Hace tiempo que no cuento cómo es un día de mi vida en Argel. Los laborables suelen resultar todos muy parecidos, como los de cualquier mortal condenado a trabajar, y los festivos bastante aburridos. No obstante, dentro de esa monotonía del día a día hay muchos detalles diferentes para el que vive fuera de Argelia y que resultan curiosos. Por eso, voy a tratar de contar mi jornada de ayer.
Me despertó el despertador del teléfono móvil a las siete y veinte de la mañana. Estiré el brazo para apagarlo y disfruté aún del calor de mi edredón, acurrucado y sin moverme, otros diez minutos, justo el tiempo que tarda el móvil en volver a insistir en que me levante. Esta segunda vez le hice caso, que en Argelia no hay resaca del lunes, porque trabajamos el domingo. Al subir la persiana comprobé que de nuevo íbamos a disfrutar de una jornada primaveral. Me quedé contemplando un par de minutos la entrada de un ferry de pasajeros en el puerto y cómo parecía funcionar una de las grúas de descarga. Pero era una falsa alarma: o me tienen controlado y siguen trabajando cuando yo no miro, o es que en este puerto no dan ni golpe.
Después de recoger un par de cosas que había dejado por el medio antes de acostarme me acerqué al ordenador para corregir el texto escrito la noche anterior. Esta vez resultó fácil, no era ningún tema de actualidad y el uso de los tiempos verbales resultaba perfecto, de modo que lo grabé en el pendrive para poder subirlo a Internet desde donde tuviera acceso a Internet.
Después de ducharme me vestí y antes de tomar ningún líquido me pesé: por fin había roto la barrera de los 81 kilos así que lo celebré con un yogur, una manzana muy rara (otro día lo explico) y un zumo de naranja. Con una llamada al móvil anuncié aun compañero de trabajo que salía de casa, para que saliera también de la suya y recogerle yo de camino. Bajé los ocho pisos de escaleras con cuidado, porque hay un par de rellanos con líquido desconocido en el suelo. Son las cosas de Argelia, así que me lo tomo a bien, pero procuro no caer en la trampa y pegar un patinazo.
Sacar el coche, como casi siempre, toda una odisea. El que cobra por aparcar en mi trozo de calle (cien dinares la noche, o mil dinares por meses) no se conforma con cobrar y pretende ganarse el sueldo dando instrucciones de cómo estacionar y verdaderos cataclismos, con instrucciones al revés. Resulta divertido verle por las mañanas explicar a las estudiantes de la facultad cómo estacionar su vehículo; se suele juntar el hambre con las ganas de comer y no es raro que alguna infeliz se pase cinco minutos maniobrando hasta que algún voluntario le aparca el coche. Esta vez el pardillo que le hizo caso al vigilante fui yo, hasta que choqué contra el coche que estaba detrás. Y, como siempre, no es su culpa, sino que no se han seguido sus confusas instrucciones. Le pedí que dejara de orientarme, que sé maniobrar, pero ni por esas, colocándose además donde más estorbaba. Tres veces tuve que decirle que se callara y me dejara tranquilo, hasta que a la cuarta salí del coche y el agarré por la solapa a gritos. Mano de santo, desgraciadamente, porque esta vez sí que se calló.
Tras la media hora de atasco de rigor, empecé la jornada laboral a las nueve de la mañana. Yo prefería haber estado viendo empresas en la feria, pero hay que hacer lo que con mucho más sentido común te mandan. De todas formas, me pasé buena parte del día investigando un par de temas pendientes, pero desgraciadamente no tuve mucha suerte y no va a lucirme el trabajo.
Me quedé más tiempo en la oficina para resolver un par de cosas personales y tratar de conocer mejor una aplicación informática. Luego, en coche, me fui al hípermercado de la ciudad, el Uno City de Garidi, en el barrio de Kouba. Mi intención era comprar un par de cosas y casi me quedo sin dinero. Y es que da gusto poder comprar en un sitio en el que todo está limpio y ordenado. Creo que por fin va a ser un supermercado moderno y que funcione en Argel, porque está además bien surtido. Al regreso me metí por la autopista en sentido contrario, porque no había ninguna señal que lo indicara. Tuve que echarme a la cuneta y esperar que no pasara nadie para dar la media vuelta.
