miércoles, 29 de octubre de 2008

La factura

En Europa nos hemos acostumbrado hasta tal punto a que el acceso a los servicios sea tan sencillo como disponer de dinero para pagarlos, que la vida diaria en Argelia se nos convierte en una lucha permanente, un desgaste psicológico muy difícil de sobrellevar.

Ahora llego a mi casa de Argel y al dar al interruptor me alegra comprobar que la luz se enciende… cuando efectivamente hay luz. Y antes de enjabonarme las manos abro el grifo para comprobar que luego podré limpiármelas. Si llamo a alguien y no contesta al teléfono no doy por hecho que no está, puede que la llamada no le haya llegado. Y si alguien me promete enviarme un correo electrónico desde su casa lo hará con la coletilla “inshallah”, si Dios quiere, porque no siempre quiere en Argelia.

Hago un aparte (que otros llaman un inciso, pero yo creo que no es exactamente lo mismo) para señalar que mientras escribía esto se ha cortado durante unos segundos la luz en mi casa de Argel. No creo que sea un castigo divino por la ironía del párrafo anterior, sino más bien un fallo más que achacar a Sonelgaz, la compañía pública suministradora en régimen de monopolio de hecho, y hasta poquísimo de derecho, de gas y electricidad.

Conseguir dar de alta una línea telefónica en Argelia es casi tan difícil como darla de baja en España. Lo mismo ocurre con la electricidad, el agua y el gas. Más fácil resulta conseguir una conexión a Internet, televisión de pago (mayoritariamente pirateada y permite ver gratis todas las llamadas taquillas, que en teoría son opciones de compra adicional) o una línea de móvil.

Una vez conseguido el servicio, el siguiente reto es conservarlo, porque la falta de pago, o el pago pero que por error no se contabilice, implica el corte del servicio o suministro. No suele ser un problema de coste excesivo, excepto para quienes se quedan colgados del teléfono como si tuvieran tarifa plana y olvidan que llamar a casa es una llamada intercontinental. A modo de ejemplo, el recibo de luz y gas llega conjuntamente cada tres meses y yo pago algo más de mil dinares en invierno, que uso la calefacción. Adjunto una foto de mi último recibo.

Domiciliar una factura tiene sus complicaciones. Lo primero que se necesita es una cuenta bancaria, con los problemas que eso acarrea. Y hay que estar pendiente de que en las fechas habituales la factura se pague, porque si por uno de los mil posibles errores que pueden ocurrir durante la gestión la factura no figura como pagada… ¡corte seguro!

Otra posibilidad suele ser acudir a una Oficina de Correos, llamada La Poste o la PTT, y pagar el recibo. Nuevamente se corre el riesgo de que la empresa que facilita el servicio no se dé por enterada dentro del plazo marcado para el pago y… ¡corte seguro!

Lo mejor es acudir con el recibo, el dinero para los cambios y mucha paciencia a la oficina de cobros de la empresa correspondiente, hacer las colas en las diferentes ventanillas que corresponda y liquidar la deuda.

Mi última factura de Sonelgaz, que es la que se ve en la imagen, tiene fecha de 9 de agosto e indica como fecha límite de pago el día 10. Todo muy precipitado, pero posible, si no fuera porque en realidad la factura me llegó el 12. Aún así, no me han cortado el suministro de gas y electricidad, al menos de momento.

Un corte en el suministro de luz, gas o agua tiene sus complicaciones. Además de pagar la factura más una tarifa adicional por reenganche (incluso si el corte en el suministro se debe a un error de la compañía) hay que estar en el domicilio en el momento en el que aparezcan los operarios a reestablecer el suministro. No se puede saber a ciencia cierta el día ni la hora a la que aparecerán, pero si el pobre ciudadano se encuentra ausente tienen orden de evitar que al reestablecer el suministro se produzca un accidente porque se haya dejado una espita de gas abierta, un grifo sin cerrar o un cable eléctrico atado a la mecedora de la suegra. Así que toca volver a acercarse a la compañía suministradora para volver a pagar el nuevo desplazamiento de los operarios.

Dado que la mayoría de los expatriados viven solos y dentro de la jornada laboral no se hallan en su domicilio, olvidarse de pagar el recibo de la luz puede significar pasarse una temporada a dos velas.

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