Ayer por la tarde volvían del colegio tres niños de mi escalera y me llamó la atención observar que un vecino les seguía tocándoles la cabeza como muestra de cariño. Es algo que he visto hacer muchas veces, particularmente a los más piadosos y generalmente hacia bebés, a modo de bendición acompañando el gesto de unas palabras, para manifestar el cariño hacia una obra de Dios, de Alá en árabe.
Pero ayer este gesto me llamó más la atención. Y creo que se debe a que en los días que he estado tratando de evadir mi mente en Estados Unidos he interiorizado la paranoia de los norteamericanos con los abusos sexuales hacia los niños. Allí, ningún profesor se queda a solas con un niño e incluso los sacerdotes tienen instrucciones de evitar esas situaciones. Un domingo acudí a misa en la Catedral de San Patricio y en la hoja parroquial había un apartado destinado a denunciar antiguos abusos sexuales a niños. En los autobuses hay carteles y folletos con un protocolo a seguir si alguien considera que lo que podría considerarse un empellón propio de las aglomeraciones de hora punta ha tenido una voluntad de tocamiento. En una estación de ferrocarril neoyorkina había una niña de unos cinco años que intentaba beber agua fresca de un grifo y no alcanzaba a hacerlo. Yo le ayudé pulsando el dispositivo que abría el grifo y me sorprendí a mí mismo siendo capaz de decirle en inglés que empleara la palma de su mano a modo de cuenco. Afortunadamente no lo hice izando a la niña en brazos, como inmediatamente me advirtieron que en Estados Unidos no puede hacerse, porque muchas mentes enfermas que pululan por allí pueden ver un gesto libidinoso… ¡hacia una niña de no más de cinco años!
En más de una ocasión he criticado otras actitudes que se dan en Argelia y que atacan especialmente a la libertad de la mujer. En cambio, lo que ayer me llamó la atención es todo lo contrario, un gesto de amor, puro, que en Argelia se puede seguir dando mientras el resto del mundo parece haberse vuelto un poco loco.
lunes, 27 de octubre de 2008
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