Sé que la historia que voy a narrar va a parecer increíble, pero es absolutamente cierta. Cualquiera de los protagonistas de la época, que cito, podrá corroborarlo.
Cuando llegué a Argel el año 1998 resultaba muy peligroso moverse por la ciudad. Vivíamos en residencias con total seguridad y evitábamos cualquier desplazamiento que no fuera estrictamente necesario. Y, aún así, estos solían realizarse con vehículos blindados.
En esa dinámica de hace sólo once años, realizar una visita turística por la ciudad resultaba impensable. Sin embargo, la realidad era que el clima de seguridad había mejorado mucho con la llegada al poder del general Zerual y que el riesgo de atentado no era en la realidad tan elevado. Así que pocos meses después la situación empezó a normalizarse y fue posible realizar desplazamientos por la ciudad y hacer amigos entre la población local ajena al trabajo de la Embajada.
Ante de venir a trabajar a Argel había leído la biografía de Cervantes y conocía la historia de su cautividad en Argel y la existencia de una cueva en la que se había ocultado para tratar de huir. Pero fueron dos amigos argelinos los que me dijeron que el sitio estaba perfectamente documentado y que aún se conservaban restos de unas plazas colocadas por los españoles mucho tiempo antes. Finalmente me llevaron un día y me encontré ante una plaza semipública en pésimo estado de conservación, a la que resultaba difícil acceder, con basura por todas partes y un pequeño monumento central imposible de describir. Una verja cerraba el acceso al lugar, pero sin embargo era de paso obligado para algunos vecinos, que pasaban entre las rejas de la verja. La plaza daba por una parte a una calle muy degradada, el Bulevar Cervantes, y por la otra se apoyaba en la ladera del monte del llamado “monumento”. Allí se encontraba efectivamente una puerta metálica, también enrejada y candada, que cerraba el paso a una pequeña cueva llena de basura. A la derecha lucía dos placas escritas en castellano. La primera, grande, de bronce, databa de 1877 y había sido colocada por el Ejército español. A su derecha una placa de mármol colocada años después por el Consulado de España en Orán, si no recuerdo mal. La siguiente fotografía reproduce la placa principal, la de bronce, sobre la que versa toda la historia que voy a contar. En ese estado es como se encontraba por aquel entonces.
Mis dos amigos eran trabajadores del Museo de El Muyaidín, el que se encuentra bajo el Monumento a los Mártires, y prometieron hacer algo para mejorar el lugar. Y, efectivamente, todo el entorno fue arreglado poco después, retiraron parte de la basura y se abrió el acceso a la plaza. Durante el año y medio posterior llevé a mucha gente, argelinos y españoles, a conocer el lugar.
Creo que fue un viernes por la tarde de principios de noviembre del año 2000, aunque puedo equivocarme en la fecha, cuando llevé a un amigo, Ernesto, a conocer la cueva. Para mi sorpresa, la placa principal, la de bronce, no estaba. El robo era reciente, porque yo había estado en el lugar un par de días antes. A la otra placa, la de mármol, le habían arrancado un trozo varios meses antes, pero en esta ocasión era toda una placa de bronce, y bien grande, la que había desaparecido. Después de dar un par de vueltas por el lugar descubrí que había sido ocultada a poca distancia, bajo el sitio en el que actualmente hoy se erige el monolito cuya foto publiqué ayer. Estaba casi sepultada bajo algunos leños quemados y algo de basura, pero conocía el lugar y me llamó pronto la atención el cambio en al fisonomía del lugar. Evidentemente, el excesivo peso de la placa había hecho desistir al ladrón y la intención sería regresar para llevársela y venderla como bronce.
Con determinación acerqué mi coche lo máximo posible a la plaza e intenté cargar con la placa. Ernesto se vio arrastrado a ayudarme, porque jamás lo hubiese conseguido yo solo. Juntos la introdujimos en el coche, momento en el que salió gente de una de as casa cercanas con intención de agredirnos. Supongo que me conocían por las muchas veces que había estado en el lugar, pero al verdad es que yo a ellos no. Montamos y arrancamos calle abajo; sin embargo, la parte baja del llamado Boulevard Cervantes era en aquella época una ratonera de la que difícilmente se podía escapar, así que di la vuelta y a toda velocidad me dirigí hacia nuestros perseguidores, a los esquivé en el último momento. Creo que ambos, Ernesto y yo, íbamos a tope de adrenalina, consciente de que por salvar la placa nos habíamos jugado la vida, porque aquella gente iba armada con barras y palos; de hecho, trataron de emplearlos contra el vehículo. Fue Ernesto el primero en hablar.
- Y ahora, ¿qué hacemos?
- No sé, vamos a la Embajada, la llevamos a la oficina y el domingo lo consultamos.
- ¿Con el Embajador?
- No, la placa dice que fue colocada por las tropas españolas, así que lo suyo será preguntarle al Coronel.
- Entonces vamos a casa de Luis y que él decida.
Y juntos nos dirigimos en mi coche a la residencia del Agregado Militar español de la época, el Coronel D. Luis Álvarez.
Yo había estado muchas veces en casa del Coronel Álvarez, al que apreciaba y aprecio muy sinceramente. Siempre igual de cordial, nos recibió esa tarde de viernes con absoluta normalidad, sin pensar que nuestra visita tuviera un interés más allá del ir a pasar la tarde con un amigo. Estuvimos un buen rato hablando de asuntos banales, sin descubrirle el verdadero objeto de la visita. Cuando lo hicimos le cambió la cara y fue el primero en salir adonde había aparcado el coche para ver la placa. Entre todos, incluido su hijo Mario, la colocamos sobre una pequeña fuente de su jardín, la limpiamos y fotografiamos. De entonces es la foto siguiente.
Tiempo después la placa se llevó a las dependencias de la Agregaduría Militar de la Embajada de España, donde continúa.
En los meses siguientes la placa de la cueva de Cervantes dio mucho juego. Su emplazamiento original resultaba muy peligroso, así que se pensó en colocarla en el nuevo Museo del Ejército, en el Instituto Cervantes, o en la residencia del Embajador. La polémica, que la hubo, la gestionó el siguiente Agregado Militar, el Coronel Jordá, con intervención incluso del entonces Ministro de Defensa, Federico Trillo. A mí me aseguraron que estaría invitado a asistir en lugar preferente al acto que se celebrara, que todavía estoy esperando.
En la actualidad la placa luce colgada en la pared del despacho del Agregado Militar de España en Argel. Personalmente pienso que una reproducción sin gran valor comercial, para evitar así su robo, debería ser colocada en el emplazamiento original, junto a la cueva de Cervantes.
jueves, 23 de abril de 2009
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1 comentario:
Muy buena la historia, José Antonio, fuiste protagonista del segundo rescate de Cevantes en Argel tras el de los frailes trinitarios, solo que este, en que casi te cortan la cabeza, resultó mucho más económico para todos.
Saludos.
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