domingo, 23 de noviembre de 2008

Ya pasó

Sí, ya pasé el primer fin de semana en Argel. Sabía que se me iba a hacer duro, conozco mi dependencia de otras personas y esperaba exactamente el grado de ayuda recibido. La sorpresa para mí fue el ataque de ansiedad de la tarde-noche del viernes. La misma situación me hizo ver que no estoy completamente recuperado, lo que acentuó aún más los síntomas. Ahora puedo contar que en un momento determinado tuve la calma suficiente para plantearme que podía ser algo pasajero y comprobé que a las 15:50 del domingo tenía un vuelo a Burdeos que en el peor de los casos podría tomar después de explicar en mi trabajo que sigo malo para continuar camino hacia Bilbao y acudir al médico a primera hora del lunes.

Quien ha sufrido ataques de ansiedad entenderá que mi razonamiento era ya todo un éxito, estaba dándome un tiempo a mí mismo sin buscar la acción inmediata de irme al aeropuerto a cualquier precio. En esas circunstancias no racionalizas el valor de tus actos, necesitas que todos y todo esté a tu disposición de forma inmediata y que te saquen de ahí. Sientes palpitaciones, caída de tensión, todo da vueltas, te falta vida. He comprobado que en mi caso mejora si siento una presencia que conserva la calma y me hace sentir como un bebé indefenso al que se va a proteger. Ya sé que quien lo ha sufrido me entiende demasiado bien, mientras que a los demás les parece teatro.

He aprendido a no llamar a ningún compatriota en estas circunstancias. Una persona que ya no está en Argelia se ofreció hace unos meses a ayudarme y lo hizo francamente bien en varias ocasiones. Pero súbitamente, allá por mayo pasado, me acusó de propagar mentiras sobre su persona, algo que no era cierto y que me dolió muchísimo. Como no quiero alimentar ese bulo, me mantengo al margen de quienes sospechan de su certeza. Y recurro a mis conocidos argelinos.

En esta ocasión la ayuda me vino en la distancia. Una persona extraordinaria supo sacarme del pozo con dos simples mensajes de texto a las cinco de la mañana. Le respondí y únicamente le pedí una llamada perdida. Me la hizo y así supe que si algo me pasaba tenía a una persona al otro lado del teléfono. Ese fue el bálsamo para mi tranquilidad y me pude acostar y dormir. No sé cómo agradecerle su exquisita sensibilidad. Yo sólo le he dado lo mismo que a tantos cientos de personas, mi tiempo, mi cariño desinteresado y que supiera que tendría una mano amiga. Lo he hecho tantas veces que lo veo normal, no espero recibir nada. Ese gesto de amor de escucharme y responderme a las cinco y media de la mañana no tiene precio.

Dormí de un tirón, pese a que sigo sin mi edredón y mi almohada. El sábado me despertó la mujer de la limpieza, que venía dispuesta a sacarme del apuro de una casa con suciedad por todas las esquinas. Con todo lo mal que me la habían pintado, la mujer limpió francamente bien todo lo que le indiqué, la cocina, el retrete, el baño y el suelo del salón. Para mi sorpresa, no me hizo falta explicarle dos veces cómo se utiliza una fregona y me dejó todos los armarios y cajones dispuestos para guardar las cosas. Conté también con la ayuda de Omar, que venía supuestamente para comprar un mueble y colocar otro, pero que me sirvió de grandísima ayuda para afrontar esta parte de la instalación en la vivienda y para bromear un poco sobre mis inquietudes integristas.

Más tarde llegó otro amigo mío, Kamel, que permaneció toda la tarde en casa y tomó la iniciativa para ordenar buena parte de lo que aún no tenía un lugar asignado, porque me conoce lo suficiente para saber que sin un empujón puedo quedarme dubitativo hasta la eternidad. Dentro del desorden, la casa empieza a tomar cuerpo.

Al anochecer me quedé solo y opté por conectarme a Internet desde un locutorio. Intenté mantener seis conversaciones a la vez en el Messenger y creo que la mitad de ellos acabaron desesperados con mi tardanza, porque además intentaba leer la prensa española, enviar correos y seguir en vivo la final de la Copa Davis de tenis.

Aun a medio instalar en mi nuevo hogar, pude comprobar por la noche que mi reto de comenzar a preparar el doctorado funciona. Leyendo simplemente la documentación que acababa de encontrar sobre la historia de España en tierras de la actual Argelia entre los siglos XV a XVIII me sentí cautivado y muy a gusto sin más compañía que la de mi ordenador. No me gusta estar solo, vivir solo, pero eso lo hace más llevadero.

Estoy empezando a conocer un poco mi barrio. Como pasa en general en toda Argelia, la gente es campechana, cercana y agradable. Cada vez son más los que me saludan o preguntan cómo me siento en mi nuevo hogar, algunos de ellos sorprendidos de que saliera más o menos vivo del día de la mudanza. En la nueva pizzería de Telemly, justo encima de mi casa, este sábado me enseñaron a preparar la sala blanca de los kebabs. No es mala idea ir aprendiendo un oficio por si bien mal dadas.

1 comentario:

Niretzat - Para mi dijo...

Efectivamente, en un momento punta de ansiedad conseguir racionalizar un elemento y que sirva de camino para acabar racionalizando toda la situación es un gran logro, además de una herramienta tremendamente útil a largo plazo.

Utilízalo cuando te encuentres así.

Anda que si llegas a estar por aquí, nos habríamos tomados 2 litros de Coke Zero a medias, y ahogado las penas... los dos ;)