No me resisto a contar una an�cdota sucedida en Gharda�a la semana pasada. El primer d�a de estancia en la ciudad nos acercamos hasta la plaza del mercado, que guarda un cierto parecido, guardando las muchas distancias, con la de la Koutoubia de Marraquech. Despu�s de sacar fotograf�as a casi todas las esquinas, decidimos hacernos fotos con la decoraci�n instalada en uno de los puestos de venta, claramente destinado al consumo de turistas extranjeros. Como se ve�a en la foto de ayer y en la nueva que adjunto, sobre una alfombra colocada en el suelo de la plaza se hab�a instalado una imagen disecada de un peque�o camello y otros adornos t�picos de la casa tradicional del desierto.
En plena faena fotogr�fica nos dimos cuenta de que alguien m�s tambi�n estaba sacando fotos y lo hac�a enfoc�ndonos a nosotros. Result� ser el due�o del negocio, que poco despu�s se nos acerc� a pedir que pos�ramos para �l. Nos sentimos realmente raros, casi japoneses: �ramos nosotros el objeto del espect�culo. Nos llama la atenci�n ver a las mujeres envueltas en t�nicas y escondi�ndose en soportales al paso de turistas, pero lo que a ellos les sorprende es precisamente que su forma de ser diaria nos resulte digna de ser fotografiada.
Evidentemente, sacamos m�s de una foto de mujeres envueltas en t�nicas, aunque con gran disimulo. Aqu� van algunas de ellas, para satisfacer la curiosidad de quienes nunca han visitado la regi�n. No obstante, yo hab�a estado ya anteriormente, hace a�os, y he encontrado que existe ahora una parte importante de la poblaci�n que se separa de esos principios. Ahora es posible encontrarse con mujeres vestidas de forma m�s convencional, algo impensable en los noventa. Incluso un erudito del lugar nos coment� que se ha abierto un debate interno en la comunidad mozabita sobre la aplicaci�n en nuestro siglo de costumbres de hace siglos, como que las mujeres no trabajan fuera de casa o que tengan que desplazarse completamente cubiertas. Mi impresi�n personal, por lo que he visto, es que el debate no est� a�n maduro y que s�lo la fuerza que puedan hacer las nuevas generaciones formadas en la universidad y que quieren ejercer una vida profesional har� que poco a poco evolucione la situaci�n personal de la mujer mozabita.
M�s a�n que en el resto del pa�s, la gente se ha mostrado extraordinariamente amable con nosotros. Primero fue la doctora que no cobr� sus emolumentos en el hospital al que acudimos en consulta de urgencias. Luego, ya el primer d�a, nada m�s bajarnos del coche que nos llev� gratuitamente del palmeral hasta la ciudad, al fotografiar unas flores artificiales de una tienda, el due�o hizo entrar a mi acompa�ante para regalarle una flor. El segundo d�a, el responsable de la biblioteca de El Ateuf nos llev� a visitar su lugar de trabajo y compr� unos refrescos para obsequiarnos. Son s�lo unos ejemplos. Todo eso sin contar la gran simpat�a que desbordaban los responsables de la casa rural del palmeral en la que nos alojamos.
Aunque yo ya hab�a estado, no puedo sino confirmar que la visita a Ghardaia resulta tremendamente interesante para cualquier viajero, m�s all� de la an�cdota de lo estricto de su vida y la situaci�n, para nuestra mentalidad penosa e infrahumana, en la que viven casi todas las mujeres de la ciudad, despose�das de su personalidad para someterse a las reglas del sistema m�s machista que he conocido en mi vida. El trato tan agradable hacia el turista y la cercan�a con la que se relacionan llaman poderos�simamente la atenci�n. Despu�s del atentado sufrido en diciembre que, se quiera o no, hace replantearse si merece la pena asumir el riesgo de seguir en Argelia, esta visita no hace sino reforzar los lazos afectivos que cada d�a nos unen a esta gente tan maravillosa.
