No sabía lo que escribir hoy. Y empecé a pedir consejos a amigos y conocidos. Los que han estado conmigo me han ido contando anécdotas sucedidas en Argelia, que van a ofrecer material suficiente para algún comentario navideño de los prometidos. Otros me han pedido que tratara algún que otro tema de denuncia, cosa que también haré. Y más interesante me pareció la solicitud de saber si el llamado "boxing day" de los británicos se celebra en Argelia.
La pregunta me pilló descolocado. He intentado saber algo más de esa celebración anglosajona, que me contaban que se refiere al día en el que hay que tirar a las basuras las cajas de los regalos, pero parece que en realidad significa la fecha elegida para entregar los aguinaldos navideños. Y la respuesta es muy sencilla: en Argelia existe otra festividad religiosa para ese menester: el Mouloud (pronunciado “mulud”).
Al final ha sido la actualidad la que me ha obligado a cambiar los planes.
Comenté hace unos días cómo iban a ser mis Navidades. Y creo que es de justicia añadir algo. Lo hago, además, aprovechándome de que la persona en cuestión no va a leerlo en unos días, porque estas cosas suelen dar apuro.
Recibí a una amiga en Navidades. Nos conocimos gracias al blog, pero sobre todo gracias a otros amigos comunes e intimamos por circunstancias personales parecidas. Desde el principio me pareció ser alguien que merecía mucho lo pena. A veces me equivoco, pero esta vez no fue así.
Hace unas semanas me pidió pasar las Navidades en Bilbao con mi familia. Puede parecer raro, pero tenemos confianza para eso y mucho más y ya antes era yo mismo quien se lo había ofrecido. Sus circunstancias anímicas y su disposición de días libres cambiaron en las fechas posteriores y sus Navidades en Bilbao se han acabado convirtiendo, para mi pesar, en poco más de cuatro, aunque intensos, días.
Yo he intentado tratarla como hago con mis mejores amigos, queriéndola como si fuéramos hermanos, aunque supongo que he resultado demasiado empalagoso para una persona que gusta de ser independiente. Mis ansiedades recibieron el justo varapalo al segundo día, que confío en haberlo dejado en una simple anécdota.
Con el transcurrir de los dias se produjo algo que yo no esperaba: lo que nació como mi apoyo a una amiga en un momento de necesidad se convertía en la práctica en una lección magistral de un centenar de horas, impartida por ella, de cómo se comportan los grandes amigos. Y si ya tenía un lugar en mi corazón, ha conquistado sin excepción alguna el de todos mis amigos y familiares con su forma de ser. Y el mío se ha hecho más grande, si cabe.
Mi pobre amiga ha vivido las primeras horas de mi paso atrás en mi recuperación de la depresión por la que pasé los últimos meses. Aún es pronto para evaluar si es algo pasajero, de dos o tres días, o tocará pedir consulta con el médico. Yo creo que ha sido su presencia la que me ha mantenido unas jornadas a flote y que la inminencia de la partida hizo aflorar el mal en Nochebuena, reconvertida en madrugada de insomnio y angustia. Todo eso pese a que el cariño de la profunda amistad que me ha mostrado ha sido afortunadamente sustituido, nada más irse de Bilbao en la tarde de ayer, por otro tipo de cariño, el del amor, que ha venido a tratar de rescatarme.
Y en esas estoy en este día de San Esteban, en el que creo que lo mejor era dedicar este post a alguien que se lo ha ganado de largo en sólo cuatro días.
viernes, 26 de diciembre de 2008
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