martes, 17 de junio de 2008

El est�o

Ya ha llegado. Le ha costado, ciertamente. Yo daba por supuesto que estar�a con nosotros desde primeros de mayo, pero no ha sido as�. Mis referencias estaban equivocadas, la memoria juega esas malas pasadas, una prueba de lo mucho que en mi cabeza hab�a desconectado de Argelia y de que todo es nuevo para m� desde que aterric� el a�o pasado.

Me refiero al verano. Lo he estado echando de menos durante mes y medio, quiz�s porque una primavera lluviosa no encaja mucho en mis esquemas de lo que uno se espera encontrar viviendo en Argel. Y ahora es posible que en algunos momentos empiece a detestarlo, cuando me agobie desde el amanecer, los asientos del coche echen humo a las siete y media de la ma�ana para ir a trabajar y por la noche eche en falta un aparato de aire de acondicionado en mi casa. Pero lo echaba de menos. La oficina en la que trabajo es muy h�meda y hasta la semana pasada echaba en falta la calefacci�n para evitar que esa humedad me calara hasta los huesos. A quien se le cuente que trabajamos con los pies helados en Argel hasta primeros de junio le costar� creernos, pero me imagino que tiene mucho que ver el que est�n construyendo un edificio pegado al nuestro que adem�s de traspasar la humedad del cemento fresco ha convertido en unos pocos meses mi despacho en un lugar sombr�o y poco agradable para trabajar.

Pero ahora ya es tiempo de verano y lo primero que he hecho ha sido quitar del armario toda la ropa de invierno, las camisas de manga larga, la gabardina, los abrigos,? Todo. Ten�a tantas ganas que no he esperado ni un d�a m�s y en cuanto he ca�do en la cuenta de que todos los ropajes sobraban me he puesto a vaciar el colgador del armario. Creo que el pr�ximo oto�o seguir� en Argel, de modo que no voy a llevarme la ropa de vuelta a Bilbao en el pr�ximo viaje. La dejar� bien recogida en el armario de la habitaci�n de invitados.

Se ha acabado la posibilidad de bajar al desierto hasta mediados de septiembre. Es �poca de conocer la costa, las grandes ciudades de pasado colonial franc�s y presente degradado de Annaba, Or�n y Bejaia o las menos conocidas pero coquetas de Cherchell, Jijel, Skikda y Mostaganem. De pasar el d�a en Zeralda, Club de Pinos, Chenoua o Sidi Fredj y sufir un atasco descomunal para regresar a casa. De comer pescado o marisco al borde del mar en La Madrague, La Perrouge o Bouharoun para encontrarte con media colonia de expatriados que ha tenido exactamente la misma idea. De las piscinas del Aurassi, Sheraton o El Djazair, donde la primera vez las chicas se sorprenden al comprobar que la prenda habitual de ba�o es el bikini y que usar ba�ador completo llama incluso la atenci�n, todo lo contrario que en la playa. De los helados de Staoueli o directamente en el centro de Argel de Dolce Cabanna, donde mi favorito sigue siendo el de pera, dif�cil de encontrar, por m�s que a Ernesto le encante ese de caf� al que yo encuentro gusto a caf� soluble. De caminar por el paseo mar�timo despu�s de cenar, desde La Grande Poste hasta m�s all� del Basti�n 23. De ir a visitar a los amigos de Bab el Ued o Hussein Dey y sentarse en plena calle con ellos y sus vecinos a charlar hasta medianoche. De tomar el aut�ntico t� a la menta del desierto con unos cacahuetes en Ben Akn�n. De gorronear a los compatriotas que tienen piso con terraza, para organizar alguna que otra cena de las que acaban al alba con una lata de mejillones. Y de dormir desnudo encima de la cama, con la ventana abierta, el insecticida el�ctrico de pastillas enchufado y el de spray a mano para acabar con ese mosquito que adem�s de sacarte la sangre lo hace zumb�ndote al o�do para que no pegues ojo en toda la noche.

El verano tiene su encanto en Argel. A m� me gusta, pese a que algunos d�as resultan excesivamente c�lidos y da rabia tener que trabajar entre cuatro paredes con un sol que invita a escaparse a la playa. El a�o pasado yo estaba reci�n llegado, no ten�a coche y tuve que dedicarle muchas horas a ponerme al d�a del pa�s y del trabajo. �ste ser� muy diferente.

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