No se me ocurre mejor título para el comentario de hoy que éste, escalón. Porque la jornada de ayer empezó y acabó con escaleras.
Por la mañana decidí repetir experiencia autobusera en la estación de cabecera de la línea 31, la Plaza Audin. Estaba lloviendo. No mucho, lo suficiente para mojar las calles y los peldaños de las escaleras y que se conviertan en pistas resbaladizas para peatones patosos. Recuerdo que el año pasado por estas fechas sufrí un resbalón en el asfalto que me dejó además la muñeca dolorida durante unos días. Ayer tenía poco asfalto, porque el camino más corto desde mi casa son las escaleras que conducen a la rue Mulhouse, junto a la Media Luna Roja. Como el ascensor de mi edificio hace honor a su nombre en sentido estricto, ascensor, que no descensor, la jornada siempre comienza con un ejercicio físico valorado en 158 escalones. Y luego en la calle esperan al menos otros tantos, fórmula que evidencia que no los he contado. No ha sido por alta de voluntad. Ayer inicié la cuenta y la hubiese completado de no interferir lo que un físico explicaría como anulación súbita del coeficiente de rozamiento dinámico, de modo que la componente horizontal de la fuerza ejercida en el punto de contacto del calzado con el escalón se mantiene constante hasta el término de este último, continuando posteriormente en un lanzamiento parabólico hasta el escalón siguiente, donde se repite el proceso. En definitiva, patinazo y caída libre para poner con mi pantalón mi granito de arena en la mejora de la limpieza de las calles de Argel.
No sé si he explicado que mi casa tiene tres salidas fundamentales, todas ellas dotadas de la posibilidad de calle en rampa o de escaleras. Hacia abajo puedo ir hacia la central de Air Algérie y la calle Mulhouse, o por el otro camino hacia la entrada del túnel de la facultad y la sede de la policía judicial. Hacia arriba tengo el Boulevard Krim Belkacem, que todo el mundo llama Telemly, junto a un edificio que no sé lo que es, porque tiene escrito en árabe algo así como “Alurdatun”, si no recuerdo mal. El mejor acceso, el chic, es el superior, pero los que llevan hacia abajo son los que unen a la parte comercial y bonita de la ciudad.
La jornada como tal tiene poco que contar. Que como no tengo cabeza, lo que esta vez me dejé en casa fue el móvil. Pensé toda la jornada que lo había perdido en el resbalón matutino y estaba francamente preocupado, pero no sirve de nada lamentarse y decidí quitármelo de la cabeza. Al llegar a casa por la noche ahí estaba esperándome y mostrando orgulloso una lista de once llamadas perdidas. También podría contar que tras el trabajo dediqué bastante tiempo a tres personas que lo necesitaban, al punto que se me hizo tardísimo. Y de vuelta a casa, además, acabé parado media hora en un control de policía charlando con los que agentes que controlaban el tráfico y compartiendo con ellos la tableta de chocolate que me acababa de comprar. Y como soy ave nocturna, regresé a mi casa pasadas las dos de la mañana, para encontrarme con que el ascensor a esas horas está desconectado y tocaba subir andando los 158 escalones. Y la verdad es que no me cuesta demasiado y hasta lo prefiero eso a tener que bajarlos, que a veces resulta pesadísimo.
Lo que más gracia me hace de mis 158 escalones es que son exactamente el doble de los 79 que tenía en mi casa anterior.
Algún lector se preguntará cuántas horas duermo, cómo lo hago. Me acosté pasadas las tres y media de la mañana y esta mañana del miércoles el despertador ha sonado a las siete menos cuarto. Sí que me ha costado un poco levantarme, se nota en el menor tamaño de este comentario, pero tampoco demasiado. Y ahora, simplemente, bajaré mis 158 escalones, colgar del blog lo que estoy escribiendo y en taxi a trabajar.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
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