domingo, 2 de marzo de 2008

An�cdota en Ramad�n (2)

El pasado 4 de octubre llegu� a Argel con Erika y Mariano, en viaje de Iberia. Los dos se incorporaban a su puesto de becarios en un pa�s que nunca antes hab�an pisado.

Tras una primera visita a la Oficina Comercial, con las presentaciones de rigor, les traslad� a mi casa, donde iba a quedarse a vivir Mariano los primeros d�as. Comimos y hablamos de muchas cosas. Para ellos era un torrente de sensaciones y noticias que recibieron de muy buen grado.

Por la tarde nos fuimos a casa de Ismael, donde la nueva becaria iba a quedarse a vivir los primeros d�as. All�, ella nos dijo que se encontraba cansada y que prefer�a descansar un par de horas mientras Mariano y yo hac�amos algo de deporte en el gimnasio del hotel El Djazair. En lugar de ofrecerme a recogerla, le indiqu� en un papel c�mo pod�a llegar hasta el hotel. Ella ven�a voluntaria a Argel y yo quer�a saber hasta que punto estaba dispuesta a hacer frente a los problemas cotidianos y se atrev�a a moverse sola por la ciudad, en pleno Ramad�n y cuando le hab�an contado historias de agresiones a mujeres. Para mi sorpresa, la primera que me dio en Argel, lo acept� muy bien y qued� en unirse a nosotros en el hotel.

Llegada la hora convenida, Erika no se present�. Mariano me sugiri� ir a buscarla, pero me puse duro y pens� que posiblemente no se hab�a atrevido, de modo que era el momento oportuno para que entendiera que si en Argel no te enfrentas a las dificultades, nadie te saca del apuro. Ten�a que entender que llevar una vida normal supone vencer esos problemas.

Me fui con Mariano a conocer la ciudad. Estuvimos en el monumento de Riad el Feth y luego en la cueva de Cervantes. Antes de ir a cenar par� en un sitio para hacerle un duplicado de las llaves de mi casa. Me ech� la mano al bolsillo y comprob� que el llavero no era el m�o, sino el de la casa de Ismael. Hab�a dejado a la pobre chica sola y sin llaves y esa era sin duda la raz�n por la que no hab�a presentado.

Nos dirigimos inmediatamente a su rescate y, efectivamente, all� estaba lament�ndose de mi mala cabeza y sin probar bocado desde el mediod�a. Cuando llegamos de madrugada a mi casa le� en mi m�vil espa�ol, el �nico del que ella conoc�a el n�mero, un mensaje suyo que preguntaba si yo me hab�a llevado las llaves, porque no se atrev�a a marcharse y dejarlas perdidas dentro, sin ninguna copia.

Creo que tuve la suerte de que a�n no se hab�a tomado la suficiente confianza como para decirme un par de cosas bien merecidas. Y todav�a hoy mantengo la deuda de ense�arle la cueva de Cervantes, sobre la que tengo que escribir otro d�a.

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