Resulta difícil sentirse la proximidad de la Navidad en Argel para los que la relacionamos con el frío. Mucho de ello podrían contar los amigos que me leen desde el hemisferio sur, fundamentalmente en Sudamérica, que estarán hartos de ver en el cine un tipo de Navidad totalmente ajeno a su costumbre. En Argelia además, no aparece el efecto consumista, las luces en las calles y los abetos y pinos adornados.
Me encanta vivir la Navidad. Me gusta instalar un Belén, colocar el árbol, adornarlo todo con guirnaldas, visitar puestos de artículos navideños, pasear por las tardes bajo la iluminación especial del Casco Viejo de mi Bilbao natal. Todos los años sigo visitando el Belén del Banco de Vizcaya, hoy BBVA y tomo de la cesta un par de caramelos, porque por edad ya no puedo esperar a que me los den como cuando era pequeño. Disfruto escuchando y cantando villancicos y durante muchos años he podido actuar con el Orfeón San Antón en diferentes lugares ofreciendo conciertos navideños.
Todo cambia estando en Argel. Es cierto que nunca en toda mi vida he pasado la Navidad alejado de mi familia, pero cuando uno llega a casa como el anuncio del turrón El Almendro, apenas para la cena de Nochebuena, el choque frontal con un clima navideño que lleva semanas instalado en el ambiente deja la sensación de estar perdiéndose algo muy bonito.
Por eso, en mi casa de Argel me monto yo mismo mi Adviento, me preparo para la llegada de la Navidad. Ya tengo todos los adornos colocados. Me han ayudado, o más bien me lo han colocado, porque yo no he hecho casi nada, pero ya se respira ambiente navideño en mi casa de Telemly. Sólo de puertas para adentro, eso es cierto, porque los alrededores no tienen nada que ver con las postales de abetos o de montañas nevadas. Yo veo el mar Mediterráneo desde una atalaya de unos sesenta metros de altura y a una distancia de unos cuatrocientos metros, además de los tejados de otros edificios del centro de Argel, Diciembre es un mes que requiere casi todos los días del uso de la calefacción en Argel, pero raramente baja la temperatura de los diez grados centígrados. En cambio, cuando llueve, la ausencia en los alrededores de edificaciones de la altura de mi apartamento hace que me sienta más en alta mar, con las gotas de lluvia golpeando en todas las direcciones, que en una ciudad. Y no sé cómo encuadrar todo eso en la imagen que desde niño me he ido creando de lo que es la Navidad.
También me siguen faltando los villancicos, pero resulta difícil encontrarlos en el mercado local; y sin Internet en casa no me los puedo descargar.
jueves, 11 de diciembre de 2008
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