sábado, 14 de noviembre de 2009

Aves nocturnas

Los que me conocen bien saben que soy de poco dormir. Con unas cinco horas me es suficiente. Y, aunque pueda parecer que es poco, la verdad es que supone todo un logro de Morfeo si lo comparo con las poco más de tres horas que dormía hasta hace unos años.

Cuando vivía en mi anterior época de Argel en el edificio que albergaba a los empleados españoles de la Embajada, más de un vecino se desesperaba con mi hiperactividad nocturna. No es que yo sea especialmente escandaloso, dejando al margen mi manía de cantar y silbar mientras hago cualquier cosa, sino que el silencio de la noche magnifica todos los ruidos. Podía estar cocinando a las tres de la mañana, silbando cualquier canción, con media docena de vecinos acordándose de mi madre y otra media de mi padre, para aparecer tan feliz y contento a las siete y media de la mañana, camino del trabajo. Ya sé que alguno se preguntaba “¿pero es que este tío no duerme?” Y la respuesta era que sí, pero poco.

Durante el tiempo que he estado psíquicamente más afectado he dormido más horas y me levantaba cada día más cansado, amén de sin ninguna gana de ir al trabajo. Me acostaba hacia la medianoche y hasta que llegaba ese momento de ir a dormir lo que hacía era salir a la calle y hablar con unos y con otros. Ahora me acuesto hacia las dos de la mañana, pero no me quedo vagando por la calle. Tengo la suerte de contar con un compañero ocasional de piso, que vive en el mío hasta que se mude al suyo, lo que hace que no me sienta solo si me quedo en casa, simplemente leyendo; o al teclado, redactando textos como éste en el ordenador. Es algo puramente psicológico, porque puede estar dormido en su cuarto, lo que objetivamente no hace ninguna compañía, pero me es suficiente para que la casa no se me caiga encima.

Como la gente de bien no sale de casa en Argelia más allá de las ocho de la noche, sólo nos vemos a esas horas los golfos, desheredados y demás gentes de mal vivir. Me he hecho conocido, casi amigo de correrías, de buena parte del grupillo que pulula por mi barrio y que cualquiera definiría como malas compañías. Ya conté aquí cómo uno de ellos se pasó una temporada corta en la cárcel por homicidio, algún otro detenido por robo con violencia, uno que vende droga, otro que vive en la calle… Un cuadro bastante completo, que me recuerda aquellas novelas de la adolescencia de Martín Vigil, que reflejaban una juventud marginal que creo que en España felizmente ha desaparecido. Puede ser ese paralelismo literario el que me lleva a no tener ni pizca de miedo a mezclarme con ellos y que me vean como un extranjero de lo más raro, que les trata como personas, bromea con ellos y les da consejos.

La otra noche, tras hacer una compra bastante grande en el hipermercado UNO, dejé a mi compañero de apartamento en la puerta de casa con la casi media tienda que nos habíamos comprado y me fui a buscar un lugar donde aparcar el coche. No me resultó fácil, por mor del camión de la basura, al que cuando se tiene la mala suerte de encontrárselo delante hay que seguir, a su ritmo, por una calle larga y angosta. Tras aparcar el coche me dispuse a subir las escaleras que dan a mi parte de la calle y me encontré con dos de estos “amigos de la noche”, en un estado bastante lamentable. Me llamaron insistentemente, decían que tenían ganas de hablar conmigo, porque últimamente me veían siempre acompañado y no me podían abordar. Finalmente accedí, aunque no me apetecía demasiado compartir una escalera, por la que de vez en cuando se pasea una rata tamaño gato, con dos individuos drogados que a duras penas son capaces de mantener una conversación coherente. En condiciones normales entienden bien el francés, pero no saben hablarlo; se dirigen a mí en una rara mezcla que generalmente comprendo. Pero cuando han consumido drogas su cerebro no da para tanto, sólo les sale el árabe y tengo que repetirles en francés lo que he entendido, para confirmar si efectivamente estamos hablando de lo mismo.

Esa noche que estoy contando estaban especialmente dicharacheros y me permitieron aprender mucho de su submundo, sus vidas, sus anhelos. A ver si lo cuento aquí mañana.

1 comentario:

Edel dijo...

Oye, pues cuidadito con esas aves nocturnas no te vayan a dar algún susto, y más cuando estén de droga hasta la orejas. Aquí también la llevan como el agua y no sólo los autóctonos... :-/