miércoles, 26 de diciembre de 2007

Así viví el atentado

Ayer por la mañana estuve intercambiando correos electrónicos y confidencias con mi compañera de trabajo Nawel, que con gran profesionalidad fue a trabajar el día de Navidad, para así quitarse parte del trabajo pendiente que le hemos dejado los que estamos de vacaciones.

Se extrañaba Nawel de que en este blog no haya contado aún el atentado de Al Qaeda del que fuimos víctimas el pasado día 11 de diciembre. Y no lo he hecho porque considero que en mi vida y en la de los argelinos ocurren cosas mucho más interesantes y más dignas de ser contadas que la agenda de muerte que nos quiere marcar el terrorismo. No quería darles a los terroristas el pequeño gusto de ser el centro de atención de mi blog. Pasan en mi vida cosas mucho más importantes que su enfermiza actividad asesina.

Yo no estoy dispuesto a hacerles el juego a los terroristas y ni siquiera he buscado en prensa noticias sobre el atentado. Considero que buscan repercusión mediática y que una de las armas a mi alcance para luchar contra el terrorismo es precisamente romper con eso, no hacerles publicidad. Si consiguiésemos que no fuese nunca noticia, que nadie se hiciese eco de cualquier atentado, los terroristas perderían su razón de ser y acabaríamos con ellos. Es un sueño, una quimera, lo sé, pero yo pongo mi grano de arena para su materialización, con el mismo desprecio por sus acciones que ellos sienten por la vida humana.

Hoy, el día después de Navidad, cuento cómo lo viví, pero no incluyo fotografías del lugar preciso del atentado, que lógicamente tengo. Me remito en buena parte al correo electrónico que el día 12 escribí a más de un centenar de amigos explicando cómo habían transcurrido los hechos y que me encontraba físicamente bien. En otro momento incluiré una foto de la cocina de la oficina tras el atentado y otra del despacho de Fella y Nawel, donde puede imaginarse lo que le habría sucedido a Fella si momentos antes no hubiese recibido una llamada al móvil con escaso nivel de cobertura, que le obligó a moverse a otro punto de la oficina.


Aquel martes, 11 de diciembre, tenía yo una agenda repleta de actividades. Había decidido afrontar de una vez dos temas de trabajo que para mi eran y son importantes, como la supervisión de todas las consultas comerciales y la formación de los becarios. Era además el último día de trabajo de Ismael, becario de la Cámara de Santiago de Compostela. Teníamos una Misión Comercial de la Cámara de Gipuzkoa para la que había que resolver algunos detalles. Además, a las nueve de la mañana estaban convocados los empresarios de la asociación Confemadera, que iniciaban una misión comercial a Argelia, de modo que decidí ir al trabajo un poco antes de lo habitual y resolver los asuntos más urgentes antes de que llegaran.


En plena reunión, poco después de las nueve y media de la mañana, cuando hablábamos precisamente de la tranquilidad con la que se vive y trabaja en Argel, sonó una primera explosión, que luego hemos sabido que fue la bomba de Ben Aknoun, cerca de mi casa. Todos en la Oficina Comercial pensamos inmediatamente que se trataba de una bomba cercana, porque sacudió el edificio, pero inmediatamente elaboramos, por higiene mental, explicaciones alternativas, desde un terremoto a una explosión de gas, pasando por un accidente en las obras del edificio de al lado. A preguntas de los empresarios, Ismael, que me acompañaba en la reunión, bromeó diciendo que siendo día 11 lo que tocaba era una bomba.


No habían pasado ni diez minutos cuando todo saltó a nuestro alrededor. Estallaron los cristales de las ventanas y las cajas de las persianas, algunos ventanales se arrancaron incluso de cuajo. Las puertas se abrieron haciendo saltar cerraduras o marcos, cedió un falso techo. A la vez, entró una mezcla de humo y polvo y de la calle venía un griterío histérico que aún hoy no he conseguido quitarme de la cabeza. Procedía fundamentalmente de los niños de la escuela que se halla justo enfrente de la Ofcomes, pero también de parte del personal de nuestra oficina y de la empresa Siemens, que se halla al lado. Puedo afirmar que las imágenes de explosiones que vemos en el cine están muy bien logradas y se ajustan a lo que se vive en la realidad.


La Oficina Comercial dispone de tres plantas, una principal, otra superior con seis despachos (entre ellos el mío) y otra inferior con la sala de becarios, garaje y cocina. Al explotarnos la bomba fuimos todos inmediatamente conscientes de que se trataba de un atentado y posiblemente contra nosotros. Mi primera reacción fue comprobar que todos en la sala estábamos bien, ordenar desalojarla y salir al vestíbulo. Allí estaban ya Fella, Mariano y un guardián del edificio. Inmediatamente llegaron Nawel, llorando, junto a Houria y Mariona.

Ninguno parecía herido, aunque consolar a Nawel se hacía difícil. Creo que todos pensábamos, yo al menos sí, que aquello podía no acabar ahí, que podían ocurrir otras explosiones. También pensé que ya no tendría coche, que a su lado habría explotado la bomba, pero casi daba igual en esas circunstancias. Faltaban además cuatro compañeros de trabajo, una secretaria, una becaria y los dos recadistas. Me dijeron que la secretaria, Nolween, no había venido hoy a trabajar. Viendo que los otros no aparecían, aunque los recadistas suelen estar fuera, me temí que en la planta baja la destrucción fuera mayor. Me armé de valor para bajar por la estrecha escalera y al llegar a la sala de becarios no había ni rastro de Erika. Me acerqué a la mesa buscando su cuerpo, visto cómo se había llenado todo de cascotes y mucho polvo. Hasta ahora no se lo había dicho a nadie, pero fue el momento más duro, que afortunadamente sólo duró unos segundos. Al acceder a la cocina, completamente destruida, vi con gran alegría que Erika y Mahmoud se habían refugiado en un pequeño patio, con una cara de angustia difícil de olvidar.

