miércoles, 8 de julio de 2009

En la gendarmería

Poner una denuncia ante la policía suele ser complicado en todo el mundo. A mí me ha ocurrido varias veces en Bilbao y con diferentes cuerpos. Las dos veces que he acudido a la policía municipal el trato fue bastante malo, con larguísimas esperas y una curiosa coincidencia: la insistencia en que no es necesario acudir allí a presentar denuncias, que se puede hacer en la policía autonómica.

Con estos últimos, la Ertzantza, mi experiencia es aún más desastrosa; cuando me robaron en el coche, en Bilbao, hace cuatro años, y acudí a denunciarlo a la comisaría cercana a mi trabajo, en Barakaldo, me cayó una bronca impresionante por hacerlo en otra localidad diferente a la de los hechos y me dijeron que en todo caso tenía que acudir con el coche para que comprobaran su estado, porque no es fácil trasladar a un agente de una localidad a otra. Al día siguiente me presenté con el coche y por megafonía me impidieron detenerlo en la zona reservada a la entrada de la comisaría, pese a que yo lo llevaba precisamente para que ellos lo vieran. Tuve que buscar un aparcamiento cercano y al llegar a la comisaría se desdijeron de lo anterior, que no se podían presentar así las pruebas y que ya no era necesario comprobar el estado del coche.

La única vez que acudí a denunciar algo a la Guardia Civil, en el aeropuerto de Madrid-Barajas, el trato fue aún peor, de una chulería tal que ni siquiera quisieron atenderme, posiblemente porque mi queja iba contra el trato recibido unos minutos antes de uno de sus agentes que supervisa el control de acceso de pasajeros y equipajes de mano.

Frente a todas esas malas experiencias he de situar el excelente trato recibido en la Jefatura Superior de Policía de Bilbao las dos veces que he ido a presentar una denuncia. Recuerdo que cuando denuncié que me habían estafado en Estambul con la tarjeta de crédito me ofrecieron incluso un café. Y cuando denuncié el robo de la documentación en Casablanca me asesoraron muy acertadamente para que el seguro de mi hogar me cubriera una parte de los daños.

Precisamente en Casablanca acudí a una comisaría marroquí como testigo de una agresión. Aquello no era mucho mejor que en Argelia; un edificio lúgubre y sucio a más no poder; la policía escribiendo con máquinas antiguas y un montón de papeles de calco desgastados; una presencia física tal que no sabía quiénes eran los policías y quiénes los ladrones. En Argelia se le suma además el juego del poli bueno y el poli malo, porque siempre encuentras a alguien que te trata como si fueras el delincuente hasta que aparece otro que sale en tu defensa y pone paz en el lugar.

Mi última visita a una comisaría fue en Argelia, con motivo del robo en la playa de Chenoua, ya comentado en el blog.

Acudimos primeramente al puesto ambulante establecido en la misma playa por la gendarmería. No tenían realmente muchas ganas de trabajar, no tomaron nota de nada y simplemente el jefe del destacamento anotó en su móvil el número del mío, por si tuviera que avisarnos. Nos indicó que acudiéramos a la Gendarmería de Tipaza. Una vez en esta localidad preguntamos a un policía por el lugar y nos dio unas indicaciones equivocadas, las del puesto de policía, donde ya nos señalaron cómo llegar adonde debíamos interponer la denuncia.

La siguiente sorpresa fue comprobar que un policía de tráfico me ayudaba a aparcar… en sitio prohibido, prohibidísimo, porque era al lado de la gendarmería de la provincia de Tipaza, un evidente objetivo terrorista. Aparcar el coche al lado fue así sumamente sencillo, pero lo complicado era entrar, porque el edificio está rodeado de cadenas ornamentales que no dejan hueco para el paso de peatones. Tuvimos que saltar por encima de las cadenas.

Una vez dentro, y explicado el objeto de nuestra visita, insistieron varias veces en que indicara exactamente el modelo de mi coche. Yo creía que era debido al lugar en el que lo había estacionado, pero simplemente pensaban que el robo se había producido dentro del vehículo. Al menos ahí aprendí que en Chenoua Plage hay que dejar siempre el coche en un aparcamiento vigilado y sin ningún objeto a la vista.

Nos indicaron que nos sentáramos a esperar en un banco. Mi amiga estaba realmente compungida, con el estado de ánimo por los suelos. Le pasé el brazo por el hombro y le dije un “venga, que no es nada” para animarla. En ese momento apareció un gendarme joven, con aires de gran chulería, que comenzó a gritarme en árabe. A mis dos primeras frases en francés respondió de nuevo en árabe y, como hago en estos casos, me pasé al castellano. Suele ser muy efectivo, siempre se dan cuenta que si hablo en francés no es por snobismo sino porque soy de verdad extranjero. Entonces siguió recriminándome en francés que estuviera sentado junto a mi amiga, con una cercanía que juzgaba indecorosa.

