jueves, 14 de agosto de 2008

El armario

No, el título no significa que me haya hecho homosexual y vaya a hacer un reconocimiento público. Con la cantidad de cosas que cuento aquí y el toque intimista y sincero que le doy al blog, creo que lo hubiera contado desde el principio. Pero no me voy a hacer gay con el fin de tener algo interesante que contar. Ya de por sí me cuesta eso de que los hombres me suelten cuatro besos si hace tiempo que no me ven, como para que encima me besen con cariño y esperando reciprocidad. Prefiero que sean ellas las que se muestren cariñosas conmigo.

El armario del título es el de la cocina de mi casa. Es una historia rara, absurda, muy argelina. Creo que en circunstancias normales me haría reír, pero en mi actual estado es para llorar.

Hace casi un año pagué 455.000 dinares por el alquiler del apartamento en el que vivo. Se paga siempre por anticipado la duración total acordada, en este caso de doce mensualidades a 35.000 dinares más la comisión de la agencia inmobiliaria, que en mi caso no hizo nada más que enseñarme el piso y presentarme al dueño, con el que ya negocié directamente los inconvenientes que le veía a la casa y las reparaciones básicas a efectuar. Cuando llevaba mes y medio viviendo en él piso, el propietario me propuso prolongar el acuerdo por un segundo año y pagárselo ya, a cambio de un buen descuento. Me habló de 100.000 dinares menos, lo que suponía, 320.000 dinares por doce meses, una vez que la comisión de la inmobiliaria había desaparecido. Yo contraataqué exponiendo los fallos que tiene la casa y las reparaciones necesarias, sobre todo en las maderas, incluyendo un armario en la cocina que por dentro estaba lleno de pegotes de cal y con los tubos del agua y el gas al descubierto. Al cabo de un mes me vino con una propuesta concreta, peor que la anterior, sobre la que negociamos. Y quedamos e que me quedaba en el piso un segundo año por 350.000 dinares, que le pagaría cuando me hiciera el armario de la cocina y la reparación de las maderas. Además, cambiaría el viejo fogón de cocina y la campana de extracción de humos de hace cincuenta años de común acuerdo, de manera que él pagaría la mano de obra de instalación y los elementos básicos y si yo elegía materiales de mejor calidad la diferencia iría entre ambos al 50%.

He estado esperando meses a que se materializara el acuerdo. Al principio me dijo incluso que pagara yo a alguien que hiciera las obras menores, que él me reintegraba el dinero, cosa que no ha hecho. Finalmente, el día que yo estaba en el médico en Bilbao me llamó al móvil. Al regresar a Argel le devolví la llamada y quedamos en mi casa. Allí se presentó con un supuesto ebanista para tomar medidas del armario. Luego me pidió un adelante sobre la anualidad… de 420.000 dinares. Evidentemente, ni le he dado un solo dinar ni le voy a pagar 420.000 dinares. Según su teoría, el acuerdo consistía en pagarle por anticipado hace nueve meses, no ahora, porque el hecho de que no me hiciera el armario ya lo ha arreglado y no tiene importancia. Y como garantía del segundo año le debería ya entregar un dinero a cuenta.

El 31 de julio me llama para decirme que se presenta en media hora con el falso ebanista, a lo sumo carpintero. Pero no lo hace. Al día siguiente, estando lejos de Argel, me llama de nuevo para ir en ese momento y le autorizo a acceder a la vivienda con su copia de las llaves. Grave error el mío, porque aparentemente el carpintero estuvo solo en el piso e hizo y deshizo como le vino en gana.

Cuando regresé por la noche me encontré un “armario” sustituyendo al anterior. Todo lo que antes yo tenía colocado en las diferentes baldas estaba ahora apilado sobre la mesa y en el fregadero, excepto lo que antes estaba en el suelo, que allí seguía, cubierto de una capa de viruta de madera. Los restos de madera, de serrín, estaban por todas partes; en la terraza había dejado las maderas sobrantes. En definitiva, un guarro que se pensaba que estaba en una obra, no en una vivienda.

Con algún esfuerzo conseguí abrir el armario de madera de contrachapado. Las manillas estaban torcidas y las puertas no encajaban, lo que dificultaba la operación. Dentro se situaban a modo de baldas ocho recortes mal hechos de aglomerado de mala calidad, sujetos con unos ángulos que la no estar colocados a la misma altura hacían bailar cada madera. No obstante, la holgura diferente de cada madera y su estilo de corte sicodélico, con el aglomerado a la vista, le da sin duda un toque entrañable, como del primer armario hecho por un hijo de seis años como trabajo manual para la escuela.

Yo no sé si el propietario de mi casa le ha puesto a un inútil un vídeo de Bricomanía para que viera lo que tenía que hacer, pero está claro que no ha superado la prueba.

Al cabo de casi una semana, por cierto, no ha venido nadie a recoger y limpiar todo lo ensuciado por el carpintero guarro, pese a haber llamado dos veces al propietario del piso y haberle dejado bastantes mensajes.

No he sacado fotos del armario, no he caído en la cuenta. De todas formas, no puedo colgarlas porque no tengo conmigo el cable de conexión de mi cámara de fotos al ordenador. Espero que no se llene la memoria de la cámara antes de recuperar el cable. Y cuando lo haga ya colgaré esa y otras muchas fotos que tengo en la lista de cosas pendientes.

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