viernes, 29 de agosto de 2008

Mi biblioteca

Pensaba que este texto, que escribí hace ya tiempo, había sido publicado anteriormente, pero parece que no, porque no lo encuentro en el archivo del blog. Andaba el pobre escondido entre ficheros hasta que lo he recuperado. Mis disculpas si me repito, aunque añado en cada párrafo algunos comentarios sobre el texto original.

Siempre me ha gustado mucho leer. Yo creo que más que el hecho de leer es el de aprender. No soy un gran aficionado a las novelas románticas, prefiero aquéllas otras que me aportan algún conocimiento, sin excederse. La literatura con cierta carga ideológica también me gusta, porque siento debilidad por la aportación de quienes tienen una forma diferente a la mía de ver las cosas. Eso es algo que sorprende a los que me conocen superficialmente y que molesta en ocasiones a aquellos que no creen en las personas sino en las ideas políticas. También es verdad que si alguien te pregunta qué libro estás leyendo en la actualidad queda muy mal decir que “El Manifiesto Comunista” de Karl Marx o “Mein Kopf” de Adolf Hitler. Desde la enorme distancia ideológica con ambos personajes, hubiera disfrutado tremendamente conociéndoles en persona para poder entenderles. Obviamente, no incluye esta especie de admiración los quince últimos años de la repugnante vida de Hitler.

Cuando estudiaba bachiller en el Colegio de los Hermanos Maristas en Bilbao tuve la suerte de que el director fuese un enamorado de la literatura y pusiese a disposición de los alumnos una biblioteca inmensa, con muchos miles de libros. A base de pasar allí muchas horas cada día acabé de ayudante del bibliotecario, el Hermano Timoteo, lo que me daba también acceso a aquella fuente del conocimiento en fines de semana y períodos vacacionales. Entonces adquirí la costumbre de empezar varios libros a la vez. De no hacerlo así era incapaz de dejar uno a medias y las consecuencias eran evidentes si daban las ocho de la mañana, hora de levantarse para ir al colegio, y yo aún estaba leyendo. Aún sigo haciéndolo y en la actualidad mantengo varios libros empezados y sin acabar. Luego lo cuento.

Internet ha revolucionado mis costumbres como lector. Me aficioné muy pronto, allá por 1995, cuando un amigo me habló de un sistema de comunicación que mejoraba lo que hasta entonces era Ibertex. A base de leer y practicar me había convertido unos años antes en todo un experto informático capaz de programar en diferentes lenguajes y modificar programas escribiendo directamente sobre debug de MS-DOS. En ese momento, Internet no daba mucho de si, pero podía acceder a contenidos a base de saltarme protecciones (si era delito ya habrá prescrito…). Si ya le había cogido gusto a la prensa escrita, pronto me aficioné a la electrónica. La página de El País fue mi referencia a finales de los noventa, hasta que quisieron hacerla de pago y me pasé a El Mundo, que sigo utilizando para conocer un par de veces al día si hay noticias interesantes de última hora. Ahora que escribo en soitu (www.soitu.es) tendré que cambiar de hábitos para así saber escribir de acuerdo con el estilo del portal de noticias. La lectura de libros on-line está muy extendida en Argelia, pero no me gusta. Prefiero sentir con mis manos lo que leo e imprimir uno de esos libros va en contra del espíritu con el que se cuelgan en la red.

Hace un año que vine a Argel y en ese momento corté con mis hábitos de lector. Tenía que adaptarme lo más rápidamente posible al país, conocerlo en profundidad. Mi puesto de trabajo se llama “analista de mercado”, que es algo así como ser un cotilla espabilado: tengo que enterarme de todo, procesar inteligentemente lo aprendido y luego saber contarlo. Lógicamente, siendo nuevo, y hasta que no tuviera un conocimiento suficiente de esa realidad, poco podía contar. De ahí que me pasara los primeros meses leyendo todo lo que caía en mis manos y no disfrutara del verano más que en dos salidas a la playa. Y ni siquiera tuve tiempo de terminar de leer los libros que me traje a medio leer. Uno de ellos trataba del Islam, La Roca, de Kanan Makiya, y la pereza de seguir leyendo sobre el mundo islámico en mis ratos de ocio ha hecho que lo haya terminado de leer hace escasamente dos meses. Para quienes deseen conocer mi opinión, no me ha gustado; la ficción a partir de una mezcla de situaciones históricas no suficientemente documentadas con la creación de un personaje le ha dado buen resultado a Juan José Benítez en su Caballo de Troya, pero en este caso más que de un hecho puntual se trata del desarrollo de una vida. Junto a las anécdotas que va desarrollando en un estilo narrativo oriental se encuentran las explicaciones históricas, que se contagian de ese mismo estilo.

