miércoles, 6 de mayo de 2009

Vaya martes

No puedo decir que el de ayer fuera un buen día. Estoy algo afectado y sé que es una de esas circunstancias en las que es mejor no escribir, porque acabo enfadando a alguien.

La jornada del martes comenzó torcida. Tenía intención de llegar pronto al trabajo, entrar a las ocho y media en lugar de a las nueve, para salir así antes y poder ir a visitar una feria. Puede sonar raro, que algo relacionado con mi trabajo, visitar ferias, tenga que hacerlo fuera del horario laboral, pero tiene su explicación. En mi trabajo resulta fundamental visitar empresas, conocer el tejido económico argelino, saber qué hace cada cual, cuáles son las necesidades, las oportunidades, las especificidades de cada sector. Y la mejor forma de visitar empresas es hacerlo durante las ferias, evitando desplazamientos, si bien es verdad que vivo con cien mil ojos abiertos para empaparme de cualquier circunstancia. A mí me gustaría hacer una nota sectorial tras cada una de esas ferias, pero lo que en mi oficina se pretende es un listado con direcciones, teclear el catálogo de la feria y las tarjetas de visita. Soy bastante lento en esa labor, que por otra parte puede hacer una auxiliar administrativa subcontratada al efecto con un sueldo de doscientos euros al mes. Pero dice el refrán que “donde no hay patrón no manda marinero” y no voy a ser yo quien reme en el sentido que más le gusta, que para eso existe la jerarquía. El resultado es que no se me encarga acudir a las ferias.

Explicado lo anterior, y no me gusta tratar aquí temas de trabajo, paso a lo ocurrido. Salí de casa media hora antes de lo habitual y me encontré con algo inhabitual: en el momento de incorporarme al tráfico de mi calle se me puso delante el camión de la basura. La recogida de desechos urbano se realiza siempre por la noche y resulta francamente engorroso encontrase con el camión en la calle, porque se para en cada portal para recoger las bolsas una a una y colocarlas en el camión. Como la calle es estrecha, se puede asistir a un espectáculo gratuito de algo más de una hora viendo como las bolsas son utilizadas igual que sacos terreros para construir una preciosa montaña en la plataforma del camión.

Por alguna razón que se me escapa, parte de la recogida no se había realizado durante la noche y tuve la mala suerte de asistir en primera persona al espectáculo, a la luz del día. El recorrido era más corto, pero tuve treinta y cinco minutos para desesperarme detrás del camión. Incluso le llamé a un compañero al que suelo recoger de camino, porque al final me presenté a trabajar a la misma hora, más o menos, que todos los días. El único premio fue una fotografía que pude tomar a plena luz del día y desde mi asiento de conductor del dichoso camión.

Por la tarde supe lo de Mario, que conté ayer. Esas cosas afectan. Primero, por el drama personal que hay detrás. Y me refiero fundamentalmente al de su esposa. Sólo unas horas antes del desgraciado ataque al corazón me había contado Verónica su proyecto de venirse a vivir a Argel. Luego está la sensación de riesgo adicional por estar en un país como éste. Cuando me preguntan cuál es el mejor lugar al que acudir en caso de enfermedad suelo responder que el aeropuerto, concretamente la puerta de embarque del primer vuelo para Europa. Y lo pienso así sinceramente.

A última hora de la tarde tenía que ir a visitar a un amigo argelino al que ayer operaban de hernia discal. Me estado anímico no rea el mejor para meterme en un hospital público argelino. Aún así lo hice. Todo kafkiano, pero ahora prefiero no recordarlo.

He acabado no contando lo que me encontré el otro día al llegar a mi casa de Argel.

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