Después de varios días de régimen semi espartano tocaba un poco de relajo. Ya al mediodía había comido un kebab o chawarma de Aladín, el fastfood de Didouche Mourad donde hacen los mejores kebabs de la ciudad. Por la noche me regalé una cena en los antiguos mataderos. Me recibieron, como en muchos sitios, con un plato de aceitunas, tres platitos de salsas (mayonesa, mostaza y harissa) y un cesto de pan, incluida una galette recién salida del horno. Luego me comí dos pimientos picantes, unos pinchos morunos de pechuga de pavo y unas criadillas asadas. Todo ello regado con una Coca Cola Light cosecha del 2009. No pedí postre, en casa ya me esperaban unos yogures y un trozo de turrón de Jijona.
Del restaurante conduje hasta casa. Allá en la calle se encontraba el vigilante, con cara de pocos amigos. Fue otro de los aparcacoches quien me indicó dónde estacionar, mientras el primero me decía que había sido malo con él por la mañana y que no me hablaba. Después de unas cuantas bromas y de enseñarle el leben (leche ácida, cortada) que había comprado hicimos las paces. Hasta que yo vuelva a perder los estribos, como siempre.
El último capítulo fueron los ocho pisos que desde el jueves pasado que dejó de funcionar el ascensor me subo a pie para llegar a mi casa. Allí, unas horas de estudio, entremezclado con un texto en el ordenador para este blog y el intento de grabar una serie de televisión de su DVD al disco duro del ordenador.
Antes de acostarme decidí hacer de electricista, con muy poco éxito. Había comprado una lámpara de bajo consumo de 23W, equivalente, dicen, a una de 115 watios, para colocar en la sala de estudio. Sin embargo, al desenroscar la bombilla el casquillo se quedó dentro. Y al intentar sacarlo se me cayó al suelo la bombilla, explotando y dejando cristales por todas partes… en una habitación a oscuras. Luego quise cambiar la del váter, porque el cuarto en mi casa está dividido en dos, como en Francia y casi todas las casas argelinas, pero volví a fracasar. No sé pro qué, pero ahora no funciona y me he quedado sin luz en una habitación que además se utiliza con la puerta cerrada.
Podría decir que así transcurrió un día normal y corriente del mes de marzo en Argel. Aunque para completar las veinticuatro horas de relato debería añadir que el martes por la mañana me despertó antes de tiempo la tormenta y el altavoz de la mezquita más cercana. Me levanté al salón a ver amanecer y allí me esperaba un nuevo charco de agua. Y es que han vuelto a casa las goteras, de esas que aparecen un día en el lugar más insospechado y no se vuelve a saber de ellas. Tuve suerte de que no se mojara la alfombra.
miércoles, 18 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
ANTONIO "baya que me estas desalentando de ir a Argelia"... yo en Buenos Aires, duermo hasta tarde los domingos, y ni que hablar de un feriado,(Y que nada me despierte, por que me pone de mal humor) me imagino lo del llamdo a la mezquita, no creo que sea un susurro al oido..no vivo en la ciudad, asi que no escucho los bocinazos del centro, ni el ruido de las autopistas..quizas, a lo lejos es tren de la estacin BERNAL,o el grito del churrero a la mañana "churros" que los debes comer calentitos, si son rellenos con dulce de leche mejor y unos buenos mates...asi, con el diario a cuestas, y modorra,trato de despejarme de la noche anterior, de pizza con amigas (y cerveza quilmes)o algun asado con gente allegada al trabjo( con un tempranillo, rosado ,un syrah o un buen malbec) el vino argentino, es una de las tantas cosas conlos que nos premio la madre naturaleza.
Hasta la proxima
ALEJANDRA
Hola.
El sonido de la llamada ala oración lo oirás más o menos dependiendo de la cercanía a la mezquita y del volumen de la megafonía. No puedo darte una regla fija.
Hola,encontré tu blog de pura casualidad y me gustó leerte.Acaso vives frente a la facultad,en Tilimly?(o algo así).Lo he pensado ya que yo también veía los ferrys salir y estaba justo en la parte trasera de la facultad,era un edificio bien alto y una vez estuvo el ascensor sin funcionar unos tres meses y medio y yo vivía en el sexto.Teníamos la mezquita al lado,por cierto que ese imam tenía la voz algo cascadilla y a mi me gustaba otro que escuchaba algo más lejos jaja.También recuerdo los chawarma sí,los mejorcitos de por allí.En fin me has recordado cosas de mi estancia allí, sentimientos que tenía o cosas que me causaban asombro,disgusto en mis entretelas volcánicas,algunas cosas hermosas también.Un saludo.
Yolanda
Publicar un comentario