No voy a escribir sobre el nuevo atentado suicida de este sábado en la Cabilia, en Tadmait, antes de llegar a Tizi Ouzou. Ya sabemos que es una región peligrosa. En casi nada afecta a la vida de lso que estamos en Argel en Orán, en Annaba o en el sur. Lo único, la constatación de que han regresado después de varios meses al atentado suicida.
Quería hablar de este nuevo fin de semana que, como todos, está de más. Cuando formas parte de la sociedad, cuando tienes establecido tu hogar en el país, los días de descanso suponen una oportunidad de dedicar algo más de tiempo a uno mismo, a tu entono. Pero, si no se tiene apenas más razón que la laboral para continuar en Argelia, ¿qué se puede hacer a falta de trabajo? Supongo que lo que necesito es un grupo de personas con las que compartir más momentos de mi vida. Pero es lo que hay.
Este viernes estaba prevista la celebración en Madrid de la única clase presencial de mis cursos de doctorado. El miércoles vi incluso la posibilidad de poder acudir, pero un malentendido me dejó sin viaje. Yo notaba que lo necesitaba. Lo sigo notando. De la misma forma que hace un año por estas fechas necesitaba unas días de desahogo tras una serie de varapalos seguidos, el último de ellos la caída de un árbol sobre mi coche, esta vez he acumulado muchos momentos de tensión, el más importante el de la persecución nocturna que relaté hace unos días. Tengo miedo de hacer crack y volver a pasarme cinco meses de baja.
Me he pasado el viernes preparando un examen que al final no sé si tiene lugar el sábado, si se ha anulado, o si ni siquiera se ha cursado mi matrícula. Por la tarde ya no podía más, con la moral por los suelos, ataque de ansiedad incluido, y decidí salir por ahí para dejar transcurrir unas horas vagando. Una invitación a cenar me sacó del agujero.
Ahora mismo vivo en Argel en continua tensión. La penúltima la ha protagonizado una cucaracha, una más, en mi oficina. Omito los detalles. Poco después, al regresar de madrugada a casa, he visto que en el portal de mi escalera no se encendía la luz. No me ha importado demasiado, ya conozco después de cuatro meses dónde está cada cosa. No obstante, caminar por el portal es a veces difícil porque se llena de bolsas de plástico que entran de la calle para darle ese aspecto de paisaje de la India. Esta vez, incluso en el felpudo que se sitúa en el pequeño escalón que baja al rellano de la puerta del ascensor había una bolsa. O eso he creído yo hasta pisarla y oír unos gritos. Eran dos gatos, allá acurrucados, que permanecían probablemente dormidos, porque no se habían movido en todo el tiempo. No sé quién de los tres se ha llevado un susto mayor, porque yo he creído que se trataba de una persona que se me abalanzaba. Luego he tratado de consolar al pobre gato que se ha quedado allí frente a mí. Por las miradas que me ha echado, me temo que le he estropeado una noche de amor desenfrenado. Pero es uno de los problemas de Argelia, la falta de espacio privado en los hogares.
sábado, 7 de marzo de 2009
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