Regresé hace unos días a Argel. La llegada al aeropuerto me sirvió para constatar que ya estamos en la estación del sol, la luz, el calor y el buen tiempo. Puede que aún salga algún día malo, pero lo suyo es pasarse a las camisas de manga corta y dejar los viajes al desierto para octubre.
También era el reencuentro con la cruda realidad. No hace falta ni bajarse del avión para percibirlo. Incluso antes de aterrizar empiezan a escucharse los pitidos de móviles que se encienden a escondidas, sin respetar las consignas de seguridad. Cuando el avión aún no está parado el pasillo se llena de viajeros que pretenden colarse de todos los demás y salir los primeros. El efecto, como con el tráfico de la ciudad, es un bloqueo en el que todos terminan perdiendo y pasándose diez minutos apretujados y de pie, saliendo en el mismo orden que si todos hubiesen esperado educadamente sentados en sus asientos. Mi primera discusión en Argelia suele ocurrir también en ese instante, porque suelo pedir asiento de pasillo y no me quito el cinturón de seguridad hasta que no se apaga la luz que indica que puedo hacerlo, para desesperación de mi compañero de fila que viaja en asiento de ventanilla y que insiste en querer juntarse con toda la masa apretujada en el pasillo. La segunda discusión suele ocurrir también en ese momento, cuando algún pasajero de esos que se aplastan entre sí me pone alguna de sus pesadísimas bolsas de equipaje de mano encima del cogote.
Esta vez no se produjo ninguna de esas discusiones. Mi compañero de fila esperó tranquilo, como yo, en su asiento. Y mi espacio vital fue mas menos respetado por los pasajeros que esperaron sus tradicionales diez minutos en el pasillo hasta que se inició el desembarque.
En el aeropuerto nos esperaban unas consignas específicas para los viajeros que hayan estado en contacto con la gripe porcina. Mientras que en Madrid-Barajas se vivía la paranoia de gente provista de mascarillas y guantes, como si eso sirviera de panacea contra el contagio de gripe, en Argel los pasajeros gastaban bromas sobre el consumo de carne de cerdo por parte de los viajeros no musulmanes. Y es que de verdad se creen que la gripe porcina se contagia por comer jamón o chorizo, no por contacto con alguien portador del virus. ¿Pensarán que la gripe común se contagia comiendo carne humana?
La sorpresa más divertida me esperaba al llegar a mi casa. Llegué con mucho equipaje, como siempre, aunque en esta ocasión me las vi y deseé en el aeropuerto de Barajas para no tener que pagar exceso de equipaje. Me las prometía muy felices con la norma de Iberia de dos bultos que no sobrepasen cada uno los 23 kilos, pero mis “2x21” suponían doce kilos de más sobre las normas de Air Algérie, que me querían hacer pagar. Lo solucioné “a la argelina”, montando el numerito de abrir maletas y pasar lo más pesado al equipaje de mano.
Una vez en Argel, no fue para mí una sorpresa que mi ascensor siga estropeado. Con calma subí todo hasta mi octava planta. Y allí me dispuso a entrar en mi apartamento. Pero Argelia tiene el don de que lo evidente a veces no lo es, que la lógica falla por donde menos se espera. Y ocurrió. Quizás lo cuente mañana.
martes, 5 de mayo de 2009
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2 comentarios:
Cuéntalooooo yaaa!
Laia ;-)
Estoy disfrutando como una loca con tus relatos.
Viví en Argel cuatro años y me veo reflejada en muchas de las cosas que cuentas.
Yo tengo un blog en el que empecé también a contar cosas que me pasaron allí.
Poco a poco iré haciéndolo.
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