Creo que en España se les llama gorrillas, diminutivo de gorra, a los que yo llamo aparcacoches, pero no estoy seguro. Me refiero, en cualquier caso, a la gente que por la vía de los hechos se adueña de una franja de calle y bajo la excusa de que vigila los vehículos cobra por aparcar en la vía pública. En Argelia los tenemos a miles.
Se trata de algo que me parece bien cuando hay grandes aglomeraciones y se necesita contar con alguien que imponga un orden; por ejemplo, en las playas cercanas a Argel. Yo lo veo como un abuso cuando pretenden cobrar por haber aparcado con la mayor normalidad del mundo en una calle. Y me saca de quicio cuando no había nadie al aparcar pero sí que surge el listillo de turno en el momento de abandonar el aparcamiento. En estos casos me suelo negar a pagar, cualquiera que sea el tono que alcance la discusión. Creo que conté cómo en una ocasión se me subió uno de ellos al capó del vehículo para obligarme a pagar y emprendí la marcha con el caradura en el parabrisas delantero, todo valiente al principio y muy asustado cuando al cabo de un rato vio que yo tomaba velocidad y se estaba jugando la vida por 30 dinares, que desde luego que no le di.
En mi calle también cobran por aparcar. Tengo al lado la entrada al parking de la Universidad Central de Argel, la llamada Fac Centrale, y muchos universitarios, la mayoría universitarias, acuden con su coche durante el curso a buscar aparcamiento en las inmediaciones. Los golfillos del barrio han encontrado una forma de hacer dinero: cobran 100 dinares por vehículo y día, o 1.000 dinares por todo el mes. Entre ellos se reparten los ingresos y los horarios de vigilancia.
Durante varios meses estuve pagando para que mi coche durmiera en la calle, pero somos más los abonados que las plazas disponibles, así que eran muchos los días que no encontraba sitio. Como son pocos los argelinos que salen después de las nueve de la noche, a partir de ese momento ya estaba todo lleno y los supuestos vigilantes desaparecían, aunque muchos de ellos hacen la vida en la calle y no resultaba difícil localizarlos por el barrio.
Con el final del curso escolar, a mediados de mayo, disminuyó la entrada de coches y los vigilantes se tomaron vacaciones. A la vista de ello, cambié de táctica: les dije que el mes de junio pagaría por días efectivos, a razón de 100 dinares, como cualquier visitante. Estaba harto de no encontrar ni guardián ni plaza de aparcamiento y de esa forma me aseguraba que al menos pagaría por aparcar. Transcurridos los dos o tres primeros días del mes, que es cuando cobran, volvieron a desaparecer, salvo uno que surgía algunas mañanas. Y en julio ha pasado lo mismo.
Al principio se tomaron bastante mal que dejara de pagar, pero han acabado aceptándolo, quizás porque no les caigo del todo mal. No es fácil encontrar un extranjero que les trate con normalidad, se interese por sus vidas, o se ponga a charlar en su corrillo en la madrugada. La otra noche me encontré a dos de ellos junto al edificio de la Bolsa de Argel, comprando un bocadillo. Eso de presentar a tus amigos de la noche a un extranjero que parece argelino y que se te trata como cualquier otro argelino queda muy bien, de modo que me insistieron para que les hiciera compañía durante un rato. Luego subimos al barrio y me metieron por callejones y escondrijos que yo jamás había pisado. Me resultó sorprendente descubrir vehículos aparentemente abandonados en los que duerme gente, una jaima instalada en mi barrio en la que habitan dos familias, un descampado supuestamente abandonado lleno de gente bastante extraña,… Por momentos no sabía si me encontraba en Argel o en Calcuta, pero no pasé miedo. Eso es porque soy un irresponsable. Verte rodeado de quince o veinte personas, algunos de ellos deficientes físicos o mentales, dentro de un lugar al que has tenido que llegar por un sendero oscuro y entre matorrales, debería asustar a un individuo sensato. A mí me resultó fascinante y mi único temor era la a buen seguro presencia de ratas y cucarachas.
domingo, 26 de julio de 2009
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