Hace un par semanas me llamó mi casero por teléfono para invitarme aquel jueves a comer un cuscús en Ain Taya, donde él vive. Me explicó cómo llegar y además añadió que podía acudir, silo deseaba, con algún amigo o amiga.
Me pasé el resto de la semana dándole vueltas en al cabeza a un detalle bien simple: qué podía yo aportar a la cena. Sé que la solución habitual cuando te invitan unos argelinos es presentarse con unas flores para la señora de la casa, mientras que si la invitación corre por cuenta de extranjeros lo suyo es el embutido de cerdo y el alcohol. Conozco el nulo apego de mi casero hacia la religión mayoritaria del país y su afición a las bebidas de fuerte graduación alcohólica, pero no sé hasta qué punto eso implica que el vino esté presente en su mesa con naturalidad cuando se trata de una reunión familiar.
Al final, con algunas dudas, me decidí por una botella de vino tinto de Rioja. Y para Ain Taya que me fui con una amiga argelina que no me dijo nada al respecto, pero que yo adiviné que estaba pensando que era muy atrevido por mi parte presentarme en un hogar argelino con una botella de vino.
Cuando llegué hasta donde terminaban las indicaciones de mi casero el llamé por teléfono y salió a recibirme vestido con sus mejores galas. Recontó que aquella no era su casa, sino una sala de fiestas que había alquilado para celebrar la pedida de mano de su hija. Aquello era como una boda, con toda la parafernalia de las bodas argelinas. Las mujeres disfrutaban de una velada en una sala con música, bailando con sus mejores trajes, mientras los camareros iban sirviendo pasteles árabes, los que aquí llaman pasteles orientales, y té o café. Los hombres, vestidos con la ropa de ordinario, se aburrían soberanamente en otra sala sin música ni lujo alguno, o dando vueltas por el aparcamiento.
Llevar compañía femenina y sobre todo ser extranjero me sirvió para acceder a la sala de las mujeres, algo reservado a los padres y hermanos de los novios y al novio mismo. De hecho, las mujeres fueron acudiendo por turnos a la otra sala para degustar la comida típica de estos acontecimientos, una sopa y un cuscús, y antes de abandonar la sala de su fiesta se vestían con una prenda de abrigo que no dejaba ver que debajo lucían un traje escotado de fiesta. Muchas incluso se colocaban un pañuelo en la cabeza.
Mi amiga, que me había acompañado al supuesto cuscús guardando un prudente silencio sobre la bebida que yo llevaba conmigo para entregar a mi anfitrión, me preguntó divertida si no iba a darles la botella de vino. Y afortunadamente conseguí que la botella pasara desapercibida, que nadie notara que mi regalo de boda en Argelia era una botella de vino.
miércoles, 1 de julio de 2009
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