viernes, 22 de agosto de 2008

Una playa para ricos

ESTE TEXTO FUE PUBLICADO EL 22 DE AGOSTO DE 2008 EN VIVIR EN ARGEL, ANTES DE QUE EL BLOG FUERA CENSURADO

Los argelinos gustan mucho de contar con prerrogativas. Yo creo que procede de la época marxista de partido único, en el que la pretensión máxima no era cambiar el régimen, sino escalar dentro de él; los que disponían de pasaporte y de los favores del partido vivían extraordinariamente bien mientras otros seguían hundidos en la miseria. Es algo que ocurre con mayor o menor intensidad en todos los regímenes de partido único, que crean un “adictopolio” que garantiza la continuidad del sistema en la desigualdad social. Argelia está aún dentro de la tela de araña del poder creada hace cuarenta años y se mantienen las mismas prerrogativas; los que mandan son los mismos, ciertas familias de militares lo tienen todo y nadie mueve un dedo por acabar con ello. Al contrario, se busca disfrutar de alguna forma de esas prerrogativas, sentirse parte de los beneficiarios del sistema. De la misma forma que la aspiración máxima de los partidos políticos en Argelia es formar parte de la llamada mayoría presidencial, la de muchos ciudadanos es formar parte del grupo de los bien situados.

Todo se consigue o se pretende hacer creer que se consigue gracias a los conocidos y amigos bien situados. No se creen cuando se les explica que para trabajar en la Embajada de España lo que hay que hacer es superar un concurso-oposición transparente, o que los visados no se otorgan en función de los conocidos que se tiene, sino en base a criterios que pueden resultar más menos discutibles, pero en todo caso no discriminatorios.

Aunque el nivel de corrupción pública es bastante elevado, no alcanza los niveles que se quiere hacer creer al extranjero. La mayoría de las mercancías transita por la aduana en condiciones de igualdad. Si los documentos oficiales se acaban obteniendo después de muchas peleas no es porque el funcionario quiera cobrar su mordida, sino por ineficacia y necesidad de demostrar el poder del sello bajo su custodia. Pero no siempre es así y el nivel de corrupción es inaceptable. Peor aún, la aceptación social de la pequeña corruptela es una lacra de muy difícil solución.,

Tengo la impresión de que el hecho de que la gente no esté demasiado en contra de las prerrogativas, que lo que desean no es tanto su abolición como el verse incluidos entre los beneficiarios, forma parte de una mentalidad mucho más compleja. Es un problema de ética y de valores morales. No se considera corrupto al funcionario que tiene un trato especial para su familia, sino que al contrario sería un mal hijo el funcionario que no tratara de forma especial a su padre y le hiciera guardar su turno en una cola, por ejemplo. Suelo contar el caso de las infracciones flagrantes de tráfico, con coches circulando por las cunetas en los embotellamientos. La reacción general no es de rechazo, sino de aprender lo que llaman “una nueva astucia” y hacer lo mismo. Eso es lo que ocurre con la corrupción, que más que combatirla buscan el beneficiarse de ella.

Nosotros no podemos criticar demasiado, forma igualmente parte de nuestra cultura. Desde la edad escolar se aprende a valorar la trampa, la injusticia. Y a aceptarla. Es impensable que en una escuela un niño español que esté copiando con chuleta sea inmediatamente denunciado por sus compañeros, por tramposo, como ocurre en otros países. Se nos enseña que eso es ser mal compañero, cuando en realidad el mal compañero ha sido el que ha intentado saltarse las normas y obtener una calificación inmerecida. Cuando sufrimos un problema con la administración tenemos tendencia a recurrir a conocidos que puedan estar dentro de ese organigrama, convencidos de que el trato recibido será mejor. Eso mismo, elevado a no sé qué potencia, es lo que sucede en Argelia.

Y en eso pensaba cuando me llevaron el otro día a la playa. Yo no me había bañado en una playa argelina desde el año pasado. Y en esta ocasión me llevaron a Moretti, la playa siguiente al hotel Sheraton. Es un recinto custodiado en el que sólo entran residentes y amigos y conocidos de residentes. El problema es que los residentes son gente muy poderosa, ministros, políticos y millonarios, que han recibido gratuitamente, o casi gratuitamente en algún caso, una residencia de lujo del Estado, que se hace cargo del mantenimiento y seguridad de todo el recinto, sin escatimar medios. Y eso incluye una playa. Teniendo en cuenta la saturación de las playas argelinas, que una chica lo tiene difícil para ir y disfrutar de la playa como en Europa, que hay muchos guarros que dejan todo sucio para el día siguiente y en cambio en Moretti hay servicio de limpieza, pero sobre todo que se trata de un lugar preferente, los argelinos hacen todo lo posible por conseguir acudir a la playa de Moretti. También hay peleas por entrar en Club de Pins, que es la otra parte de la playa al este del Hotel Sheraton (era una única playa hasta la reciente construcción del hotel), pero la cercanía de un colector de aguas residuales la hace menos apetecible al baño.

Yo fui con un amigo que tiene a su vez un amigo residente. Lo típico. Y allí, a la entrada, se apilaban frente a la verja de acceso algo así como medio centenar de personas deseosas de entrar y buscando que por la puerta apareciera el residente que les franqueara la entrada. Nosotros tuvimos suerte y en menos de cinco minutos apareció casualmente quien nos iba a permitir el acceso.

Por la playa se paseaban entre los bañistas cuatro críos de unos doce años, vendedores de té y de buñuelos. Yo le pregunté ironicamente a mi acompañante si, dado que se trata de una playa a la que supuestamente sólo acceden familiares y amigos de altos cargos, se trataba de los sobrinos de un jefazo.

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