viernes, 24 de diciembre de 2010

Estado civil

Cuando empecé a escribir el blog estaba soltero y sin compromiso. Lo conté en una de mis primeras entradas y lo hice con el orgullo masculino de mostrar que he conseguido permanecer célibe, en el sentido de libre para decidir unilateralmente mis pasos. Sin embargo, mi situación ha cambiado en estos tres años. No sólo “me eché” novia, como suele decirse, sino que ahora hace tres meses que me he casado.

Nunca había entendido para qué se casaba la gente. Me parecía muy difícil eso de dejar de ser tú sólo y tener que rendir cuentas de cada uno de tus pasos; tener a alguien que se mete absolutamente en tu intimidad; sumar a los problemas propios los de otra persona; no poder olvidarte una lámpara encendida o la ropa tirada en el suelo porque, cuando has conseguido independizarte de tu madre, viene otra, llamada esposa, a cumplir el mismo papel. Todas esas, y muchas más, eran las desventajas que le veía a la vida de pasado. Y que conste que mi razonamiento no procedía de una mala experiencia familiar, porque mis padres, con sus buenos y malos momentos de convivencia conyugal, están a escasos meses de celebrar las bodas de oro. Pero yo no me veía en el papel de mi padre, ni aguantando a una esposa como mi santa madre… ni a un hijo como yo. El matrimonio podía ser de alguna manera una institución anticuada, de épocas en las que los jóvenes varones comenzaban a trabajar y disponer de dinero, ellas habían aprendido ya a ser amas de casa, igual que lo fueron sus madres, y la atracción sexual hacía el resto para repetir el esquema que veinte o veinticinco años antes también habían copiado sus padres. En estos comienzos del siglo XXI, ni ellos aspiran a repetir el esquema de sus antepasados varones ni mucho menos ellas se identifican con sus bisabuelas.

Ahora, que me casado, sigo sin entenderlo; de modo que si alguien me pide consejo, no sabré que responderle. Puedo decir que estoy muy enamorado de mi ahora esposa y que no me arrepiento para nada del paso dado. Le quiero a Elena con locura y todo lo que hago con ella adquiere otra dimensión.

He oído decir que a partir de cierta edad, como podría ser la mía, la gente se casa por egoísmo, para sentirse acompañada. Desde luego, no es mi caso. Para eso me buscaría un animal de compañía, que seguro que además no se mosquea si me escribo con mis amigas de Facebook. Yo me he casado porque, sencillamente, quiero que mi mujer forme parte del resto de mi vida.

No sé si mi ejemplo es extrapolable, si todos se casan por las mismas razones que yo. Si así fuera, la verdad es que nadie me lo había explicado.

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