domingo, 27 de julio de 2008

Aficiones

Voy a confesarme hiperactivo. Me encantan las actividades que requieren una participaci�n activa, no pasiva. Por eso, porque las pel�culas me las puedo montar directamente yo, no soy nada adicto a la televisi�n o al cine. He seguido y me he enganchado alguna vez a alguna serie de televisi�n, pero en general lo que s� de la programaci�n televisiva se debe a la lectura de cr�ticas en prensa. Todos esos famosillos de la tele me son absolutamente desconocidos, no he visto en mi vida ni un solo cap�tulo de esos programas que encierran a gente en una casa y concursan para echarlos hasta que queda uno que se hace famoso. Tampoco he visto en mi vida al del Chiqui- Chiqui o como se llame, excepto dos veces que me puso mi amigo Jon la canci�n en su m�vil. Ni he visto un cap�tulo de Siete Vidas, Aida o series similares. M�s a�n, en Argel tengo un televisor pero ni siquiera el cable de antena para conectarlo, de modo que en todo un a�o s�lo he visto la televisi�n en casas ajenas. Han sido, que yo recuerde y por este orden, una pel�cula de Almod�var en casa de Erika, dos eliminatorias de un concurso de canto, la entrega de los premios Goya y dos pel�culas en casa de Chus, la noche electoral en casa de Pedro, cuatro partidos de f�tbol en casa de Jose y otro m�s en casa de Paul con motivo del cumplea�os de Lula. En total, doce sesiones de televisi�n en un a�o y en todos los casos lo m�s importante no era el televisor sino la agradable compa��a.

Tambi�n me gusta m�s escribir que leer. Me encanta leer, es verdad, pero lo hago con esp�ritu cr�tico y luego siento la necesidad de pasar a la acci�n, de escribir yo tambi�n. Supongo que no hac�a falta que lo contase, que resulta bastante obvio para quien accede al blog. No obstante, escribo mucho m�s de lo que aqu� puede leerse. Tengo varias v�ctimas peri�dicas de mis largos escritos, algunas de los cuales me han sido de mucha utilidad en las �ltimas semanas, a modo de terapia, para poder ser yo mismo. Tengo que dar las gracias, por cierto, a quienes han tenido la paciencia de contestarme casi cada d�a, porque me han ayudado a seguir activo en unas fechas cr�ticas, en las cuales no me sent�a capaz de escribir sobre Argelia.

Con la m�sica me ocurre lo mismo; no soy nada adicto a tener m�sica de fondo en casa y son mis visitas de mayor confianza las que directamente escogen la m�sica y encienden el reproductor, porque saben que no saldr� de m� el hacerlo. Sin embargo, me puedo pasar el d�a cantando y silbando. Como generalmente lo hago de modo inconsciente, si estoy solo, evito en la medida de lo posible ducharme o cocinar a horas intempestivas, porque s� que involuntariamente voy a obsequiar a mis vecinos con un repertorio que de d�a puede resultar agradable, pero que de madrugada alimenta sus instintos asesinos hacia mi persona. Cuando estaba en Bilbao cantaba en un coro. Ma�ana escribir� sobre �l. En Argel he buscado sin �xito la f�rmula para seguir cantando, pero parece complicado.

Creo que mi afici�n por las artes est�ticas en modo activo tiene el l�mite de las llamadas artes pl�sticas, la escultura, la arquitectura y la pintura. Nunca me ha dado por ah� y sin embargo me lo paso muy bien contemplando obras de arte y visitando museos. En Argelia los museos son pocos y mal cuidados. Los m�s antiguos mantienen en general textos en franc�s desde hace treinta, cuarenta o cincuenta a�os, simplemente con los paneles amarilleados por el paso del tiempo. Y en las salas m�s modernas el desconocimiento del �rabe no permite en muchas ocasiones enterarse de las explicaciones escritas en relaci�n a lo que se est� viendo. El museo que he visitado en m�s ocasiones es el del fuerte turco de Tamantfoust, en La Perrouge, porque he llevado seis o siete veces a amigos a comer a mi restaurante favorito y siempre procuro que visiten el fuerte. Las dos �ltimas veces que entr� ya ni me cobraron la entrada. En una ocasi�n se nos ocurri� solicitar una visita guiada. Tuvieron que localizar apresuradamente al gu�a, que no debe estar acostumbrado a esas cosas, y los tres primeros minutos de explicaci�n fueron suficientes para descubrir que una vista sin gu�a y sin traductor resultaba incluso m�s provechosa, pese a la indudable simpat�a y buena voluntad del gu�a del fuerte.

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