y fuera de Argelia. En Francia ha habido bastantes detenidos, argelinos, no egipcios. También los que se desplazaron a El Cairo participaron en actos violentos y contrarios al orden público, con el resultado de un argelino muerto.

La respuesta popular ha sido la propia de un pueblo salvaje e indigno de participar en acontecimientos deportivos. Los actos de terrorismo callejero se han sucedido en las últimas horas en las calles de Argel. Se ha atacado a ciudadanos egipcios y a negocios relacionados con Egipto. La sede de la compañía telefónica Djezzy ha sido tomada al asalto e incendiada. La sede de Egypt Air en la Place Audin de Argel también ha sido atacada. Varios egipcios han sido heridos en un restaurante al lado del Hotel Mercure. Me dicen, no lo he confirmado, que Orascom ha tenido que repatriar urgentemente a su personal en Argelia.

Escribo estas líneas desde un cibercafé de Argel, el Orange, en el que todos los ordenadores llevan una viñeta de dos argelino con los pantalones bajados y orinando sobre el escudo de Egipto. ¿Qué dirían si alguien hiciera eso sobre el símbolo de Argelia? A unos pocos metros, en la calle Didouche Mourad, un grupo de más de quinientas personas esta atacando una tienda relacionada de Djezzy, que ha saqueado completamente y ahora pretende incendiar. La policía, con más de un centenar de efectivos, está acomodada en las inmediaciones, con dos ambulancias y camiones de bomberos. Pero deja hacer como si tal cosa. He fotografiado a alguna persona que se llevaba a su casa lo que acababa de robar en la tienda. Lo he hecho con precauciones, porque si se revolvieran contra mi no espero tener ayuda policial para salir vivo del lugar. De todas formas, la foto que publico es la de El Watan sobre el saqueo de la sede de Djezzy.

En un país digno de ser considerado civilizado, las autoridades se sentirían avergonzadas y retirarían directamente a su equipo de las competiciones internacionales. Es lo que, por ejemplo, hicieron en su momento los ingleses. Pero no creo que las autoridades argelinas sean conscientes de que el terrorismo internacionalista practicado en su momento, más los años de guerra islamista, han calado en la sociedad que ahora tiene que erradicar el terrorismo callejero para dejar de ser la vergüenza del mundo.

Sé que a bastantes de los argelinos que leen el blog no les va a gustar mi comentario. Habrá incluso quien quiera decirme que los egipcios han sido peores, que ha empezado tal o cual, como si existiera forma de justificar o de atenuar la gravedad de estos hechos. Y como nada justifica el terrorismo, no voy a publicar ningún comentario que trate de justificar actitudes violentas. Porque, francamente, a mí es a quien no me gusta la violencia a la que estoy asistiendo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Los harragas

Ayer dejé a medias mi narración de la conversación nocturna que había mantenido con los jóvenes marginales de mi barrio.

Me contaron que no habían fumado drogas, que traficar con hachís está muy peligroso en Argelia, porque últimamente la policía y los jueces se están mostrando muy severos y la simple posesión de un poco de cannabis supone una condena que si no se tienen antecedentes penales se queda en unos días en la cárcel, pero de tener alguna causa pendiente la experiencia se convierte en una pesadilla. Ellos se colocan con pastillas que compran en las farmacias, de forma más o menos ilegal, que luego mezclan con alcohol. El resultado final, sinceramente, es bastante lamentable. Mis vecinos presentaban los síntomas típicos de una borrachera, pero con las pupilas muy dilatadas, la respiración agitada y dificultades para articular razonamientos.

Uno de ellos me ofreció dinero por conseguirle el pasaporte o el carnet de algún español. Me explicó que tiene ya el plan completo para irse a Europa, concretamente a Grecia, adonde llegará por vía marítima. Pero necesita algún papel para moverse desde Grecia hacia Europa occidental y que no le deporten inmediatamente, porque tiene miedo de que al embarcar como argelino en un vuelo con destino a Francia se den cuenta de que no tiene papeles.

La oferta que he contado no era una broma. Lo que no sé es si la historia de Grecia era cierta, porque con documentación falsa lo más fácil sería viajar por carretera a Túnez y desde allí volar a España en un avión repleto de turistas españoles que regresan. El nivel de desesperación de bastantes miles de argelinos les lleva a intentar huir a toda costa del país. El fenómeno de la patera se llama “harraga” y ha adquirido en los últimos meses una dimensión preocupante. Se ha hablado mucho de argelinos que han llegado de esa forma al Levante español y posteriormente no han sido expulsados, algo de lo que incluso la prensa se hizo eco hace unos meses. El efecto llamada es algo real y otras gentes han vuelto sus ojos hacia esa nueva posibilidad de viaje a España, en donde hay grupos sociales que se preocupan de ayudarte legalmente para que no te echen y que con el tiempo acabes residiendo legalmente. El resultado ya se ha visto en forma de pateras encalladas y víctimas de ese viaje a la tierra prometida de los pobres.

sábado, 14 de noviembre de 2009

2-0 y a seguir jugando

Para quienes siguen casi al minuto mis comentarios, adelantar que en esta tarde del sábado la ciudad de Argel estaba muerta. Todas las tiendas cerraron para las seis de la tarde, incluso las cafeterías y restaurantes. El motivo, para quien no lo sepa, el partido de fútbol de la selección argelina contra la egipcia, en el que incluso una derrota por la mínima le bastaba a la selección de Argelia para clasificarse para la fase final del Campeonato del Mundo, en Sudáfrica.

Como tantas otras veces, la realidad se ha mostrado muy cruel; con un gol egipcio en el minuto 95, cuando ya se iba a acabar el partido; que ha dejado la solución para un partido de desempate en Jartum, Sudan, el miércoles próximo. A las miles de personas que se aprestaban a celebrar el resultado durante toda la noche las ha dejado con dos palmos de narices. Soy tan cruel que me daba un poco de risa ver las caras largas de la gente en los minutos siguientes, con la mirada perdida. Iba yo por la calle acompañando a tres guapas españolas, que en cualquier otro momento habrían sido el centro de todas las miradas, y los peatones con los que nos cruzábamos mantenían la vista caída, perdida hacia el suelo.

