Dentro de unas jornadas culturales europeas, ayer tuvo lugar en Argel la actuación que representaba a España. Se trataba de un tablao flamenco del Sacromonte granadino, titulado “Gitanos del Sacromonte”.
Es ésta una de esas cosas a las que jamás iría si estoy en Bilbao. No me gusta nada el flamenco, como tampoco me gustan los toros, ni me identifico en absoluto con esa España de pandereta. Creo que es un gravísimo error de nuestras autoridades culturales seguir difundiendo por el mundo esa imagen de España de mantilla y peineta. Es sin duda lo más cercano a la cultura argelina, lo que más tirón popular puede tener en Argelia, pero cuando se destina dinero público creo que debe hacerse para difundir otra imagen de España, menos conocida pero que se siente discriminada, hasta el punto de que en comunidades con lengua propia son muchas las personas que no se identifican con el mismo concepto de España.
Me he adentrado en cuestiones políticas, en las que nunca hay verdades absolutas y todo es opinable. Debería volver a la actuación de ayer, pero poco puedo decir en el aspecto técnico de algo que no me gusta. Para mí el flamenco es música mal cantada y mal bailada. Los artistas no lo estaban viviendo ni pusieron toda el alma sobre el escenario, como hacen siempre. Al público no le dio tiempo a vibrar con ellos, que dieron por finalizada la actuación de manera sorprendente cuando llevaban poco más de media hora.
Lo peor fue la organización. La presencia de público fue muy superior al aforo del local y veinte minutos antes de la hora de comienzo unas trescientas personas se arremolinaban alrededor de los dos únicos accesos establecidos. Los agentes locales de seguridad se limitaban a interceptar el paso, pero no despejaban la zona, de modo que quienes acudían con invitación se veían incluso imposibilitados de acercarse hasta la entrada. En esas circunstancias me encontré también yo. Y cuando, junto a varios diplomáticos conseguimos superar esta primera barrera, que poco después fue rota por la masa que se agolpaba detrás, nos cerraron las puertas acristaladas de acceso a la sala. Nadie daba la cara en el interior y sólo una persona, supongo que del Ministerio de Cultura de Argelia, se acercó a la parte interior de la puerta y donde un Embajador extranjero estaba repitiendo cuál era su estatus y que estaba especialmente invitado al acto, pegó un cartel que decía “completo”. Sin explicaciones, sin educación.
Cuando gracias a la policía conseguimos que abrieran la puerta y entrar, pudimos comprobar que quedaban muy pocos asientos libres, pero que podían haber accedido al local fácilmente un centenar de personas más, sentadas en las escalinatas de los pasillos.
A la salida me encontré con varios alumnos de español del Instituto Cervantes, indignados porque no se les había permitido entrar pese a llevar invitaciones.
sábado, 16 de mayo de 2009
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