El viaje me ha dejado un regusto muy amargo. Mi mejor amiga en Argel, Erika, se ha enfadado conmigo y creo que de modo definitivo. No s� muy bien c�mo ha sucedido, no ha querido hablarlo, aunque creo que ha acumulado odio hacia m� por razones que en parte se me escapan. S�lo en parte. Me hab�a advertido que no le gustan los amigos posesivos y eso forma parte de los defectos de mi car�cter. Lo siento, porque la sigo apreciando hasta donde ella ni imagina, pero me lo hab�an advertido tres personas diferentes y una de ellas no se suele equivocar. Durante un par de d�as me ha hecho sentir muy mal, pero ha repercutido en el trabajo y eso me obliga a pasar p�gina. Lo cuento abiertamente, espero que ella no lo lea, porque creo que lo he aceptado, pese a que me seguir� doliendo, y mucho, durante una temporada. Y tambi�n por eso prefiero no volver la vista atr�s ni repasar en exceso un viaje que �bamos a mantener en secreto.
Ayer por la tarde fui con unos amigos a un bar de moda en Argel, donde una de las principales atracciones es un karaoke. As� pude conocer a un se�or muy mayor, pediatra jubilado, que ha encontrado en la interpretaci�n de canciones de cantantes famosos su vocaci�n a sus m�s de ochenta a�os, al menos en apariencia. Nos comentaba que desde hace much�simo tiempo se honra con la amistad de Charles Aznavour y explicaba que pr�ximamente vendr� a dar un concierto en Argel. Aunque el pobre se�or ya hac�a bastante con cantar, quien ha hecho el mayor de los rid�culos he sido yo. Obligado a cantar en espa�ol, tuve que elegir entre uno de los miembros de la familia Iglesias. Mi versi�n de Hey, fuera de tono, ha resultado de un rid�culo extremo. Francamente, es mejor no dar demasiados detalles para que el autor no se querelle contra m�. Era la primera vez en mi vida que me atrev�a a hacer el rid�culo en un karaoke y, de todas formas, lo he encontrado francamente divertido. M�s a�n en Argelia, donde las posibilidades de ocio son escasas y a m� me hace ahora verdadera falta ocupar los huecos de mi tiempo libre que el final de una amistad antes comentada ha dejado.
He tenido que anular definitivamente el plan de bajar a Djanet la �ltima semana de enero, porque dos de las personas que me propusieron ir juntos no pueden venir a Argelia este invierno. Ahora mismo no s� c�mo quedar� el plan, tampoco tengo ganas de darle demasiadas vueltas. Para compensarlo, he recibido la buena noticia de que muy posiblemente recibir� una visita en unas semanas, en febrero.
En plena faena fotogr�fica nos dimos cuenta de que alguien m�s tambi�n estaba sacando fotos y lo hac�a enfoc�ndonos a nosotros. Result� ser el due�o del negocio, que poco despu�s se nos acerc� a pedir que pos�ramos para �l. Nos sentimos realmente raros, casi japoneses: �ramos nosotros el objeto del espect�culo. Nos llama la atenci�n ver a las mujeres envueltas en t�nicas y escondi�ndose en soportales al paso de turistas, pero lo que a ellos les sorprende es precisamente que su forma de ser diaria nos resulte digna de ser fotografiada.
Evidentemente, sacamos m�s de una foto de mujeres envueltas en t�nicas, aunque con gran disimulo. Aqu� van algunas de ellas, para satisfacer la curiosidad de quienes nunca han visitado la regi�n. No obstante, yo hab�a estado ya anteriormente, hace a�os, y he encontrado que existe ahora una parte importante de la poblaci�n que se separa de esos principios. Ahora es posible encontrarse con mujeres vestidas de forma m�s convencional, algo impensable en los noventa. Incluso un erudito del lugar nos coment� que se ha abierto un debate interno en la comunidad mozabita sobre la aplicaci�n en nuestro siglo de costumbres de hace siglos, como que las mujeres no trabajan fuera de casa o que tengan que desplazarse completamente cubiertas. Mi impresi�n personal, por lo que he visto, es que el debate no est� a�n maduro y que s�lo la fuerza que puedan hacer las nuevas generaciones formadas en la universidad y que quieren ejercer una vida profesional har� que poco a poco evolucione la situaci�n personal de la mujer mozabita.