El espíritu mediterráneo se ha acabado imponiendo y mientras escribo estas líneas se escuchan ya los primeros cánticos. Nos han regalado unos cuantos días más de animación; al menos hasta el miércoles.

Más fútbol

Ayer tuvimos partido de fútbol, la revancha del Argelia-España de hace tres semanas, que ya narré en el blog (se puede recordar pulsando aquí). Hay que decir varias cosas:

La primera, que no tuvimos necesidad de recurir a jugadores argelinos. Hasta el portero era uno de los nuestros (Sergio, que por cierto lo hizo de manera fenomenal).

La segunda, que además de ser más numerosos que la primera vez éramos mejores. O eran, porque lo de escribir se me da infinitamente mejor que lo de jugar, así que el que más desentona soy yo y trato de suplirlo con desenfado y buscando ser germen de buen ambiente, porque de lo que se trata es de pasarlo bien. No me parece que ninguno de mis compañeros y amigos tenga posibilidades de retirarse de la vida argelina para ganar millones en un club de campanillas, así que la principal finalidad es poder realizar un poco de deporte y disfrutarlo..

La tercera, que después les invitamos a ellos a una paella, de la que me sentí personalmente bastante decepcionado. Aquello no era una paella, sino un arroz argelino. Sé que es una manía mía, pero no me gusta fomentar la idea de que "eso", ese arroz en salsa, es comida española. Y que lo haga un hotel de cinco estrellas, de una cadena internacional como Accor, con una persona española al frente con la que se ha hablado previamente para servir algo hispano, de la que se espera que su paella no sea ese arroz caldoso, a mí me fastidia.

La nueva derrota, esta vez por cinco a dos, no nos va a desanimar y hasta nos ha surgido la posibilidad de jugar con una cierta asiduidad y contra otros equipos. En cuanto cojamos confianza, que se vayan preparando los profesionales.

No cuelgo fotos porque no las tengo. Pero si me las pasan intentaré dejar una muestra gráfica del evento.

Cuento lo del fútbol porque es la obsesión a estas horas de todos los argelinos. Falta bien poco para que esta tarde-noche juegue la selección argelina contra la de Egipto en El Cairo y la paranoia colectiva es absoluta. Como curiosidad está bien, me permite vivir una experiencia diferente, pero me dan pena. La violencia de la sociedad argelina se muestra incluso en las situaciones lúdicas y llevan ya varios días de gamberrismo, peleas, conducción peligrosa, situaciones violentas que causan en general temor entre los extranjeros.

Aves nocturnas

Los que me conocen bien saben que soy de poco dormir. Con unas cinco horas me es suficiente. Y, aunque pueda parecer que es poco, la verdad es que supone todo un logro de Morfeo si lo comparo con las poco más de tres horas que dormía hasta hace unos años.

Cuando vivía en mi anterior época de Argel en el edificio que albergaba a los empleados españoles de la Embajada, más de un vecino se desesperaba con mi hiperactividad nocturna. No es que yo sea especialmente escandaloso, dejando al margen mi manía de cantar y silbar mientras hago cualquier cosa, sino que el silencio de la noche magnifica todos los ruidos. Podía estar cocinando a las tres de la mañana, silbando cualquier canción, con media docena de vecinos acordándose de mi madre y otra media de mi padre, para aparecer tan feliz y contento a las siete y media de la mañana, camino del trabajo. Ya sé que alguno se preguntaba “¿pero es que este tío no duerme?” Y la respuesta era que sí, pero poco.

Durante el tiempo que he estado psíquicamente más afectado he dormido más horas y me levantaba cada día más cansado, amén de sin ninguna gana de ir al trabajo. Me acostaba hacia la medianoche y hasta que llegaba ese momento de ir a dormir lo que hacía era salir a la calle y hablar con unos y con otros. Ahora me acuesto hacia las dos de la mañana, pero no me quedo vagando por la calle. Tengo la suerte de contar con un compañero ocasional de piso, que vive en el mío hasta que se mude al suyo, lo que hace que no me sienta solo si me quedo en casa, simplemente leyendo; o al teclado, redactando textos como éste en el ordenador. Es algo puramente psicológico, porque puede estar dormido en su cuarto, lo que objetivamente no hace ninguna compañía, pero me es suficiente para que la casa no se me caiga encima.

Como la gente de bien no sale de casa en Argelia más allá de las ocho de la noche, sólo nos vemos a esas horas los golfos, desheredados y demás gentes de mal vivir. Me he hecho conocido, casi amigo de correrías, de buena parte del grupillo que pulula por mi barrio y que cualquiera definiría como malas compañías. Ya conté aquí cómo uno de ellos se pasó una temporada corta en la cárcel por homicidio, algún otro detenido por robo con violencia, uno que vende droga, otro que vive en la calle… Un cuadro bastante completo, que me recuerda aquellas novelas de la adolescencia de Martín Vigil, que reflejaban una juventud marginal que creo que en España felizmente ha desaparecido. Puede ser ese paralelismo literario el que me lleva a no tener ni pizca de miedo a mezclarme con ellos y que me vean como un extranjero de lo más raro, que les trata como personas, bromea con ellos y les da consejos.

La otra noche, tras hacer una compra bastante grande en el hipermercado UNO, dejé a mi compañero de apartamento en la puerta de casa con la casi media tienda que nos habíamos comprado y me fui a buscar un lugar donde aparcar el coche. No me resultó fácil, por mor del camión de la basura, al que cuando se tiene la mala suerte de encontrárselo delante hay que seguir, a su ritmo, por una calle larga y angosta. Tras aparcar el coche me dispuse a subir las escaleras que dan a mi parte de la calle y me encontré con dos de estos “amigos de la noche”, en un estado bastante lamentable. Me llamaron insistentemente, decían que tenían ganas de hablar conmigo, porque últimamente me veían siempre acompañado y no me podían abordar. Finalmente accedí, aunque no me apetecía demasiado compartir una escalera, por la que de vez en cuando se pasea una rata tamaño gato, con dos individuos drogados que a duras penas son capaces de mantener una conversación coherente. En condiciones normales entienden bien el francés, pero no saben hablarlo; se dirigen a mí en una rara mezcla que generalmente comprendo. Pero cuando han consumido drogas su cerebro no da para tanto, sólo les sale el árabe y tengo que repetirles en francés lo que he entendido, para confirmar si efectivamente estamos hablando de lo mismo.

