martes, 7 de septiembre de 2010

El regreso

Mientras escribo estas líneas, un avión del ejército español está sobrevolando el territorio argelino, llevando de vuelta a Barcelona a dos españoles que han permanecido secuestrados durante casi nueve meses por la organización terrorista Al Qaeda del Maghreb. No sé cuándo se publicará en el blog este texto, porque mi “secuestro moral” continúa y no entro nunca en mi propio blog cuando estoy en Argelia. Supongo que quienes lean la versión reducida y abierta a todos del blog se quedarán con las ganas de conocer los detalles de mi secuestro.

No escribo a diario, como antaño porque tengo la sensación de que mi esfuerzo por acercar una imagen de Argelia alejada del estereotipo que de este hermoso país se tiene recibe la incomprensión de personas con las que egoístamente no me interesa enfrentarme. Eso sí, de vez en cuando dejo algún comentario por pura rebeldía, porque no he cedido nunca a un chantaje moral y no lo voy a hacer ahora.

De publicarse este post, será gracias a un amigo que lo habrá colgado, porque yo no entro en mi blog estando en Argelia. Si alguien pretendía coaccionarme, ha pinchado en hueso.

En otro momento, otro día, pondré a los lectores al día de algunos detalles de mi vida privada. Ahora creo que es oportuna una reflexión sobre lo que pienso de ese secuestro de Al Qaeda felizmente terminado.

Ya comenté en su momento que soy absolutamente contrario a negociar con terroristas, a aceptar cualquier chantaje terrorista. Entiendo sobradamente que los familiares y amigos de una persona secuestrada hagan todo lo humanamente posible para su liberación, incluido el pago de un rescate. Nunca he entendido que en Euskadi se haya acusado a empresarios de pagar el llamado “impuesto revolucionario”, que es el dinero exigido mediante métodos mafiosos por ETA, mediante la intimidación. El que ha pagado no lo ha hecho libremente, sino bajo coacciones y por lo tanto no puede ser acusado de hacer algo que iba en contra de su voluntad; en todo caso, debería ser el Estado el que asumiera la responsabilidad por su incapacidad para garantizar la seguridad.

Esta comprensión con familiares y amigos no la puedo hacer extensiva de modo alguno al Gobierno, que nunca puede ceder ante el terrorismo. En este secuestro en las arenas del Sahara, la actitud de nuestros representantes me ha parecida patética. Para muestra, la del Ministro del Interior de España hace unas horas en Marruecos, sentado en un sillón bastante más bajo que el de su interlocutor marroquí, permitiendo sonriente esa afrenta a lo que por su cargo representa. Poco después, en rueda de prensa, responde a una pregunta sobre las cesiones del Gobierno ante los secuestradores y el pago de un rescate con más o menos estas palabras: “Teníamos un objetivo, que era que volvieran a casa sanos y salvos y ese objetivo se ha cumplido”. Dice un refrán que el que calla otorga. ¡Para qué queremos más!

Hace poco se ha juzgado en Mauritania a quien organizó el secuestro de los españoles, y el veredicto ha sido de culpabilidad. Pese a estar acusado de cometer un delito contra españoles, las autoridades españolas no se han personado como acusación en el juicio. Tampoco se ha sabido nada del Fiscal General del Estado o de la Audiencia Nacional, tan interesada en juzgar delitos cometidos por extranjeros en el extranjero si resultan lo suficientemente mediáticos. Tras la sentencia de culpabilidad y la reducción de la condena al secuestrador, se fragua la mascarada de la extradición a su país, sin que España pida en ningún momento la extradición. A partir de ahí, la liberación y a seguir secuestrando y asesinando, con la financiación y el patrocinio del Gobierno de ZP.

Más de una persona me ha preguntado por la relación de este secuestro con Argelia, si corremos o no peligro los expatriados. No he querido responder mientras durara la situación de secuestro para que nadie pensara equivocadamente que manejo información confidencial. Creo que ahora puedo contar parte de lo que he podido llegar a saber. Bueno, ahora no. Mejor lo dejo para mañana.

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