M�s a�n que en el resto del pa�s, la gente se ha mostrado extraordinariamente amable con nosotros. Primero fue la doctora que no cobr� sus emolumentos en el hospital al que acudimos en consulta de urgencias. Luego, ya el primer d�a, nada m�s bajarnos del coche que nos llev� gratuitamente del palmeral hasta la ciudad, al fotografiar unas flores artificiales de una tienda, el due�o hizo entrar a mi acompa�ante para regalarle una flor. El segundo d�a, el responsable de la biblioteca de El Ateuf nos llev� a visitar su lugar de trabajo y compr� unos refrescos para obsequiarnos. Son s�lo unos ejemplos. Todo eso sin contar la gran simpat�a que desbordaban los responsables de la casa rural del palmeral en la que nos alojamos.
Aunque yo ya hab�a estado, no puedo sino confirmar que la visita a Ghardaia resulta tremendamente interesante para cualquier viajero, m�s all� de la an�cdota de lo estricto de su vida y la situaci�n, para nuestra mentalidad penosa e infrahumana, en la que viven casi todas las mujeres de la ciudad, despose�das de su personalidad para someterse a las reglas del sistema m�s machista que he conocido en mi vida. El trato tan agradable hacia el turista y la cercan�a con la que se relacionan llaman poderos�simamente la atenci�n. Despu�s del atentado sufrido en diciembre que, se quiera o no, hace replantearse si merece la pena asumir el riesgo de seguir en Argelia, esta visita no hace sino reforzar los lazos afectivos que cada d�a nos unen a esta gente tan maravillosa.
El viaje me ha dejado un regusto muy amargo. Mi mejor amiga en Argel, Erika, se ha enfadado conmigo y creo que de modo definitivo. No s� muy bien c�mo ha sucedido, no ha querido hablarlo, aunque creo que ha acumulado odio hacia m� por razones que en parte se me escapan. S�lo en parte. Me hab�a advertido que no le gustan los amigos posesivos y eso forma parte de los defectos de mi car�cter. Lo siento, porque la sigo apreciando hasta donde ella ni imagina, pero me lo hab�an advertido tres personas diferentes y una de ellas no se suele equivocar. Durante un par de d�as me ha hecho sentir muy mal, pero ha repercutido en el trabajo y eso me obliga a pasar p�gina. Lo cuento abiertamente, espero que ella no lo lea, porque creo que lo he aceptado, pese a que me seguir� doliendo, y mucho, durante una temporada. Y tambi�n por eso prefiero no volver la vista atr�s ni repasar en exceso un viaje que �bamos a mantener en secreto.
Ayer por la tarde fui con unos amigos a un bar de moda en Argel, donde una de las principales atracciones es un karaoke. As� pude conocer a un se�or muy mayor, pediatra jubilado, que ha encontrado en la interpretaci�n de canciones de cantantes famosos su vocaci�n a sus m�s de ochenta a�os, al menos en apariencia. Nos comentaba que desde hace much�simo tiempo se honra con la amistad de Charles Aznavour y explicaba que pr�ximamente vendr� a dar un concierto en Argel. Aunque el pobre se�or ya hac�a bastante con cantar, quien ha hecho el mayor de los rid�culos he sido yo. Obligado a cantar en espa�ol, tuve que elegir entre uno de los miembros de la familia Iglesias. Mi versi�n de Hey, fuera de tono, ha resultado de un rid�culo extremo. Francamente, es mejor no dar demasiados detalles para que el autor no se querelle contra m�. Era la primera vez en mi vida que me atrev�a a hacer el rid�culo en un karaoke y, de todas formas, lo he encontrado francamente divertido. M�s a�n en Argelia, donde las posibilidades de ocio son escasas y a m� me hace ahora verdadera falta ocupar los huecos de mi tiempo libre que el final de una amistad antes comentada ha dejado.
He tenido que anular definitivamente el plan de bajar a Djanet la �ltima semana de enero, porque dos de las personas que me propusieron ir juntos no pueden venir a Argelia este invierno. Ahora mismo no s� c�mo quedar� el plan, tampoco tengo ganas de darle demasiadas vueltas. Para compensarlo, he recibido la buena noticia de que muy posiblemente recibir� una visita en unas semanas, en febrero.
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