Esa noche que estoy contando estaban especialmente dicharacheros y me permitieron aprender mucho de su submundo, sus vidas, sus anhelos. A ver si lo cuento aquí mañana.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Por razón de sexo

En mi entrada del otro día titulada “Flor de Primavera” hubo una lectora, Edel, que dejó un comentario muy acertado, en el que realmente no había caído. Contaba yo, recuerdo, cómo había recibido varios mensajes de móvil procedentes de un mismo número de teléfono para mí desconocido, supuestamente enviados por una admiradora secreta, hasta el día que me que me dice que soy su flor de primavera y su princesa. La reflexión de mi amiga era a propósito de la insistencia de esa persona para mandarme a lo largo del tiempo mensajes de amor, pese a que nunca le había respondido.

Es evidente que Edel es mujer y probablemente víctima alguna vez en su vida de un pelmazo que no sabe lo que es un no como respuesta. Porque si fuera hombre no interpretaría, además, que no decir nada significa que no; ese lenguaje subliminal, de tener que adivinar lo que quiero decirte, pero que en realidad no te digo, es femenino. Y lo es tanto en Argelia como en España.

Si ya es difícil que los hombres entendamos ese lenguaje sutil, porque nosotros decimos las cosas mucho más claramente, los que he denominado unas líneas más arriba “pelmazos” no suelen entender ni siquiera el rechazo expreso. A mí me resulta personalmente muy violenta la situación tan común en las calles de Argel de una chica perseguida, o acosada, por algún tipo impresentable que insiste durante un buen rato en caminar a su lado para decirle algo que no llego a escuchar, pero que imagino. Ellas suelen salir de la situación haciendo oídos sordos y continuando su marcha y en una única ocasión he tenido que intervenir para poner fin a la situación de acoso. Fue hace ya tiempo, en la playa de Zeralda, y no tuvo mayor importancia.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Cosas que a uno le cuentan

- Me cuentan que en algunos sectores de la seguridad argelina existe verdadera preocupación por evitar atentados contra los intereses suizos en Argelia. Al parecer, dentro de unos días se votará en Suiza en referéndum un proyecto de ley para prohibir los minaretes en las mezquitas y se sospecha que puede ser aprovechado para dañar las relaciones entre ambos países. Me dicen que el mismo presidente Bouteflika tiene residencia en Suiza y que se ha tratado de evitar que la prensa publique noticias sobre ese referéndum.

- Me dicen que esa censura abarca a las informaciones relativas a un disidente tunecino, Tawfik Ben Brick, que está encarcelado en el país vecino.

- Me cuentan que la información sobre la gripe porcina no está censurada, más allá de evitar ese nombre y denominarla A/H1N1 o gripe no estacional.

- También me cuentan que por primera vez las autoridades públicas se preocupan por la violencia en los estadios. No descartan que, si los seguidores del equipo nacional argelino que se desplacen con el equipo a Egipto cometieran desmanes, la sanción de la FIFA sería darles el partido por perdido por tres goles a cero, dejando a la selección fuera de la fase final del Campeonato del Mundo de Sudáfrica 2010.

- Siguiendo con el fútbol, me comentaban otra cosa: cómo se barajaba la posibilidad de aprovechar el acontecimiento para lanzar públicamente la imagen del hermano pequeño del presidente, Said Bouteflika.

- Me siguen contando que a las autoridades económicas argelinas les preocupa que Rusia ha conseguido luz verde al proyecto de nuevo gaseoducto que evita el paso por Ucrania, incrementando las posibilidades de suministro a varios países europeos. Hay quien recuerda que la agresiva política diplomática por la menor dependencia del gas argelino de España en los últimos años, con mayores compras a un país del tercer mundo, ha dado sus frutos y que ésa es la línea a seguir.

- Y en política económica, parece que ha sentado muy mal que Marruecos, como Egipto y Sudáfrica, haya recibido un préstamo para desarrollar las energías renovables como medio de lucha contra el cambio climático.

- Me cuentan más cosas, como que a algún alto cargo argelino se le ocurrió ofrecer la mediación argelina en el tema de un barco español secuestrado por piratas en las costas somalíes.

- Y para acabar, parece que se baraja la fecha del 12 de diciembre para anunciar una subida del 25% de todos los sueldos en Argelia.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Otoño templado

No se da cuenta uno en Argelia de cómo avanza el invierno hasta que sale del país. Me sucedió en años pasados con motivo de las Navidades, que asociamos a la nieve, el frío y un ambiente especial en las calles. Nada de todo eso se da en Argelia, de manera que viaja uno la víspera de Nochebuena a pasar las fiestas en casa y precisa de una adaptación rápida, porque el resto de la familia lleva una temporada viviendo entre iluminación navideña, villancicos, compras, lotería de Navidad y la bufanda alrededor del cuello.

Cuando salí de Argel para pasar unos pocos días en Holanda teníamos más de veinte grados de temperatura. Todavía no había encendido la calefacción de mi casa, aunque llevaba unas semanas durmiendo con un edredón. Llegué todo feliz a Rótterdam y no había forma de estar en la calle después de las seis de la tarde. Escribo esto desde el aeropuerto de Schiphol, en Ámsterdam, esperando al avión de regreso a Argel. Y en la calle hay seis grados centígrados. Es lo normal en esta época del año, aunque entre la lluvia y el viento de frío es mayor. Pero recuerdo que una semana antes, en Argel, estaba hablando con unos amigos de ir a la playa.

martes, 10 de noviembre de 2009

Bélgica en autocar

Creo que todos tenemos la imagen de que Holanda es un país muy pequeño, en el que la distancias son mínimas. Y que Bélgica es otro tanto, de modo que viajar entre ambos países es cosa de pocos minutos.

Con esa idea en la cabeza, incluí dentro de mis vacaciones holandesas una jornada en Bélgica. Se trataba de volver a visitar Brujas, dormir allí y al día siguiente regresar a Ámsterdam, todo ello en tren. Todo perfecto sobre el papel, horarios de trenes confirmados, hoteles reservados, hasta la forma de llegar a cada hotel desde la estación ferroviaria. Sin embargo, surgió lo inesperado, en forma de huelga de los trenes belgas, sin establecer eso que llamamos servicios mínimos.

