jueves, 8 de octubre de 2009

Un día sin cuscús

No voy a hablar del cuscús, es que he transformado la frase “más largo que un día sin pan” por la de un día sin cuscús, para que tuviera un toque más local. Pero, bien pensado, no debería haberlo hecho, porque dejar a un argelino todo un día sin comer pan debe ser peor que un castigo divino. En cualquier restaurante, sea elegante, medio, cutre, muy cutre o de los de entrar con traje de neopreno, lo que nunca falta es el pan. Uno pide un simple trozo de pollo y advierte que no quiere pan, que está a régimen, y al cabo de un minuto les da a los camareros tanta pena verlo ahí, pobre comensal sin pan, que le cortan a rodajas una barra enterita y se la ponen en la mesa. Y si se la come antes de tiempo, porque encima el pan argelino está riquísimo y lo de “pan con pan, comida de tontos” como que da igual (de ahí vendrá la tercera frase echa del post, “dame pan y llámame tonto”), aparecen con otra barra cortadita. Y luego no se cobra, porque el pan es gratis.

En España ocurría eso hace años, pero está desapareciendo. Primero, porque el pan que se reparte desde los obradores está medio elaborado, en media cocción y con todo tipo de aditivos; el despacho de venta de pan lo que hace luego es calentarlo para que tenga apariencia de rico y recién hecho, pero al cabo de dos horas no se lo puedes dar ni a un perro callejero, porque te muerde. Segundo, porque se ha convertido en artículo de lujo, que vale quince veces su precio de Argelia. Y va uno a un restaurante y el pan no se presenta en un cesto, sino en un platillo no más grande que el de la taza de café, en el que el pan cabe y sobra. Llega el camarero con una cesta y unas pinzas y coloca cuidadosamente esa especie de canapé de sólo pan delante del comensal, que no se atreve ni a empezarlo porque si viene luego algo de salsa y se le ocurre untar, aquello no da para mucho. Y tercero, porque el panecillo puede salir, y nunca mejor dicho, por la torta de un pan.

Explicado el título en dos párrafos, lo que yo quería contar es que esta semana se me está haciendo eterna. Es culpa mía, porque la anterior trabajé los siete días. Encima, tengo la costumbre de ir a misa el domingo y en esta ocasión lo hice el sábado al mediodía, porque sabía que el domingo la carga de trabajo iba a resultar agobiante. Así me enteré de que tampoco los dirigentes de la Iglesia local se aclaran con el nuevo fin de semana y han vuelto a cambiar las horas de las misas para dejar la celebración principal los viernes por la mañana, como estaba al principio. El cambio más importante es que la misa a la que acudía yo, los domingos a las seis de la tarde, pasa a celebrarse hora y media más tarde, a las siete y media.

Con el ajetreo del trabajo y el no saber en qué día vivo me ha ocurrido otra cosa: que se me ha olvidado tomar la medicación del psiquiatra. No he seguido una rutina de comidas y me temo que de los últimos seis días la he tomado sólo dos. Yo me siento igual, la verdad, porque tampoco antes me notaba diferente. Mi factor de curación es laboral y eso no va en pastillas. Lo que sí he sufrido son dos crisis de ansiedad en las que me he puesto borde con unas cuantas personas.

2 comentarios:

Niretzat - Para mi dijo...

A ver si estas dos últimas cosas van a estar relacionadas...

Iman dijo...

Hola José Antonio. Me resulta interesante que escribas sobre tus practicas religiosas como cristiano en Argelia. Podrías contar un poco más sobre el tema de las minorías religiosas en Argelia, en sentido, cuales son, qué tamaño tiene la cristiana y qué facilidades y dificultades encuentra en las practicas? Muy poca gente sabe de ello, pero muchos preguntan. Si ya has tocado ese tema antes, dime en qué post.
Un saludo.