Ayer comentaba que era el cumpleaños de tres amigos y hoy lo es de Raquel, a quien conocí por este blog.
En realidad no nos conocemos personalmente. He estado con su familia política, su suegra, su cuñada, su sobrina. Hemos hablado por teléfono, por Messenger, por correo. Pero no nos hemos visto nunca.
Desde el principio me encantó de Raquel su decisión en la vida, su generosidad y su impresionante buen humor. Me ha hecho reir más veces de las que ella imagina.
Ahora está llorando. Su padre, un hombre relativamente joven y absolutamente bueno, falleció inesperadamente hace unas semanas. Ella reconoce que estaban muy unidos, que se sentía casi un apéndice de la personalidad de su padre. Y yo lloro por Raquel y con Raquel.
Cuando me contó el fallecimiento de su padre y me confesó que me lo contaba de manera especial me sentí muy halagado, pero a la vez abrumado. ¿Qué he hecho yo para merecer su consideración de amigo privilegiado? Ahí me di un poco más cuenta de que el blog me había superado, que había adquirido una dimensión importante en la vida de otras personas, que mi creación cobraba vida propia y amenazaba con acabar con la mía.
No sé qué decirle. Creo que nadie tiene palabras para consolar a aquél que pierde a un ser querido. Es algo, imagino, que sólo cura el tiempo y de forma parcial. Mientras tanto, sólo se me ocurre escucharle con cariño, a la vez que doy gracias a Dios porque aún puedo gozar de la compañía de mis padres, bien es cierto que en la distancia a la que obliga mi trabajo en Argelia.
No creo que Raquel vaya a leer este comentario de hoy, aunque supongo que lo hará unos días más tarde. Desearle un feliz día de cumpleaños resultaría una ironía muy cruel. Simplemente le deseo que siga sabiendo ser la hija de la que su padre, allá en el Cielo, se sentirá tan orgulloso.
Gracias, Raquel, por tu amistad.
jueves, 5 de febrero de 2009
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