La gente parece no conocer en Holanda el servicio de autobuses y se mueve sólo en tren. Debe tratarse de razones de comodidad, porque en cuestión de precios no hay color, como contaré más tarde. Así que la decisión de muchos de ellos fue simplemente evitar el viajar a Bélgica, sin buscar medio de transporte alternativo. Lo que yo también tenía que haber hecho en buena lógica, con lo complicado que estaba moverse en medio de una huelga, era olvidarme del viaje a Bélgica, perdiendo la reserva de hotel y seguir en Holanda. Pero no hice nada de eso. Gracias a haber madrugado bastante, a mucho preguntar y a tener más moral que el Alcoyano, acabé en un autobús con destino a Londres, del que me bajé en una parada que hizo en Bruselas. Allí parecía no haber forma de seguir el viaje, de modo que tocó una visita turística por la ciudad en autobús urbano para acabar en un pueblo cercano y de ahí a Gante, la ciudad natal de Carlos V. Luego, más de dos horas en un cuarto autocar para llegar a Brujas por la noche, doce horas después de dejar el hotel holandés.

Lo más divertido ha sido descubrir que ir desde Holanda al resto del mundo en autocar es muy barato. A Bruselas costó sólo 16 euros y había ofertas que anunciaban viajes a París por muy poco más. Luego, en Bélgica, la tarjeta para moverse durante una jornada en autobús por todo Flandes, sin límite de utilización, cuesta 5 euros. Así que por 21 euros se llega a cualquier punto de Bélgica. En cambio, el tren es sensiblemente más caro y el viaje de regreso de Brujas a Ámsterdam, con la huelga ya terminada, salió por casi 45 euros. Y, eso sí, menos de cuatro horas de puerta a puerta.

Como me encanta viajar, no puedo decir que lo haya pasado mal con una experiencia que me ha ayudado a recorrer en tiempo record medio Flandes, hablar con infinidad de gente y, por supuesto, alimentarme como tantos belgas a base de patatas fritas con salsas de lo más originales. He comprobado también que la gente sigue siendo, en general, igual de antipática que la última vez que visité el país. Lo noto más porque soy de un país en el que normalmente nos esforzamos por facilitar las cosas al turista. Y vivo en otro, Argelia, donde los ciudadanos son especialmente acogedores. La gente se esfuerza en Argelia por comunicarse en francés con el extranjero, aunque sólo conozca unas pocas palabras. En la zona flamenca de Bélgica es mejor hablar en inglés que en francés, porque el trato que se recibe como francófono es bastante malo.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Buffet holandés

Y yo que me quejaba de la calidad de la hostelería argelina…

Cuando llegué al hotel de Rotterdam me asignaron una habitación del segundo piso, en un edificio anexo para el que había que salir a la calle. Era una especie de motel, con entrada a las habitaciones desde un corredor exterior. Como no encontraba el ascensor, regresé a recepción:

- Perdone, no encuentro el ascensor.
- No tenemos ascensor.
- ¿Tengo que subir al segundo piso con la maleta por las escaleras?
- Sí, claro.
- ¿Y no tiene alguna habitación en el primer piso?
- Las habitaciones del primer piso son de dos camas. Las camas grandes están en el segundo.

Subí al segundo piso por una escalera prefabricada de peldaños muy estrechos, entré en la habitación y descubrí que tenía dos camas de 80 centímetros cada una. Pensé que había entendido al revés la explicación, hasta que al cabo de dos días he descubierto que la habitación contigua a la mía sí que es de una cama de las llamadas comúnmente de matrimonio.

Pregunté por algún sitio donde cenar y me respondieron que no había nada en una buena distancia a la redonda, que lo mejor era cenar en el restaurante del hotel. Pero inmediatamente me avisaron de que la hora de la cena ya había pasado y que tratarían de hacerme algo. Me sacaron una carta en holandés, o al menos me lo pareció, porque sin gafas no llegaba a distinguir nada. Así que me aventuré a preguntar qué había como pescado. Enseguida salio la cocinera, de nombre Victoria, hablándome en portugués, porque es natural de Cabo Verde. Muy simpática, me solucionó el tema con rapidez.

Después de cenar, viendo que no eran ni las diez de la noche, pregunté por algún sitio al que ir.

- ¿Andando o quiere pedir un taxi?
- Quiero dar una vuelta por los alrededores, a algún sitio de interés.
- Aquí cerca no hay nada de interés. Déjelo para mañana.
- Pero aún son las nueve. ¿Hacia qué dirección puedo caminar?
- Por aquí lo más bonito es ir a pasear por el bosque. Pero de noche no se lo aconsejo.
- ¿Hay ladrones?
- Se puede perder. O caerse al agua.

La amenaza funcionó y me tocó una sesión de dos horas de zapping por las diferentes cadenas de televisión en flamenco sintonizadas en el televisor de mi habitación. Luego me escribí el comentario anterior para el blog y me acosté. A la mañana siguiente descubrí que a dos kilómetros tengo un centro comercial y que en dirección sur hay casas, el centro para esquiar que he comentado en la entrada anterior y una especie de pub irlandés, si bien es verdad que cuando lo he visto estaba cerrado.

El primer desayuno fue más desastroso que la cena. Acababa de desayunar un grupo y no había ni una mesa limpia. Tuve que actuar a la argelina, limpiarme yo una. Pero tampoco había nada en el buffet supuestamente libre. Aquel era un buffet libre, pero libre de comida, porque las fuentes estaban vacías. Quedaba zumo de naranja, leche fría, agua mineral, queso en lonchas y cereales. En un cesto encontré unas rodajas de pan de molde y unas tarrinas de crema de cacao y de crema de cacahuetes. Con todo eso me hice un apaño, completado con un café de la máquina automática.

Tenía algo de fiebre, consecuencia del proceso alérgico, y regresé a descansar un rato, tumbado en la cama. Un error por mi parte, porque fue la excusa perfecta para que no me arreglaran la habitación.

