En el apartamento situado al lado del mío están haciendo obras. No se trata de un simple arreglo, de una mano de pintura a toda la casa o de cambiar algunas maderas. Nada de eso. Una obra que para sí querría Juan de Herrera. Han vaciado completamente el apartamento, tirando todas las paredes y empezado de nuevo.
Al principio me sorprendió que con la cantidad de bolsas de escombros que iban saliendo del apartamento no se produjera demasiado polvo. Todavía no lo entiendo, pero así fue. Además, como la obra la realizaban de día, mientras yo trabajaba, sólo me enteraba los sábados. Pero llegó el Ramadán y la cosa cambió. Tengo la impresión de que han pasado de tener contratada una empresa de demoliciones con absolutos profesionales a ser los mismos dueños quienes se encargan de la posterior reconstrucción. Para empezar, los horarios son draconianos. Comienzan hacia las nueve de la mañana y no se detienen hasta las seis y media de la tarde, para volver a hacer ruido desde las ocho de la noche hasta más allá de la medianoche. Los sacos de cemento en la escalera empezaron ofreciendo una imagen de comunidad polvorienta y ahora ya lo han convertido en un edificio en obras, sólo que habitado. Alguna que otra vez me encuentro con obstáculos que taponan mi puerta; y no se trata de un simple ladrillo, sino de sacos de 50 kilos, que, eso sí, acuden prestos a cambiar de emplazamiento y me piden muy educadamente disculpas.
Creo que hacer obras en casa es una pesadilla parecida en todos los países del mundo. El consuelo que siempre queda es que al acabar se podrá disfrutar del fruto de tanto padecimiento. Pero me temo que si la obra la hace el vecino no hay consuelo que valga. Aún así, me he montado mi película para que me resulte más llevadero. He supuesto que el hecho de que haya un extranjero viviendo en el mismo edificio, en la misma planta, ha podido iluminar una idea en la mente de mis vecinos y suponer que si arreglan convenientemente su apartamento podrán también alquilárselo a un extranjero, de estos tan tontos que pagan cantidades desproporcionadas por un bien que no lo vale. Y, si esto es así, es posible que en unos meses tenga un vecino occidental en la puerta de al lado.
martes, 15 de septiembre de 2009
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