Aquello era surrealista, con un agente de la autoridad recriminándome de malos modos un comportamiento absolutamente normal. Me sentó fatal y, como me suele ocurrir en esos casos, no me achiqué. Que vayas a denunciar un robo y que la autoridad no se preocupe por una circunstancia grave de inseguridad ciudadana, sino que te trate como si seas el delincuente y se erija en el defensor de la doctrina moral del imán más cercano, es indigno hasta de república bananera. Así que a su chulería opuse la mía y mantuvimos una discusión bastante acalorada, que otro gendarme aplacó diciendo que no pasaba nada, que nos tranquilizáramos. Y lo hice por mi amiga, a la que no quería hacer para un mal trago.

Mientras mi amiga interponía la denuncia yo me mantuve esperando a la entrada. A los pocos minutos acudió de nuevo el mismo gendarme para preguntarme si realmente era extranjero. Enseguida recuperó su tono chulesco que no sé por qué me recordaba a la película El Expreso de Medianoche.

- ¿Es inmigrado o extranjero? (se denomina “inmigré” al argelino que vive en Francia y que, aunque tenga nacionalidad francesa, se sigue considerando argelino). ¿Está visitando a la familia?
- No, soy español y trabajo en Argelia.
- ¿Español? ¿Y de origen?
- Español.
- ¿Es usted musulmán?
- No.
- ¿Tiene sus papeles?
- Claro que sí.
- ¿Sabe que lo que ha hecho es un delito en Argelia?
- ¿Y que he hecho?
- Ya lo sabe, faltar al respeto a una mujer musulmana.
- Oiga, la chica ha sido víctima de un robo, le han quitado todo. Estaba pasando una buena jornada en la playa y de repente se encuentra que los ladrones, que ustedes no han sido capaces de detener, le hacen eso. Necesita sentirse arropada, acompañada. Lo que he hecho ha sido pasarle el brazo así.

Me levante del banco de madera en el que llevaba sentado todo el tiempo y le hice al gendarme el mismo gesto de pasar el brazo por encima del hombro. Era un momento divertido, abrazar al gendarme de la misma forma que él acababa de juzgar indecorosa. Esperaba que rechazara el abrazo, que me dijera de nuevo que eso no se hace en Argelia. Pero, curiosamente, no le molestó. Aún así, continuó.

- Eso no se puede hacer a una mujer en Argelia. Es una falta de respeto. Aquí respetamos a la mujer.
- Eso es ridículo. A la chica no le ha molestado, sabe que yo quería que se sintiera arropado. Nadie se ha preocupado aquí de que se sienta acogida.
- Ha cometido una infracción ¿No ve que el problema es que usted ha faltado al respeto?
- En absoluto. No lo veo así. Mire, yo el problema que veo es que se ha cometido un robo en la playa. Y en lugar de que la policía se preocupe de buscar al ladrón se ve una falta de respeto donde yo veo una obsesión sexual.
- ¿Cuál? ¿No ve que se ha comportado de forma incorrecta?
- Para mí, esa sería la visión de un obseso sexual. Pero quizás me equivoco.

Según acabé de decirlo me di cuenta de que me había pasado. Pero tampoco era momento parea rectificar y si había que tensar aún más la cuerda, lo haría. Sin embargo se calló, dio media vuelta y se fue. Y, claro, pensé:

- Pues sí que lo era y además lo sabe.

Al cabo de un rato salió mi amiga sin el justificante en papel de haber interpuesto la denuncia. Como no se me ocurre ni por asomo pensar que la denuncia tenga formato electrónico y la copia se haya enviado a su buzón de correo electrónico, salir sin un papel en la mano quiere decir que algo ha fallado. Y es que en un país tan surrealista como Argelia le pedían un documento oficial justificativo de su identidad para denunciar el robo de esa documentación. Igual pensaban que hay que acudir con el ladrón para que enseñe un momento la cartera con los documentos, se vaya con el botín y luego prosiga la denuncia. La solución que le dieron en la comisaría, que acudiera a su ayuntamiento a solicitar un duplicado y luego de nuevo a presentar la denuncia, era inviable, porque para solicitar un duplicado se exije obviamente que se haya presentado denuncia previa.

No sabemos qué parte de “me han robado toda mi documentación” no quisieron entender, pero nos tocó conseguir una fotocopia del DNI argelino (carte national) guardada en el archivo de su centro de estudios y acudir de nuevo a Tipaza a presentar la denuncia. Lo de que fuéramos con una simple fotocopia no gustó demasiado, pero mi amiga consiguió convencerles de que resultaría suficiente para interponer su denuncia. Porque, además, no había otra opción.

Todo este relato, surrealista para un occidental y que en nada sorprenderá al que ha vivido o vive en Argelia, forma parte de ese desgaste continuo que supone la vida en Argelia.

1 comentario:

maica dijo...

Hola guapo!Soy Maica.

Me alegra ver q no pierdes tu energía y q sigues auxiliando a damas en apuros.

Un beso.