La segunda cena en el hotel mejoró algo las prestaciones de la primera. Me ofrecieron una carta en inglés, que incluía varios modelos de buffet. Opté por el buffet frío y postre libre, pero al acercarme a donde supuestamente estaba el buffet, lo único que había era un plato en el que quedaban unos diez o doce granos de maíz; otro que había contenido diferentes verduras, posiblemente zanahoria y pimientos picados, o algo parecido; un tercero con una rodaja de piel de tomate; otro cuarto plato también con una piel, pero esta vez de salmón; dos platos llenos de escarola; una fuente casi vacía de ensalada, en la que quedaban un taquito de queso, algo de lechuga y una aceituna; otros tres platos vacíos apilados uno encima de otro y una salsera con lo que supongo que era vinagreta. Pregunté:

- ¿Y el buffet frío?
- Es éste.
- Pero no hay nada.
- Es que son casi las nueve y terminamos a las nueve y media. Otros clientes ya han comido. Es lo que queda.

Miraba yo aquel buffet y tenía la misma sensación que si me acercara a rebañar los platos que han dejado sucios en la cocina, para fregar. Porque era eso lo que había, simples restos de comida. La empleada vio mi gesto de repugnancia y añadió:

- Si quiere se lo junto todo en un plato.
- No gracias, creo que tomaré la sugerencia del chef, que son costillas de cordero. Y el postre de buffet.

Antes de tomar la decisión ya había comprobado que en el buffet de postres había flan, macedonia de frutas y algunos pasteles. No iba a arriesgarme a comerme los trozos de pasteles mordidos de los anteriores comensales, que no sé si eran los del mismo grupo que me había dejado sin desayunar o que toda la gente llega hambrienta a este hotel.

Tardaron casi media hora en traerme las chuletillas de cordero, que en realidad eran de carnero, como en Argelia, pero era una señal de que estaban recién hechas. El problema surgió cuando acabé de comer el plato y me acerqué al expositor en el que antes estaban los postres. Eran justo las nueve y media y el cocinero había decidido recogerlo todo. Quedaban unos racimos de uvas y un bizcocho de manzana, tipo pudding. Me quejé, obviamente, y la respuesta fue que ya era la hora de cerrar, pero que me traería un flan. Y fue lo que hizo, presentarme con un flan. La recepcionista del hotel, que hacía las veces de encargada restaurante, vino a decirme que podía comerme todo el pudding, sin problemas, que estaba muy bueno.

Lo que estoy contando me ha sucedido en Holanda, no en Argelia. La verdad es que si me ocurriera de viaje por la Argelia profunda no me sorprendería. Pero la diferencia está en que los argelinos te lo hacen con gracia, en plan colegas, porque son simpáticos y cercanos. Y te lo tomas como una parte de su forma de ser, sabiendo que si es necesario el cocinero te va a decir que la cocina está cerrada, pero que te invita a ir a cenar a su casa, por ejemplo. Y lo dice de corazón.

Llegada a Holanda

Han pasado unos cuantos días desde que escribí este comentario. En su momento no lo pude colgar por falta de conexión a Internet. Lo hago ahora, cuando ya estoy de vuelta a Argelia. En días posteriores colgaré otros comentarios que fui escribiendo durante mi estancia en Países Bajos.

Esta es la segunda vez que viajo a Holanda desde que trabajo en Argel. Lo hice por primera vez hace exactamente dos años, en idénticas circunstancias, invitado por los organizadores del certamen ferial para el que trabajaba anteriormente. Entonces era algo así como el colofón a dos años de trabajo y ahora es una invitación como visitante VIP, a cambio de mi presencia activa en algunos actos y estar más o menos a su disposición algunos días. Resulta divertido sentirse una especie de ex concursante de Big Brother durante cuatro días.

No sé si es culpa de la crisis económica o que uno va perdiendo categoría, pero lo cierto es que hace dos años me invitaron a un hotel de gran lujo, cinco estrellas, en el centro de Rótterdam, con todo tipo de comodidades, mientras que ahora me han enviado a uno de tres estrellas, casi fugaces, a varios kilómetros de la ciudad, sin una balda en el armario en la que colocar mi ropa ni, lo que es peor, una nevera para mis cocacolas, Muchas veces lo barato acaba saliendo caro y el taxi para desplazarme al centro de la ciudad me sale por 35 euros. Cuatro desplazamientos al día suponen 140 euros, que digo yo que será menos que la diferencia de precio entre las habitaciones de ambos hoteles. Es casi lo mismo que ocurre en Argel entre el Hotel El Djazair, caro pero céntrico, y el Hilton o el Mercure, en los que si se quiere salir sólo compensa alojarse si se va en grupo y los taxis se pagan entre varios.

Mi llegada no ha estado exenta de dificultades. En los aviones y en los autobuses me resfrío con facilidad. Existe un sistema de aireación, más exagerado en los aviones, porque además realiza la presurización de la nave, que remueve el aire y activa mi alergia a los ácaros y a la lana. Intento siempre elegir asiento de pasillo, aunque me pierda la mayoría de las vistas, donde ese flujo de aire se siente menos, pero en esta ocasión no fue posible. Total, que llegué a Ámsterdam con los primeros síntomas de resfriado y a Rótterdam hecho una pena.

A todo eso se suma la temperatura. Holanda me recibió con doce grados y una nieblilla cargada de humedad que se metía hasta los tuétanos; que será un tiempo estupendo para un holandés, pero para alguien que viene de Argel con simplemente una camisa y una chaqueta de verano, de esas que definimos como “por si a la noche refresca”, es todo un castigo. Así he empezado la relación de cosas que no me traje cuando hice el equipaje en diez minutos, empezando por algún abrigo, una bufanda y unos guantes.

Agotados los pañuelos de papel que traía conmigo y casi todo el papel higiénico de la habitación, empiezo a presentar mejor aspecto. La fiebre ha remitido y no corro el peligro de que al estornudar me acusen de padecer de nuevo la gripe porcina. Me he atrevido con un paseo por los alrededores del hotel. Es una zona residencial de chalecitos individuales, de la misma estampa que uno se imagina en Australia o en el oeste americano, de kilómetros y kilómetros de casas, carreteras, paradas de autobús, algún centro comercial, pero sin llegar a adivinar lo que puede ser el centro de la ciudad como tal. Las casas están lógicamente adaptadas a las condiciones del país y por eso muchas cuentan con jardines que dan a algún canal, en los que nadan patos y alguna que otra gaviota. Las calles son anchas y con trampas para los peatones, como en toda Holanda, porque no estoy acostumbrado a los carriles de bicicleta, los confundo con las aceras, hasta que oigo una campana a mi espalda y me retiro justo a tiempo de no ser atropellado por un ciclista.