Desde el mes de noviembre pasado soy incapaz de leer sin gafas, salvo cuando hay suficiente luz natural. Así, se acabó lo de leer en la cama. Y como me leo cada día (leía, en pasado, hasta que hace diez días) cuatro periódicos argelinos (Le Maghreb, El Moudjahid, El Watan y Liberté, siempre por este orden), además de varias revistas y semanarios, tengo poco tiempo para la literatura de ocio. También es verdad que el principal impedimento para leer es que no me siento a gusto si estoy solo en casa y lo que hago es salir a la calle hasta cerca de la medianoche, cuando no incluso una vez rebasada ésta. Una solución difícil para el nuevo curso era compartir piso con alguien aficionado a la lectura. Y otra más sencilla encontrar una biblioteca que no cierre pronto sus puertas. Tendré que hablar de ello con Susana.

De los libros que me traje conmigo tengo aún sin empezar cuatro de Agata Christie, Doña Berta de Leopoldo Alas, la biografía de Isadora Duncan, dos libros de temática templaria que está tan en boga y un ensayo sobre el uso correcto de la lengua castellana. Posteriormente me he traído algún que otro libro más y he comprado bastantes en Argel, escritos en francés. Forman esta parte de la biblioteca varios libros de Alphonse Daudet, Alexandre Dumas, Albert Camus y Amin Maalouf.

¿Qué estoy leyendo en la actualidad? Poca cosa, la verdad. Uno en francés, Cartas de mi Molino, de Daudet, y tres en castellano: Persépolis de Marjane Satrapi, Peregrinos de las Tinieblas, de Serge Brusolo y otro más que mejor me callo para evitar la hilaridad de mis conocidos.

Persépolis ha sido todo un descubrimiento. Yo no había oído hablar ni del libro ni de la autora hasta hace muy poco. Fue en las Navidades pasadas, en Zaragoza. Acompañé a una amiga al Corte Inglés a realizar unas compras y a la salida estuvo preguntando por él. Me quise enterar, en mi curiosidad habitual, por el contenido y el motivo de su interés. Me contó que se trataba de un cómic de una autora iraní sobre la vida de una mujer en Irán, del que se había hecho una película y que un libro recopilaba todas las ediciones del cómic. Luego, a finales de marzo, me preguntaron en Madrid unas canadienses por la diferencia en el mundo islámico entre la realidad y lo que llega por medio de libros como Persépolis. Y volvieron a explicarme su origen y me enseñaron otro libro de la misma autora, Pollo con Ciruelas, que acababan de comprar. Finalmente, a finales de mayo pasé por Bilbao y asistí a las jornadas CLIBLIK sobre la edición independiente, donde organizaban una jornada completa sobre la autora. Y ahí me compré el libro.

Mi pequeña biblioteca de Argel, que aparece en la primera de las fotos del post, la forman a fecha de hoy 44 volúmenes. De todos ellos, hay uno que acapara casi siempre la atención de mis visitantes: Kama Sutra, de Vatsyayana. De la misma forma que quienes compran libros para fines decorativos hayan suficiente satisfacción independientemente del fin para el que los libros han sido escritos, ésta es una de las mejores compras que he hecho en mi vida. Y nada tiene que ver con la sonrisa pícara que estará esbozando más de uno al suponer equivocadamente el uso que puedo hacer del Kama Sutra.

La satisfacción es sociológica, para la que los visitantes de mi apartamento son mis involuntarias cobayas. Aunque hay títulos objetivamente más interesantes e incluso el libro se haya situado entre el Evangelio del 2008 y un recetario de cocina oriental, consigue ensimismar a mis visitantes que supondrán equivocadamente que en su interior se hallará una guía práctica de cómo conseguir mantener relaciones sexuales en las posturas más inverosímiles. Pero lo más divertido para mí es la forma diferente de acceder al libro de españoles, con curiosidad natural y sin apenas diferencias, y argelinos, cada uno y una de una manera distinta.

No tengo aquí, sino en Bilbao, un libro que recomiendo a quienes hayan estado o quieran estar en Argel: El Siete. La acción se desarrolla en diferentes escenarios y espacios temporales, para venir a converger a Argel. Se trata de una novela, sin más pretensiones, y ningún paraje de los que describe se ajusta estrictamente a la realidad; pero tiene el encanto de resultar creíble con momentos que trasladan al lector a las mejores sensaciones de Argel que guarda en su memoria. La historia se desarrolla alrededor de las vicisitudes de un tablero de ajedrez y de sus fichas en los últimos doscientos años. A quienes se van a incorporar próximamente a trabajar a Argel les recomiendo su lectura previa, que les envolverá en una atmósfera sugerente de esa espiritualidad que sólo se encuentra ya en lugares como Argelia.

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