Este año se ha celebrado en Zaragoza Expoagua, la Exposición Internacional que presenta como motivo el agua. Al principio yo no tenía mucho interés en acudir, de la misma forma que no visité la que tuvo lugar hace dieciséis años en Sevilla. La idea de hacerlo empezó a tomar cuerpo en noviembre pasado, cuando realicé una apuesta con una compañera de trabajo aragonesa para adelgazar, en la que el premio por mi posible victoria consistía en una visita a la Expo de Zaragoza. Traté de idealizar en mi mente lo que podría ser la exposición cada vez que pasaba hambre o renunciaba a un manjar, aunque en realidad mi espíritu competitivo y el deseo de ganar sin más la apuesta eran ya argumentos suficientes. Cuando dejamos de competir por discrepancias personales me olvidé de la Expo y no tenía ninguna intención de acudir a visitarla, pese a haber recibido posteriormente un par de invitaciones.
Recientemente, estando en Bilbao me recomendaron salir, acudir a actividades que me entretuvieran y, aunque parezca extraño, tuve que hacer realmente un esfuerzo para motivarme a visitar Zaragoza y su exposición.
Encontré algo que de verdad me animó: un concierto. En otro momento contaré el resto de la Expo, pero voy a centrarme hoy en mi concierto. Debo aclarar que los pabellones de exposición cerraban a las diez de la noche, pero el recinto permanecía abierto hasta las tres de la mañana con multitud de restaurantes, muy caros, y espectáculos de todo tipo. Era francamente una suerte vivir en Zaragoza y sacarse un pase anual para disfrutar de esa sección de la Expo que era más bien una feria. Para los de fuera, por doce euros podían adquirir una entrada para acceder al recinto a las diez de la noche, ver el espectáculo del Hombre Vertiente o el del Iceberg, disfrutar de una cena temática nacional o internacional, asistir a un concierto de música, a un espectáculo de magia y tomarse alguna bebida exótica al tiempo que se echaba un vistazo a la media docena de pabellones que permanecían medianamente abiertos porque en ese horario nocturno funcionaba en su interior un restaurante.
Durante todo el día tenían lugar diferentes espectáculos, la mayoría musicales, pero es al caer la noche cuando se programaban los más interesantes, los que sin duda ofrecían mayor capacidad de convocatoria. Así, cada noche se celebraban tres o cuatro conciertos en los diferentes escenarios. La mayoría eran de acceso gratuito. Entre los artistas participantes comprobé que estaba Youssou N’Dour, un músico senegalés mundialmente conocido, creo recordar que incluso ganó un premio Grammy. Nunca había asistido a un concierto suyo, así que ésta era mi oportunidad. ¡Y a Zaragoza que me fui!
Resulta llamativo su poder de convocatoria entre los negros africanos, con independencia del país de origen. Entre el numeroso público presente podría haber fácilmente trescientos o cuatrocientos espectadores negros de diferentes nacionalidades. Con los que yo hablé eran, que recuerde, de Nigeria, Gambia, Congo, Guinea y, lógicamente, Senegal. Esa variedad de orígenes es lo primero que me llamó la atención. Todos sabemos cómo se desangra el continente en luchas fraticidas de carácter étnico y económico, alimentadas en parte por empresas que explotan los recursos naturales de estas naciones y por un odio intertribal al que los propios participantes en esos baños de sangre no encuentran más explicación que la de saciar la frustración con violencia. Sin embargo, allí estaban todos bailando en Zaragoza, coreando el “power of Africa” al ritmo que marcaba Youssou N’Dour y sintiéndose como un solo pueblo. En el escenario, curiosamente, se colocó un símbolo nacional senegalés muy calculado, porque no causaba rechazo del resto del auditorio. Como pasa en casi todo el mundo, no se trataba de una bandera sino de una camiseta de la selección nacional de fútbol. Ocurre en España, ocurre en Argelia y por lo visto también en Senegal: es el fútbol el que más une, el que no crea distinciones y en el que todos se sienten igualmente representados, lo que no consiguen las banderas.
Yo empecé muy apagado. Mi estado anímico es muy bajo y me cuesta ilusionarme con cualquier actividad. Sin embargo, aquellos ritmos me embrujaron. En un momento de la noche me vi formando parte de un grupo de unas quince personas, en el que sólo tres éramos blancos, que coreaba y rodeaba a quien en cada momento se colocaba en el centro para marcarse una danza africana. Afortunadamente, no existen imágenes de mis momentos de gloria.
domingo, 14 de septiembre de 2008
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1 comentario:
Si entiendo bien las cosas ,mientras el Señor Jose Antonio no tiene gran gana de acudir a una exposición internacional del agua en Zaragoza , yo sigo combatiendo con mi ordenador para hacer funcionar mi blog ¡, y luego, te preguntas por qué soy mala contigo?!
Si que tu estado anímico es muy bajo y que estás apagado y francamente espero que se mejore, porque estabas tan perdido en el buen ritmo del concierto que del grupo de 15 personas que formaste , te equivocaste al contar el numero de personas blancas que estaban en él y que eran 4 y no tres,…….también estaba allá,y yo no soy negra!......y normalmente, ahora me entiendes si te digo que para tus momentos de gloria a proposito de la danza africana no existen en tu blog,en tu cabeza pero si que existen en mi aparato fotografico!!!!!
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