Sucedió hace muchos años, en la década de los setenta del siglo pasado. Yo era aún un niño, pero lo recuerdo perfectamente. Era domingo y nos disponíamos a tomar el segundo plato. Mi madre, de pie frente a la ventana para servir los canelones al horno que había preparado, se dio cuenta de que entre las macetas del balcón había un pájaro de colores llamativos. Nos acercamos todos y comprobamos que se trataba de un periquito azul. Mi padre salió a la terraza y recordó sus dotes de cazador adolescente, porque en un abrir y cejar de ojos el periquito se hallaba en su mano.
Lo primero fue buscarle comida, agua y una jaula. Ésta última fue improvisada con una caja de cartón y muchos agujeros para que respirara y tuviera luz, hasta que al día siguiente pudimos comprar una en una pajarería. Darle de beber fue también sencillo, pero no recuerdo cómo hicimos para que comiera. El pobre animal estaba muy asustado y el que le capturaran le había salvado probablemente la vida. Mi hermano Nacho y yo pensamos rápidamente qué nombre ponerle y tiramos de calendario. Era 3 de octubre y en mi agenda de bolsillo estaba escrito el nombre de San Fausto.
De esa forma, Fausto, un periquito de plumaje azul, pasó a formar parte de nuestra familia. Estaba muy bien educado y en pocos días nos conocía y podía estar incluso fuera de la jaula sin mayores problemas. Le gustaba además esperar el momento en el que mi padre venía del trabajo para comer. Lo hacía posado sobre respaldo de su silla y cuando le veía aparecer por la puerta esperaba a que los demás le diéramos un beso de bienvenida y luego se subía a su hombro.
No sólo en Argelia se realizan matrimonios de conveniencia. En el mundo de los pájaros en cautividad es moneda de uso común. Por eso, un día decidimos escuchar el pasaje bíblico que dice que no es bueno que el hombre esté solo y se lo aplicamos a Fausto. No era bueno que el periquito estuviera solo y había que poner remedio a aquello. Así que un domingo fuimos al mercado de pájaros de la Plaza Nueva de Bilbao y estuvimos eligiendo la mejor esposa para el miembro de la familia que se había quedado en la jaula esperando. Después de mucho debatir y preguntar, porque no es sencillo determinar el sexo de los periquitos, al menos para un humano, compramos una periquita de color blanco, que las primeras semanas se las tuvo tiesas a Fausto, hasta entonces muy feliz en su jaula sin una hembra que le dijera lo que tenía que hacer y sin que nadie le tocara su comida. Pero finalmente se vio que el sex appeal familiar también incluía a nuestro Fausto y la periquita se rindió ante sus encantos. Fruto de aquella rendición vino una descendencia de cuatro pajaritos, que se malogró en un desgraciado accidente que es mejor no recordar. Con ello también se estropeó la armonía familiar y Fausto y la señora de Fausto dejaron de hablarse; o de darse el pico, para ser más exactos, porque lo que es hablar no lo hicieron jamás, al menos en nuestra presencia. Poco después, ella decidió irse de la jaula conyugal, empujó con el pico el comedero hasta extraerlo de su sitio y por el hueco se marchó, dejando a Fausto triste en su nuevo papel de separado.
Poco después, ante el embarazo de mi madre y comentarios sobre la peligrosidad que supone para una embarazada las enfermedades que contagian los pájaros, mi madre decidió regalar a Fausto. Ni que decir tiene que eso supuso una lloreda para mi hermano y para mí, que no pudo compensar el inminente nacimiento de mi hermano Borja. Su onomástica, por cierto, la de San Francisco de Borja, coincide con San fausto en el 3 de octubre,
Cuento todo esto porque estoy escribiendo en la noche de San Fausto y porque siempre me acuerdo de nuestra historia familiar con el periquito cuando veo a los argelinos sacar a pasear el pajarito. No escribo en sentido figurado, sino de pájaros de verdad, de los que sacan a la calle los días festivos con su jaula y todo. En la capital, Argel, no se estila mucho, pero en el resto del país es algo muy curioso y que yo encuentro entrañable. Lo que pasa es que mi punto de vista no es imparcial, gracias a Fausto.
sábado, 3 de octubre de 2009
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