Me encontraba en abril del pasado año pasando unos días en Estambul cuando tres personas diferentes me avisaron en el plazo de dos días de que se había convocado el concurso-oposición para cubrir la plaza de Analista de Mercado en Argel. La primera de las tres fue Mercedes, una amiga que trabajaba en la Cancillería de la Embajada de España y que me escribió el mensaje el mismo día que se publicaba la convocatoria y además a primera hora de la mañana.
Cuando me incorporé a mi puesto el 23 de junio de 2007, acudí el primer día a su casa para agradecerle personalmente ese gesto y muchos otros que había tenido conmigo. La encontré enferma y demacrada, llevaba unos días que no se encontraba bien y esa misma semana salía para España para que la viera un médico. Fue la última vez que nos vimos, porque pocos días después le confirmaban la gravedad de su estado y cogía la baja médica.
Yo hablé con Mercedes hace unas semanas. Estuvimos bromeando por teléfono y recordando aquel día en julio del 99 cuando me ofreció en su casa un zumo de siete vitaminas y del primer trago descubrí con horror que era más bien de siete vegetales, cuando yo no como ninguna verdura. Y recordamos alguna otra anécdota. También me confirmó con gran serenidad que la enfermedad le había ganado la batalla, pero quería verle el lado positivo y me añadió que ya había vivido al menos cuatro años más desde que le diagnosticaron un primer cáncer y que contra casi todos los pronósticos había podido acompañarnos todo ese tiempo. No tenía dolores y los médicos ya le habían asegurado que así sería hasta el final.
Y así fue. El pasado viernes Mercedes se durmió plácida y definitivamente en su casa de Toledo. Al día siguiente, sus amigos cumplieron su última voluntad, esparciendo sus cenizas donde ella había elegido y tomando una cerveza de esas de las que en sus últimos años tuvo que prescindir por prescripción médica, pero que tenía que volver a estar presente en esos instantes. Porque Mercedes no quería una despedida triste, que la recordaran llorando, sino riendo y como fue en sus mejores momentos.
Yo no estoy en Argel. En agosto estuve escribiendo en mi casa del barrio de Ben Aknún varios comentarios cada día, que luego no publicaba. Pero los he ido programando, algunos ligeramente modificados, para su inserción automática diaria. Con eso, más la media docena de textos que he escrito posteriormente, he conseguido mantener vivo este canal de comunicación mientras ponía distancia física y psíquica para recuperarme. Entre el atentado de diciembre y mi percepción de incomprensión y tensión en el ámbito laboral habían podido conmigo.
Estos días he puesto distancia y estoy en Nueva York. Ante un ordenador que resulta complicado para escribir acentos y eñes, he decidido romper la programción del blog para rendir este homenaje a Mercedes. Voy a recuperar la normalidad de escribir cada día, aunque sea para describir la vida neoyorquina y mis experiencias por el mundo de estas últimas semanas. Necesito un par de jornadas para regresar a casa, simplemente.
Yo espero que Mercedes pueda seguir leyendo el blog desde ese cielo cuya existencia ella descartaba. Porque yo sí creo en Dios y espero que le haya ofrecido la sorpresa simbólica de un espacio para ese alma tan grande en el otro mundo. Y allí la tendremos, con un ordenador divino leyendo el blog y una cervecita fría al lado.
miércoles, 8 de octubre de 2008
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