miércoles, 5 de agosto de 2009

Del pulgar y el culito

Jornada muy intensa la de ayer. La víspera había sufrido por la mañana un pequeño problema de salud y luego me había visto afectado moralmente por lo ocurrido con el televisor, que he contado en el comentario anterior. Dormí mal y ayer martes me desperté pronto. Decidí tomarme una ducha antes de nada, para comenzar la jornada bien fresco. Pero al ir a meterme en la bañera me encontré con el cadáver de una cucaracha de tamaño argelino, esto es, como una croqueta pero con patas. O mejor, como el dedo pulgar.

No estaba mi ánimo a las seis y media de la mañana como para ponerme a desinfectar la bañera, así que, como ya me había duchado justo antes de acostarme, sustituí el baño por un lavado a la vieja usanza. Para completar el comienzo de la jornada, se me rompió el toallero al ir a secarme la boca tras limpiarme los dientes. Una pérdida de difícil reparación, porque es de un modelo antiquísimo que hace juego con los sanitarios.

Durante la jornada fui madurando la idea de que tenía que poner freno a tanto desastre. Y nada más salir del trabajo me consagré a resolver los asuntos pendientes. Lo primero, arreglar los pantalones nuevos que me he comprado en Polonia, que me están largos de pata. Puede parecer una tontería, que estando en Bilbao me soluciona mi madre, pero en Argelia tengo que buscarme la vida. Puedo encontrarme con que intenten aprovecharse de que soy extranjero, que me dejen un pata más larga que la otra, que me pierdan los pantalones, que parezca que me lo han hecho bien y al día siguiente descubra que sólo dieron tres puntadas a cada pata. Todo eso y mucho más es posible, y hasta probable, en Argelia, de modo que enfrascarse en la tarea de mandar arreglar los pantalones exige una disposición a la batalla que quien no ha vivido en Argelia es difícil que llegue a entender. El caso es que tuve determinación, pasé por cinco sitios diferentes y acabé entrando en uno que me dio buenas vibraciones. Yo le llamo intuición masculino, para regocijo de mis amigas, que no creen que eso exista. Pero existe, porque di con un lugar en el que por dos euros y medio y en poco más de una hora me tomaron los bajos de ambos pares de pantalones y me los arreglaron. Además, un trabajo aparentemente muy bien hecho. En uno de ellos incluso se han preocupado de hacerme un dobladillo como el que traía el pantalón de origen, que creo que se llama de doble pespunte. O algo así, que lo mío no es la costura.

Con el primer problema arreglado, me lancé a resolver el segundo. Hablé con mi propietario para encontrar una solución a la rotura del toallero. Quedamos en que comprara yo uno nuevo y que él me lo instalará el próximo sábado por le módico precio de un tequila. Que ya serán cuatro o cinco, porque lo conozco. Así que tras visitar varias tiendas de la calle Meissonier me decidí por un modelo importado de España. Aproveché para comprar una nueva alfombrilla para el dormitorio, que sustituya a la que la mujer de la limpieza dejó volar estúpidamente. En esta ocasión me permití un capricho, una nepalí que salió por doce euros.

El siguiente capricho fue comprar un melón por la zona antigua de la ciudad. La fruta es en general bastante cara en Argelia, pero la de producción local suele tener unos precios muy razonables si se sabe buscar en el sitio adecuado. Como se supone que eso es mi trabajo, mal estaríamos si no supiera localizar los precios más baratos del mercado. Así que por menos de un euro me llevé un hermosísimo melón a casa.

Para completar la tarde, me atreví a dejarme cortar el pelo. Tengo muchos reparos a hacerlo en Argelia, que me pongan por el cuello una toalla mugrienta, que me corten con unas tijeras y un peine que… en fin, no doy detalles, que sí que me he cortado el pelo y no quiero estar rascándome la cabeza una semana.

Cuando acabó conmigo, dicho en el mejor de los sentidos, el peluquero sacó la brocha de afeitar, la untó bien untada en un bote de polvos de talco y me la restregó por todo el cuello y la cara, hasta hacer de mí casi un clon de Papá Noel. El caso es que le di doscientos dinares para que se quedara con el cambio y me fui tan feliz a casa. Con un cierto complejo de culito andante de niño pequeño, por los polvos de talco, pero tan feliz y pasando página de todas las desventuras.

Se que me he extendido más de lo que en este mes de agosto pretendía. Y que además dejo la impresión de estar magnificando un par de cuestiones francamente banales. Pero es que estas son básicamente las pequeñas glorias y miserias del día a día en Argelia.

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