La vegetación resulta desbordante para la vista. Todos los paseos se realizan a la sombra de los árboles, que en esta época del otoño pierden a marchas forzadas sus hojas. Es como un paseo bajo la lluvia, pero de una lluvia de hojarasca que va cayendo encima. Eso crea una atmósfera maravillosa, muy romántica. Las diferentes especies vegetales se diferencian también por la tonalidad de sus hojas secas. Así, se pasa de una alfombra amarilla a otra roja, la siguiente blanquecina y luego una anaranjada, que da paso de nuevo a una amarilla. Estos paseos románticos no están hechos para ser recorridos en soledad, así que la próxima vez tendré que buscarme acompañante y caminar juntos de la mano, con el ruido de fondo de los patos nadando en los canales. Creo que tal y como lo he contado, más de una amiga se apuntará a venir conmigo.

En mi primer paseo me he acercado hasta el pueblo más cercano y me he encontrado con dos situaciones curiosas. La primera ha sido descubrir un edificio, grande, en el que se puede esquiar y practicar deportes de invierno. Dentro había clientes esquiando, como si estuvieran en Sierra Nevada o en Candanchú. Se trataba de un espacio inclinado del tamaño de un pabellón de deportes, de modo que no se podía realizar un descenso en toda regla, pero para un país cuyo punto más alto es una simple colina en la frontera con Bélgica y Alemania, creo que hay que valorar el hecho de tener la posibilidad de esquiar por debajo del nivel del mar.

Muy cerca estaba el centro cultural municipal. He visto que entraba gente con niños y he entrado también yo. Dentro había una gran sala, el típico club social para jubilados, con varias mesas y gente leyendo. Un corrillo de hombres permanecía de pie, mientras que alguna mujer y niños que llegaban lo que hacían era que pasaban a otros lugares que no he visto y luego la mujer salía de nuevo y se iba. Los hombres, en cambio, se quedaban en esta primera sala. Había un pequeño bar, tipo club social, con unos precios baratísimos. Un café costaba 80 céntimos, como si el mismo ZP hubiese puesto los precios. Cuando llevaba dentro como cinco minutos se me acercó un hombre con la intención evidente de echarme. Me preguntó en holandés, supongo, lo que quería. Le expliqué en inglés que había visto que era un centro cultural y quería saber lo que había dentro. Me respondió, mitad en inglés, mitad en alemán, que en ese momento sólo había actividades para los niños. Su actitud era correcta, pero nada amistosa; me estaba echando abiertamente del lugar. Al salir caí en la cuenta de que tenían todos pinta de árabes, no sé si de Afganistán, de Siria o de Turquía, pero más o menos de esa región de Asia Central. Luego, desde la calle vi lo que había en otras salas; se trataba de dos clases para niños, ambas con profesoras que llevaban pañuelo en la cabeza, como muchas de las niñas. Deduje que se trataba de clases de religión para la comunidad islámica. Y así me he dado cuenta de hasta qué punto el ojo se acostumbra a una realidad. Yo no me fijé al entrar que las madres acudían con el pañuelo en la cabeza, ni me sorprendió demasiado que en la sala sólo hubiera hombres. Se me hizo normal, es la Argelia de cada día.

domingo, 8 de noviembre de 2009

De la 12 a la 18

No sé por qué maravillas de la técnica esta entrada no se publicó hace unos días. Contaba mi viaje de ida desde Argelia a Holanda. Ahora, de regreso en Argel, la recupero.

En el avión de Lufthansa, de Argel a Frankfurt, me habían asignado la plaza 12B. Nada más ocupar mi asiento apareció una señora argelina, con dos niños pequeños, uno de poco más de un año, agarrado al cuello, y el otro de unos tres o cuatro años, de la mano. Supe que era argelina y no alemana porque una especie de camisón marroquí y el pañuelo en la cabeza no dejaban lugar a dudas. Se dirigió a mí y me dijo algo así como:

- Al barajá juya masalaha mugaba plasa ersabi handulasaba.

De todo ello sólo entendí juya y plasa, que quieren decir en dialecto argelino hermano y sitio. Iniciamos así una conversación plurilingüística, que trato de reproducir, más o menos:

- Pardon, je ne parle pas l’arabe, madame.
- Andí bulah susmasabí majdalija ken papié buha albiratún sijaracuha mílaha …
- Est-ce que vous parlez français ?
- Andí bulah susmasabí majdalija ken papié buha albiratún sijaracuha.

Escribo lo mismo porque me sonó exactamente igual; así que probé a ver si vivía en Alemania, que por algo estábamos en un avión con destino a Frankfurt, y traté de comunicarme en mi olvidadísimo alemán.

- Entsuldigung, aber ich bin Spaniel, ich habe nie verstanden. Könen Sir mir auf Französish Sprechen, bitte?
- Maluha albarasí saha fusi andijucatum aldah.
- Do you speak English, Madam? I told you in French and German that I don’t speak Arabic. So, I don’t understand you.
- Smachni? (Eso lo entendí, quiere decir “perdón”).
- Soy español.
- Espanioli?
- Naham, aná spanioli. Al arabia, welu. (En mi media lengua de idioma local, al estilo Tarzán, significa “sí, yo soy español. La lengua árabe, nada).
- Et vous parlez le français?
- Bien sur, je vous ai parlé d’abord en français.
- Nous avons ces places, mes enfants et moi. (Son los asientos de mis hijos y el mío).
- J’ai le 12-B. Laissez moi vous aider avec vos tickets. (Tengo el 12-B, déjeme ver los suyos).

Me alargó los billetes de avión y sólo tenía dos, el del 12-A y otro sin número de asiento.

- Ils ne vous ont octroyée que la place 12-A. Attendez, Madame, qu’elle vienne l’hôtesse. (Sólo le han otorgado el asiento 12-A. Vamos a esperar a la azafata).

