lunes, 9 de febrero de 2009

Pensamientos viajeros

Estoy en Bilbao, adonde he venido por razones médicas. Me prescribieron seguir tomando medicación y periódicamente he de acudir a que el especialista compruebe que, efectivamente, estoy superando la enfermedad. Es un buen momento para contar intimidades, pensamientos, todo lo que pasa por la cabeza durante un viaje que para quienes viven en Madrid o Barcelona resulta corto, pero para quienes estamos obligados a realizar alguna escala para llegar a nuestro domicilio acaba resultando agotador.

Siempre que viajo hacia España lo hago con muy poco equipaje. En esta ocasión la maleta pesaba nueve kilos, creo que fundamentalmente debidos al propio peso de la maleta, de la bolsa que lleva dentro y el montón de cosas que por pereza no saqué de su interior. Es un fastidio facturar equipaje cuando se viaja a Madrid, porque generalmente transcurre más de una hora desde el aterrizaje hasta que se ve salir el equipaje por la cinta. Son esos retrasos que popularmente achacamos a las compañías aéreas y en realidad se deben a las empresas concesionarias de los servicios del aeropuerto o a las absurdas medidas de seguridad que imponen a los pasajeros para recordar que la paranoia norteamericana es muy contagiosa.

Cuando fui a recoger mi tarjeta de embarque y facturar en el aeropuerto de Argel me llevé en esta ocasión una sorpresa muy agradable. No había aglomeraciones ni colas y para un solo avión, que además fue casi vacío, habían establecido tres mostradores de facturación. Lo habitual si se viaja con Air Algérie es que exista una cola única para los cuatro o cinco vuelos de esa franja horaria y que a los sumo cuatro mostradores estén abiertos, la mitad de ellos quejándose de que el ordenador no funciona, no dispone de tickets de resguardo para las maletas o no consigue que el lector del código de barras del pasaporte realice su trabajo. Tengo ya establecido que el tiempo de cola en facturación, y sólo en facturación, es de cuarenta y cinco minutos cuando se viaja con Air Algérie.

Decía que me recibieron inmediatamente y el empleado de Air Algérie, al ver mi pasaporte, se me puso a hablar en español. Incluso se me excusó por hablar mezclándolo con el italiano ya que, me explicó, su madre es italiana casada con un argelino. La realidad es que este simpático empleado dominaba con fluidez nuestra lengua… y cuatro más. Me sorprendió que mientas me realizaba los trámites me daba conversación en español sobre fútbol europeo y no se equivocó en nada. No es lo normal, estoy ya acostumbrado a que la mitad de las veces no sirva de nada indicar que quiero asiento de pasillo y que la facturación sea hasta destino final cuando, como era el caso, conecto en otro vuelo hasta Bilbao. Y pensaba yo que no somos muchos los hombres que tenemos esa habilidad típicamente femenina de poder leer mientras se ve la tele y enterarse de ambas cosas, o hablar de algo y escribir sobre otra cosa. También pensaba hasta qué punto influye el país de nacimiento en alguien que estará ganando 300 euros al mes y que podría estar trabajando en cualquier otra cosa de haber determinado sus padres que era mejor vivir en Italia, tierra natal de su madre, y no en Argelia, país de su padre.

Tengo que confesar que por fin utilicé los baños del aeropuerto. Algo que había comido me había sentado mal; probablemente la pechuga de pollo a la crema del Lunch de la llamada Placette de Hydra, que no tenía pinta de estar muy fresca. En definitiva, que las tripas me advirtieron de la emergencia y no me quedó más opción que pasar por el aro de un baño público argelino. Y tengo que reconocer que el baño de salidas del aeropuerto internacional de Argel era bastante aceptable y que además no me resultó muy difícil encontrar papel higiénico… en el baño de señoras, porque en el de caballeros no lo había. Mi problema estomacal continuó en las siguientes horas, porque me mareé durante el vuelo y sólo se me pasó tras acudir de nuevo a los servicios.

En la escala realizada en Frankfurt comprobé lo que es invierno y la suerte que tenemos los que vivimos en Argel de gozar de un clima tan agradable. El desembarco no se realizó por un finger, sino que se nos trasladó a la terminal en autobús. Y entre que estaba lloviendo y que en plena pista la policía controlaba que todos los pasajeros entrábamos legalmente en el espacio europeo Schengen, para un pobre emigrante que se ha hecho al calorcito argelino, que no lleva ni jersey ni camiseta interior, aquello resultaba una tortura.

Por desviación profesional me fijé en los precios de los diferentes lugares. En el aeropuerto de Argel todo es muchísimo más caro que en la ciudad. Un croissant cuesta diez céntimos en una panadería y quince en una cafetería; en el aeropuerto creo recordar que noventa céntimos. Un café con leche cuesta unos veinticinco céntimos en la ciudad, pero un euro y medio en el aeropuerto de Argel. Claro que luego llega uno a Frankfurt y un croissant mucho peor (porque los argelinos son muy buenos) le sale por euro y medio, mientras que por un café con leche infinitamente mejor (porque en Argelia suele ser bastante malo y servido con escaso glamour) tiene que desembolsar 3,30 euros mientras se pregunta qué mísera cantidad de ese dinero irá al cafetero colombiano o brasileño, si resulta rentable vender un café solo en Argelia por quince céntimos, después de pagar el servicio de cafetería, el molido y envasado en Argelia, la importación, la comercialización en origen y el tostado, por ir del final al principio en el proceso.

Y, por seguir pensando, le da a uno por escribir este texto, se pregunta qué tiene que ver con la vida en Argelia y al final decide publicarlo, porque se trata de su blog.

3 comentarios:

Niretzat - Para mi dijo...

Hombre... si los viajes desde Argelia, y la historia del aeropuerto, no tiene que ver con Vivir en Argelia, pues apaga vamonos...

Anónimo dijo...

Hola,
Yo también fui al baño del aeropuerto y no me pareció muy diferente a los que tenemos aquí. Sólo que no recuerdo si había papel, tal vez me metí en el de hombres por despiste :-)
Laia

José Antonio dijo...

Hola, Laia.
Mientras no te metieras a fumar, se te perdona.
Un beso.