lunes, 2 de noviembre de 2009

Tête de linotte (cabeza de chorlito)

No sé cómo me las apaño para que hasta los momentos más simples y sencillos se conviertan en toda una aventura. El que no se lo crea, que siga leyendo.

Tenía mi viaje a Holanda preparado desde mucho antes, aunque la verdad es que le dediqué muy poco tiempo en las últimas semanas. Aún así, cuando ya creía tenerlo todo arreglado, me encontré con un correo electrónico que me anunciaba que lastminute, con quien había comprado el billete de avión, me comunicaba amablemente que se me devolvía el importe de mi compra por un problema con mi tarjeta. Me decía que la devolución podía tardar en efectuarse, que era tanto como decirme que igual me llevaba la sorpresa de superar el límite de mi tarjeta y me quedaba en tierra.

Afortunadamente, pude comprar otro billete con otra compañía, aunque me suponía pagar más dinero, perder un día de estancia en Ámsterdam con el que contaba y dejar escapar las nueve horas en Frankfurt, a mi regreso, que iba a dedicar a escaparme por la ciudad.
 
Unas horas antes del vuelo, cuando estaba tratando de ayudar a arreglar el problema de unas compañeras con la cerradura de su casa bloqueada, alguien intentó forzar la única de mi coche que funcionaba, la del copiloto. Hubo que abrir las puertas desde el maletero, que de vez en cuando se bloquea. Ese “de vez en cuando” se cumplió un rato más tarde, cuando algún vecino caritativo cayó en la cuenta de que tenía una puerta sin cerrar, me hizo el favor y me dejó sin poder entrar en mi coche.
 
Estas tonterías me agobian, me superan y no fui capaz ni de hacer la maleta; lo dejé para un rato antes de salir hacia el aeropuerto, pasando primero por mi oficina a resolver algún asuntillo pendiente.

Para un individuo desordenado como yo, preparar el equipaje de esa forma es casi un suicidio. Me habré olvidado de infinidad de cosas. Abrí el armario y conté cuatro camisas de las de vestir, otras cuatro de turista total, dos camisetas por si hace frío, cuatro calzoncillos con pata, otros cuatro tipo tanga, seis pares de calcetines grises o negros, dos pares de calcetines blancos, dos jerséis, dos pantalones, un abrigo, zapatos de repuesto, chanclas, paraguas, dátiles para regalar, los cargadores de los dos móviles, un bolígrafo, el neceser de aseo, mis dos medicamentos, la tarjeta de la seguridad social y dos botellas de Coca Cola Light. Y cerré la maleta. En la bolsa de equipaje de mano, pasaporte, dinero, billete de avión, los datos de la reserva de hotel y lo que ya estaba dentro de la mochila, que no tenía tiempo de andar hurgando. Finalmente desconecté el ordenador portátil, lo introduje en su bolsa de viaje y metí también en ella el ratón y el cargador. Creo que la relación es completa, de modo que lo que no he nombrado significa que no viaja conmigo.

En el aeropuerto me sobró tiempo para hacer de las mías. Tras facturar fui al control de pasaportes. Había infinidad de gente, por el especial celo que ponían los policías. Habían abierto las cuatro salas de acceso a las cabinas de control de pasaportes existentes, pero a la entrada de cada una de ellas se situaban agentes de policía que revisaban con mimo cada pasaporte y echaban a algunas personas para atrás, creo que por una cuestión de sellos en los billetes de avión de Air Algérie, que había cometido algún error sobre el procedimiento que tienen establecido de verificación del pasaje. De allí me mandaron por un pasillo hacia otro puesto de control menos saturado, en el que también ese control previo era más liviano. Y luego ya la cola para sellar el pasaporte, como en el resto del mundo. Más tarde hay un nuevo control de seguridad, con arco y escáner, que da paso a la zona de embarque. Ahí estaban los aduaneros en pie de guerra, con sus trajes grises y montando una cola asombrosa, porque revisaban uno a uno el equipaje de mano de todos los pasajeros. En esa cola caí en la cuenta de un pequeño detalle: el ordenador portátil no estaba conmigo, me lo había dejado en algún sitio. Me puse nerviosísimo, empecé a preguntar a todo el mundo y a desandar todo lo recorrido. Al final, tras saltarme todos los controles antes descritos en sentido contrario, llegué a la zona de facturación, donde me estaban custodiando el ordenador, allí olvidado.

Volver a pasar todos los controles fue divertido, porque todos los policías me preguntaban lo que había ocurrido y se alegraban de la suerte, hamdulilah, de encontrarlo. Incluso más tarde, en la salsa de espera previa al embarque, tres personas diferentes, para mí desconocidas, me preguntaron cómo lo había encontrado. Eso demuestra dos cosas, que a los que me conocen y conocen Argelia no les sorprenderá: que había llamado la atención mucho más de lo deseable y que los argelinos se preocupan por los demás mucho más que en nuestra sociedad inhumana y capitalista.

2 comentarios:

Edel dijo...

Mi llegada a Muerruecos fue buena pero tu salida de Argelia tampoco ha estado mal ¿eh? Jaja, vaya peripecias...

Farid dijo...

Me alegro de haber encontrado el portátil, me imagino que par tí tiene un gran valor sentimental .

!Pasátelo bien¡