El segundo asiento de la buena señora era el 18-B. El auxiliar de vuelo llegó con un billete, que al parecer era el del hijo mayor, que había intentado hacer pasar por menor de tres años y en realidad tenía que pagar, porque ocupaba asiento. Le explicó que el billete que ya tenía era el del bebé, sin derecho a asiento y que éste tercer billete, el del 18-B, era el del hijo mayor; siguió diciendo que como se había registrado muy tarde ya no quedaban sitios para ir juntos. Y, sin más, dio media vuelta y dejó allí a la señora en el pasillo, con un niño de unos tres años que tenía que viajar solo.

Supongo que previamente había sucedido algo y que estaban enfadados por el intento de hacer viajar al mayor sin pagar billete, que encima estaba retrasando el vuelo. Pero tampoco tiene sentido mandar a la cola del avión, él solito, a un crío pequeño. Así que le dije a la señora que su hijo ocupara mi sitio y que yo me iría al 18-B.

Todo estaba perfecto, hasta que llegué al lugar en cuestión… y había alguien allí sentado. El avión aparentaba estar completo y los pasajeros habían decidido por su cuenta y riesgo cambiar de sitio. Se lo dije a mi “okupa”, que reclamó que le mostrara mi billete. Asunto era kafkiano, porque yo tampoco tenía ese asiento. Después de unos minutos de espera, de pie, en el pasillo, mi ocupa se levantó, echó de dos filas más atrás a quien había tomado su plaza y éste último se marchó a un asiento de la última fila en el que habían puesto un bolso de viaje enorme.

El rato que estuve de pie me sirvió para caer en la cuenta de que no había seis filas de asientos entre la 12 y la 18, sino sólo cuatro. Así que cuando pude paseé por todo el avión y descubrí que faltaban las filas 13 y 17. Lo de eliminar el 13 es bastante común, aunque no lo entiendo demasiado. La verdad es que no soy nada supersticioso y sólo recuerdo una vez, de pequeño, que reclamé en el colegio que me habían dado el número 13 en la lista, en lugar del 14, porque habían puesto mi apellido, Doñoro, antes que el de otro compañero apellidado Domingo. Era el primer día de clase y los compañeros se burlaban de mi mala suerte. Y aunque lo del 13 me daba igual, que se rieran de mí, no; y por eso reclamé. No hubo nada que hacer, ya que el problema era informático y la eñe de mi apellido se había convertido en el signo %, que iba por delante de todas las demás letras. Que en un autobús me den el asiento número 13 me da exactamente igual, siempre que sea pasillo, porque en los asientos de ventanilla me acabo resfriando. Ahí si comprendo que haya gente supersticiosa, de cualquier forma. Pero, ¿en un avión? Francamente, no me imagino la noticia de un avión que se estrella y que sólo fallecen los viajeros de la fila 13.

Air Algérie actúa con bastante lógica y los asientos van numerados sin saltarse ninguna fila. Así, el que no quiere viajar en la 13, lo que tiene que hacer es pedir otra diferente. Pero que una compañía aérea se preste a estas cosas da una imagen muy mala; es como si prohíbe los gatos negros en su bodega.

Con todo eso, a lo que no he encontrado explicación, por ridícula que pudiera llegar a ser, es a la ausencia de la fila 17 en el avión de Lufthansa. He pensado en diferentes posibilidades, como que fuera la fila que en otros modelos de avión se destina a la salida de emergencia. O que hayan retirado una fila para dejar mayor espacio, porque la verdad es que los asientos de Lufthansa son más espaciosos que los de Spanair, compañía que siempre procuro evitar en mis viajes a Argelia, porque entre otras cosas te sientes verdaderamente como una sardina en lata.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Flor de primavera

Hoy me toca salir del armario. No es que escondiera mi homosexualidad ni nada parecido, es que yo no lo sabía. Me he enterado de casualidad.

En los últimos meses he recibido algún mensaje por SMS en el que mi admiradora secreta me decía más o menos que me quería, me deseaba buenas noches y me mandaba un beso. El más bonito me lo envió la víspera de San Valentín, por la noche. Decía así:

Te deseo una dulce noche, mi ángel. Hoy es viernes 13, día de suerte. Mañana 14 de febrero, día del amor. Suerte más amor es igual a felicidad y te deseo toda la felicidad del mundo.

Mi admiradora secreta nunca firmaba sus mensajes de texto. Tampoco nunca le había respondido. Quizás debería haberlo hecho con un “yo también te quiero”. Mantuve el amor en secreto hasta su último mensaje, que me descolocó, porque mi admiradora secreta no era tal. Me escribió un 8 de Marzo, en el llamado en Argelia Día de la Mujer. Y decía así:

Por negra que sea la noche, siempre le sucede el alba. Sonríe a la vida y la vida siempre te sonreirá. Buena fiesta, flor de primavera y de felicidad. Besos, princesa.

Estoy trastornado. Lo de ángel, cariño, mi amor, estaba bien. Pero me han llamado flor de primavera. Y lo peor de todo es que me ha gustado. De todas formas, he de advertir a los lectores que no tengo ninguna intención de ejercer de gay. Vamos, que acepto los piropos, pero sin tocar. Porque está bien esto de gustar a los chicos, pero a mí me siguen gustando las chicas. Y de princesa, tampoco nada, que no me veo haciendo de drag queen.

Ahora tengo que decidir si hago una excepción y le llamo a mi admirador secreto. No sé si funcionará eso de marcar su número y decir:

- Hola, soy tu flor de primavera.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Tête de linotte (cabeza de chorlito)

No sé cómo me las apaño para que hasta los momentos más simples y sencillos se conviertan en toda una aventura. El que no se lo crea, que siga leyendo.

Tenía mi viaje a Holanda preparado desde mucho antes, aunque la verdad es que le dediqué muy poco tiempo en las últimas semanas. Aún así, cuando ya creía tenerlo todo arreglado, me encontré con un correo electrónico que me anunciaba que lastminute, con quien había comprado el billete de avión, me comunicaba amablemente que se me devolvía el importe de mi compra por un problema con mi tarjeta. Me decía que la devolución podía tardar en efectuarse, que era tanto como decirme que igual me llevaba la sorpresa de superar el límite de mi tarjeta y me quedaba en tierra.