A partir de ahí, por lo menos, sabíamos que todos estábamos a salvo. Empecé a preocuparme por detalles menores, como llamar a nuestras familias o recoger enseres personales antes de que nos desalojaran, si se comprobaba que el edificio sufría daños estructurales. Avisé al Embajador, que en esas circunstancias atravesó la ciudad y se encaminó inmediatamente hacia nuestra oficina, en un gesto que le honra.


Los siguientes minutos fueron confusos, queríamos disponer de información que nadie podía proporcionarnos. Pronto supimos que la bomba no había sido directamente contra nosotros, sino, en la misma manzana, contra las oficinas de los diferentes organismos de las Naciones Unidas. Afortunadamente no ocurrieron nuevas explosiones que hubrían incrementado el estado de angustia.


Las horas siguientes a una situación tan tensa son muy malas. Mientras tuve que asumir la responsabilidad, di instrucciones son serenidad, pero luego ya me derrumbé. Empiezas a pensar en las consecuencias para otros que no han tenido la misma suerte, ves los daños, te hablan de muertos y de mutilados, de un autobús lleno de estudiantes que finalmente no fue tal. La barbarie y la sinrazón terrorista, de seres que en su locura obsesiva han perdido todo sentido de la realidad y del valor de la vida humana por encima de ideas; cuando esas ideas son formas de entender y vivir la vida pero siempre supeditadas a eso, a la vida. Ahí vives el sufrimiento tan injusto que quienes comparten contigo cada día están padeciendo. Piensas en las consecuencias que todo eso puede acarrear y las ilusiones propias y ajenas que la actitud de un iluminado carente de humanidad ha tirado por tierra. Y lo pasas mal, muy mal. Lloras de impotencia porque no puedes cambiar este mundo.


Fui incapaz de quedarme solo desde ese momento. Me daba miedo ir a mi casa y fui acogido las 48 horas siguientes por Erika y su compañero de piso, César, que se portaron de maravilla y me recibieron en su casa con la mayor naturalidad, sin que en ningún momento me sintiera incómodo. Tuve momentos de bajón, que aún se han repetido estando en Bilbao. Tampoco quiero explayarme en lo vivido los días siguientes, me guardo mis lágrimas, alegrías y decepciones. Vas conociendo tragedias personales, gente que ha perdido las piernas, niños que han perdido la vista, muertos, rescatados con vida después de muchas horas.


Respecto a la primera de las explosiones, ocurrió en el barrio de Ben Aknoun, donde yo vivo, a unos 400 metros de mi casa. Creo que he sufrido daños mínimos en la vivienda, únicamente algún adorno roto, pero tampoco he podido comprobarlo muy bien, apenas he pasado por mi casa y la única vez que lo hice solo, para preparar la maleta, me derrumbé. La prueba de fuego será cuando regrese el día 3 de enero y tenga que quedarme a dormir. Debería pedirle a alguien que esa noche venga también a dormir a mi casa, pero parece ridículo a mi edad explicar lo que me ocurre. No obstante, el miedo a quedarme solo lo tenía ya desde unos días antes, por una fuerte bajada de tensión arterial que sufrí y que en algún momento podré contar.


La pregunta que todos los amigos y conocidos me querían hacer era conocer mis planes de futuro. En aquel momento yo no estaba en condiciones de reanudar el trabajo. Tuve la errónea impresión de que la Agregada Comercial, que no estaba presente en el momento del atentado, no tuvo la sensibilidad esperada cuando llegó y daba por supuesto que yo debía seguir trabajando ese día, localizando a los empresarios que estaban trabajando por la ciudad, y al día siguiente resolviendo problemas de la oficina. En aquel momento hubiese cogido una baja médica y desaparecido de un ámbito tan inhumano por una temporada. Pero surgió también la figura de mi compañera Houria, un encanto de persona, a la que estoy infinitamente agradecido por sus intervenciones y los detalles que sé que, sin decirme nada, ha tenido conmigo. Yo me he venido, pero ella, Nawel, Farid, Fernando, los chicos (así es como llamamos cariñosamente a Mahmoud y a Kamel, pese a que ya hace años que dejaron de ser chicos) se han quedado y se tienen que quedar. Y Nolween, que vivía al lado y se ha quedado sin techo donde dormir. Estamos en el mismo barco y, por supuesto, regreso a Argel el día 3 de enero.


El pueblo argelino, las víctimas de este atentado, no se merecen que ese terrorista pueda ni conmigo ni con nadie. La gente en Argelia nos quiere, que te identifiquen como extranjero no es un factor de riesgo, sino motivo para ser agasajado. Siempre se muestran agradables y confiados, es una gente maravillosa. Mi vida es mucho más fácil que la de ellos, simplemente porque he nacido unos kilómetros más al norte. Han sufrido diez años de guerra civil en los que cada noche la angustia que se vivía no distaba demasiado de la de ese martes, han tenido terremotos con infinidad de fallecidos, inundaciones. Y siguen ahí, poniéndome la mejor de las sonrisas. Yo podría regresar a casa y buscarme otra cosa; ellos no pueden hacer lo mismo. Y yo no me voy a ir de esa forma. También podía haberme cogido ya las vacaciones completas y pendientes, pero no he querido cambiar nada, incluso aunque ahora me voy a quedar sin regalos de Navidad, porque en mi casa celebramos los Reyes Magos el 6 de enero y yo estaré en Argel. No tendré regalos este año, pero otros ni siquiera han tenido Navidad.


José Antonio Doñoro,
26 de diciembre de 2007

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