Me han preguntado dos personas sobre las elecciones norteamericanas. Y voy a dar mi opinión desde una óptica un poco diferente a la habitual. Escribo nada más llegar desde Nueva York, aunque publicaré el texto dentro de una o dos semanas.
Como observador, cuando he estado en Estados Unidos he comprobado que los votantes del Partido Republicano se hayan escondidos, a la defensiva. La política del presidente Bush ha sido muy mala, perseverando en los errores. En su guerra de Irak lleva más de tres mil norteamericanos muertos, más que en los atentados del 11 de septiembre. Lo sorprendente es que no se haya iniciado un procedimiento de destitución, toda vez que las pruebas de haber mentido para que el Congreso aprobara la “intervención” en Irak son evidentes.
Los dos grandes partidos eligen a sus candidatos en elecciones internas previas. De entre quienes se presentaban, curiosamente los electores de ambos han escogido a los candidatos más alejados de los órganos internos de poder. Resulta muy llamativo en el caso republicano, porque el único precedente moderno fue la elección de Ronald Reagan en 1980 y aún así tuvo que pactar que el candidato a vicepresidente fuera Bush padre. Las influencias en el campo demócrata van más por familias y sensibilidades que por grupos económicos, pero Obama ha tenido muy difícil superar la red tejida por los Clinton.
La política americana tiene muy poco que ver con la dicotomía izquierda-derecha que se estila en Europa. Los electos no están sujetos a disciplina de partido y tanto congresistas como senadores votan en función de los intereses de sus representados. Y en cada estado de la Unión existen circunstancias muy diferentes y sensibilidades diferentes en temas esenciales, de los que en Europa sirven para colocar la etiqueta política. La Internacional Socialista, la Internacional Conservadora y la Internacional Liberal no cuentan para los grandes partidos norteamericanos.
La elección de presidente es indirecta, heredada de un sistema arcaico, de cuando las comunicaciones resultaban complicadas. Entonces cada Estado celebraba unas elecciones para elegir representantes que deberían acudir a Washington a votar por un candidato. Y todavía se hace así, de modo que lo importante es hacerse con más representantes ese día, no con más votos totales. Este año hay pocas dudas de que en voto total ganará Obama, pero Mc Cain conserva la esperanza de vencer por escaso margen en algunos Estados y obtener así una mayoría de delegados.
Donde yo he estado, Nueva York y Massachussets, la victoria de Obama será abrumadora. La comunidad de raza negra lo ha asumido como uno de los suyos y está ilusionada con las elecciones. No importa que Obama sea tan blanco por parte de madre como negro por parte de padre, puesto que la mayoría de la comunidad negra tiene algún antepasado de raza blanca. Hay muchos nuevos inscritos para votar (el que no se inscribe expresamente con carácter previo no tiene derecho de sufragio) y en el campo demócrata se ha hecho un gran esfuerzo para que se acuda a votar en masa. A cundido el rumor de que Mc Cain está gravemente enfermo y la candidata a la vicepresidencia no ha demostrado precisamente talla de estadista. Pero no he percibido cuál es la situación en el resto del país. Mi percepción, en cualquier caso, es de una victoria holgada del candidato del partido demócrata.
La mayoría de los argelinos prefiere la victoria de Obama, aunque mi impresión es que para Argelia es mejor una victoria de Mc Cain. El equipo republicano ofrece menos dudas en política internacional, se encuentra menos comprometido con los grupos de presión judíos y su estilo liberal debería calmar la tensión internacional. Para España, en cambio, creo que es mucho mejor que venza Obama. Y como no soy argelino sino español, se puede deducir quien prefiero que gane.
miércoles, 29 de octubre de 2008
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