Afortunadamente, pude comprar otro billete con otra compañía, aunque me suponía pagar más dinero, perder un día de estancia en Ámsterdam con el que contaba y dejar escapar las nueve horas en Frankfurt, a mi regreso, que iba a dedicar a escaparme por la ciudad.
 
Unas horas antes del vuelo, cuando estaba tratando de ayudar a arreglar el problema de unas compañeras con la cerradura de su casa bloqueada, alguien intentó forzar la única de mi coche que funcionaba, la del copiloto. Hubo que abrir las puertas desde el maletero, que de vez en cuando se bloquea. Ese “de vez en cuando” se cumplió un rato más tarde, cuando algún vecino caritativo cayó en la cuenta de que tenía una puerta sin cerrar, me hizo el favor y me dejó sin poder entrar en mi coche.
 
Estas tonterías me agobian, me superan y no fui capaz ni de hacer la maleta; lo dejé para un rato antes de salir hacia el aeropuerto, pasando primero por mi oficina a resolver algún asuntillo pendiente.

Para un individuo desordenado como yo, preparar el equipaje de esa forma es casi un suicidio. Me habré olvidado de infinidad de cosas. Abrí el armario y conté cuatro camisas de las de vestir, otras cuatro de turista total, dos camisetas por si hace frío, cuatro calzoncillos con pata, otros cuatro tipo tanga, seis pares de calcetines grises o negros, dos pares de calcetines blancos, dos jerséis, dos pantalones, un abrigo, zapatos de repuesto, chanclas, paraguas, dátiles para regalar, los cargadores de los dos móviles, un bolígrafo, el neceser de aseo, mis dos medicamentos, la tarjeta de la seguridad social y dos botellas de Coca Cola Light. Y cerré la maleta. En la bolsa de equipaje de mano, pasaporte, dinero, billete de avión, los datos de la reserva de hotel y lo que ya estaba dentro de la mochila, que no tenía tiempo de andar hurgando. Finalmente desconecté el ordenador portátil, lo introduje en su bolsa de viaje y metí también en ella el ratón y el cargador. Creo que la relación es completa, de modo que lo que no he nombrado significa que no viaja conmigo.

En el aeropuerto me sobró tiempo para hacer de las mías. Tras facturar fui al control de pasaportes. Había infinidad de gente, por el especial celo que ponían los policías. Habían abierto las cuatro salas de acceso a las cabinas de control de pasaportes existentes, pero a la entrada de cada una de ellas se situaban agentes de policía que revisaban con mimo cada pasaporte y echaban a algunas personas para atrás, creo que por una cuestión de sellos en los billetes de avión de Air Algérie, que había cometido algún error sobre el procedimiento que tienen establecido de verificación del pasaje. De allí me mandaron por un pasillo hacia otro puesto de control menos saturado, en el que también ese control previo era más liviano. Y luego ya la cola para sellar el pasaporte, como en el resto del mundo. Más tarde hay un nuevo control de seguridad, con arco y escáner, que da paso a la zona de embarque. Ahí estaban los aduaneros en pie de guerra, con sus trajes grises y montando una cola asombrosa, porque revisaban uno a uno el equipaje de mano de todos los pasajeros. En esa cola caí en la cuenta de un pequeño detalle: el ordenador portátil no estaba conmigo, me lo había dejado en algún sitio. Me puse nerviosísimo, empecé a preguntar a todo el mundo y a desandar todo lo recorrido. Al final, tras saltarme todos los controles antes descritos en sentido contrario, llegué a la zona de facturación, donde me estaban custodiando el ordenador, allí olvidado.

Volver a pasar todos los controles fue divertido, porque todos los policías me preguntaban lo que había ocurrido y se alegraban de la suerte, hamdulilah, de encontrarlo. Incluso más tarde, en la salsa de espera previa al embarque, tres personas diferentes, para mí desconocidas, me preguntaron cómo lo había encontrado. Eso demuestra dos cosas, que a los que me conocen y conocen Argelia no les sorprenderá: que había llamado la atención mucho más de lo deseable y que los argelinos se preocupan por los demás mucho más que en nuestra sociedad inhumana y capitalista.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Aires del norte

Con toda la distancia cultural que existe entre Argelia y España, estamos a un paso. Tarda menos el vuelo de Barcelona a Argel que de Bilbao a Argel, por ejemplo. Todo el mundo ve a Marruecos como el vecino que está justo debajo, a un paso, sin darse cuenta de que ahí mismo tenemos también otro vecino llamado Argelia.

Una de las ventajas de vivir precisamente ahí, en la casa del vecino, es que en un plisplás cruzas el rellano y te presentas en la tuya. Vamos, que en cualquier momento y por unos doscientos euros se va uno a pasar un fin de semana en España.

La presión social que se respira en Argelia se lleva bastante mal, sinceramente. Es una sensación de falta de libertad, de que existen unos usos que te superan, de que cualquier problema se puede convertir en una historia inacabable, de pelea permanente que desgasta al más pintado. La solución personal en estos casos se llama oxigenación y consiste en evadirse durante unos días, en hacer una escapada a la península y regresar con las pilas cargadas.

Suelo decir que al cabo de seis semanas de estancia continua comienza uno a desquiciarse y siente que es el momento de realizar esa escapada. Pero ahora estoy sorprendido de mi reacción. He superado ese tiempo y no siento ninguna necesidad de disfrutar de esa oxigenación. Echo de menos a mi gente, obviamente, pero son conceptos y necesidades diferentes.

El pasado 29 de octubre tenía cita con el médico en Bilbao y mi estado psíquico y anímico no era tan malo como para ausentarme del trabajo en Argel y acudir a la consulta. Me habría encantado estar allí, porque además era el cumpleaños de mi madre y creí que iba a poder disfrutar en esa fecha de su compañía, pero realmente no me hacía falta y moralmente no podía ausentarme un par de días de mi oficina para algo que no resultaba necesario.

Ha llegado noviembre y con el penúltimo mes del año también han llegado esos días de vacaciones que había pedido y programado hace mucho tiempo. Sólo voy a faltar cuatro días al trabajo, pero vacaciones son vacaciones y un paseo por Holanda y por Bélgica, que es adonde voy, me temo que resultará incompatible con el mantenimiento del blog. De manera que me sitúo en modo “pause”. O eso creo, que igual me da por escribir alguna cosa.