viernes, 5 de diciembre de 2008

Eso son amigos

Hace unos días, en la noche del viernes al sábado, me robaron el móvil español. Aunque resulte difícil de entender, resultó un golpe psicológico muy fuerte. Por una parte, significaba la pérdida de una buena cantidad de números de teléfono y de mensajes irrecuperables. Tendré que escuchar un montón de veces consejos sobre cómo evitar perder los números o poner más atención frente a los robos, por más que la mayoría sepa que me molesta escuchar ese tipo de comentarios. Por otra, era una decepción más, una nueva demostración de que no se puede creer a ciegas en el ser humano. Me ha pasado ya tantas veces que creo que sería incapaz de hacer un cálculo aproximado. A quienes me digan que debería actuar con más picardía, ser menos confiado, creo que me bastaría en muchas casos por recordarles cómo muchas de nuestras amistades se iniciaron precisamente porque confié allí donde otros jamás lo harían.

Durante la semana yo estaba triste porque acababa de descubrir que un favor que le había hecho recientemente a un amigo sirvió, sin yo saberlo, para cumplir no ya un fin ilícito, sino un objetivo horroroso. Todavía no puedo quitarme de la mente que pude haber actuado de otra forma. Y supongo que eso hizo que el robo me afectara mucho más.

Sé que para la mayoría mi reacción es exagerada e inexplicable. Afortunadamente, no para todos. De entre toda la gente con la que me escribo de alguna forma de un modo habitual, hay cinco que me han contado que padecen, como yo, de episodios o crisis de ansiedad. Y coinciden casi con el grupo de amigos que han sabido entenderme y reaccionar. Me llegó rapidísimamente una primera ayuda en forma de dos llamadas con contenido y con soluciones de un Amigo, así, con mayúsculas, desde tierras vascas. Y otra amiga me fue regalando mensajes de texto que en el fondo lo que vienen a decir es “sabes que me tienes aquí”. Desde tierras extremeñas me llegó otro mensaje muy cariñoso. E incluso una llamada y posterior mensaje desde Francia. U otra llamada generada en Argel pero encargada directamente desde Madrid.

Lo que el jueves era una simple posibilidad, bajar a los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, se convirtió el sábado en un emergencia sanitaria. Y así, con la ayuda de Lourdes y de un montón de saharauis que se portaron de forma excepcional conmigo, pude hacer realidad mi viaje. Y al ver sobre el lugar las condiciones en las que viven esas gentes tuve que cambiar el chip. Me tenía que mostrar alegre y feliz, porque era lo único que les podía aportar en ese momento. Pero de esto trataré otro día.

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