Ayer regresé a Argel. Han sido casi dos meses de ausencia. Yo esperaba un regreso cargado de ilusión, ser recibido por una ciudad radiante y llena de luz, encontrarme con ganas de aventura, de palpar cada detalle. Y no ha sido exactamente así.
No he regresado para realizar mi trabajo, porque sigo de baja médica, sino para resolver un asunto personal importante. Tengo que buscar vivienda y mudarme en los próximos días. Me hubiera gustado compartir piso este año, pero al no estar en Argel me he quedado descolocado de cualquier posibilidad y ahora tengo que aceptar urgentemente lo que me ofrezcan.
A varias de las personas jóvenes que han venido a trabajar a Argelia les he comentado alguna vez que vivieran su experiencia como un aventura excitante y diferente, para lo que resulta siempre necesario poner distancia con lo que dejan en casa. Esta vez he caído yo mismo en mi propia trampa. El avión que me traía ayer de Madrid se dejaba allí mi corazón y mi mente, lo que me hace muy dura la estancia. No podré tomármela como esa aventura que siempre he querido impulsar, sino como un mal menor por razones laborales.
El cielo estaba además gris, en un día brumoso. Esa lluvia que ya amenazaba al aterrizar se hizo realidad a media tarde para sumirme casi a ritmo de blues en un clima de melancolía idéntico al posterior a los atentados de diciembre pasado. Entonces fue la constatación del fin de un sueño y la necesidad de sentir la cercanía de los seres queridos, para abrazarles y tenerles a mi lado. Es posible que también ahora sea el despertar de un sueño, no lo sé.
Cuando llegué del aeropuerto a mi edificio fui recibido de manera muy cariñosa por mis vecinos. Uno de ellos me ayudó a subir todo el equipaje y, como yo llegaba sin llaves de mi apartamento, el vecino de la puerta de al lado de la mía se encargó de guardarlo todo en su casa. Tampoco tenía coche, porque lo dejé reparando y para recogerlo tendré que pagarle al mecánico con el dinero guardado en casa. Y luego renovar el seguro.
Hasta hace poco conservaba una copia de las llaves de casa y del coche en mi oficina, para recurrir a ellas en caso de necesidad; pero cuando en agosto pasado tuve que ir a mi despacho un sábado a buscar mi tarjeta de crédito, recibí al día siguiente la llamada de la responsable de mi oficina indicándome que estando de baja no debía entrar fuera del horario de trabajo y que los guardianes le habían consultado si debían permitirme el acceso. Ante la evidencia de que en caso de necesidad de poco me serviría tener una copia de mis llaves en mi despacho, se las hice llegar a Marta. Así que, con el equipaje ya a buen resguardo, me decidí por bajar andando a su encuentro hasta el centro de Argel y así pulsar de paso el ambiente de la ciudad, comprobar los cambios y la evolución en mi ausencia. Y recuperar esas buenas vibraciones que a mi llegada no había sentido.
En Argelia los cambios son muy lentos y dos meses de ausencia no implican demasiadas novedades. Al poco de iniciar mi caminar empezó a llover, al principio ligeramente y luego ya descargando agua sin ningún miramiento. Yo había dejado Argel en pleno mes de agosto, con muchos inmigrantes en las calles que le daban un toque especial a la ciudad, una mezcla cultural algo extraña. Y regresaba en otoño, tras el Ramadán y su involución sociológica que se repite año tras año. Es precisamente el momento en el que al reiniciar la actividad normal se modifican parcialmente viejas actitudes, pero tampoco son como para echar cohetes. Los mismos controles policiales, los mismos atascos, la misma anarquía de los peatones en días de lluvia esquivando charcos. Hasta la misma zanja de obra frente a la Embajada de Canadá, aunque debo reconocer que unos metros sí que ha avanzado.
Un momento muy agradable fue el reencuentro con el profesorado del Instituto Cervantes, reforzado con la llegada de Alex desde Orán. Y conocer, aunque sólo fuera para intercambiar un saludo, a Inma. Sólo la conocía por el intercambio de correos electrónicos, a partir de este blog. Un día le conté cómo me la imaginaba físicamente y me respondió que había acertado, que seguro que había visto fotos suyas. Pero lo cierto es que no le había puesto esa cara tan simpática que ayer lucía. No me extraña que sus moritos de Crevillent la echen de menos.
Para regresar a casa opté por revivir viejas experiencias. Conseguir un taxi en Argel requiere unas habilidades que se atrofian cuando se dejan de practicar, lo que es precisamente mi caso desde que cuento con vehículo propio. Y mucho más complicado es salir airoso en día de lluvia y a la hora que las mujeres desaparecen de las calles y las rezagadas se abalanzan casi literalmente sobre los taxis, que les dan lógica preferencia por lo muy desagradable que para una mujer no acompañada es desenvolverse por la noche por las calles de Argel. Así que opté por el autobús urbano.
Los argelinos se quejan mucho de la calidad del servicio de autobuses de Argel. Yo sólo puedo decir que estuve esperando en la parada de La Grande Poste desde las seis y diez hasta las siete y veinticinco.
Y así entré en mi casa cinco horas después de aterrizar en el aeropuerto, para comprobar que la asistenta no ha venido ni una sola vez en más de dos meses, si cuento el tiempo en el que tampoco acudió las dos últimas veces que tenía que hacerlo en agosto, cuando yo estaba en el apartamento. Debería exclamar eso de “¡cómo está el servicio!”, que tan popular hizo el cine español de hace tres o cuatro décadas. Porque es mejor buscar el lado divertido y no arriesgarme a una crisis de ansiedad, por mucho que me haya traído la medicación conmigo.
Lo que no logro entender del todo es por qué este Argel de un martes lluvioso de octubre de 2008 me ha recordado tanto al triste Argel de diciembre de 2008, cuando han pasado 315 días del horrible atentado. Ahora, mientras escribo, tengo miedo de que mi recuperación no vaya tan bien como yo creía. Aunque puede ser pasajero, la mañana del miércoles he preferido dedicarla al “dolce far niente”, a quedarme sin más en casa, y la moral ha remontado bastante. Por eso me he decidido a colgar el comentario, aunque sea por la tarde.
miércoles, 22 de octubre de 2008
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1 comentario:
Bienvenido José Antonio !
Al aterrizar el avion ,en tu corazon vivia melancolia, al publicar tu comentario hoy por la tarde te sentias mejor, y espero que leyendo el mio en este momento, tu estado animico esté al tope por recordarte los melores momentos que viviste aqui,y que hasta si fueron buenisimos, no se comparen nada con otros mejores que conoceras en el futuro.
Yo entiendo perfectamente la sensacion que tuviste al regresar aqui bajo aquel cielo de un martes que no puso agarrar unas lagrimas naturales al despedirse de un verano tan vivo .
Todas las sencsaciones que vives ,solo quedaran recuerdos de un pasado del cual seras la unica persona a juzgar de bueno o malo; y eso dependera de como tomaras las cosas en un pais que normalmente ya conoces muy bien.Todo dependera de como elegiras de continuar a administrar tu trabajo en colaboracion con gente que, por desgracia no tenemos la posibilidad de elegir!, todo dependera de como tomaran las cosas de modo que no lo pagues con tu salud.
Ness quien te desea suerte.
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