miércoles, 12 de noviembre de 2008

La pesadilla de la mudanza

Hace unos días viajé a Argel para buscar una nueva vivienda y mudarme. Es algo que ya conté aquí. También narré mis sensaciones del primer día, gris y lluvioso, que me deslizó por la senda del desánimo y reforzó un poco mi estado depresivo.

Lo último que describí es que unas cuantas personas me habían ayudado y que tenía que decidirme entre uno de los buenos pisos que me habían ofrecido.

Al final me decidí por el que yo había descrito en último lugar, un octavo piso con ascensor (inicialmente escribí aquí que sin ascensor, pero rectifico el texto) en un edificio situado en la subida hacia Telemly desde la facultad central. Dispone de salón más tres habitaciones y una formidable terraza, de unos tres metros de ancho, que rodea el apartamento y que ofrece unas vistas increíbles de la bahía de Argel.

Por esa joya he pagado 542.000 dinares por un año. El propietario es un señor argelino majísimo. Nos hemos caído muy bien y me ha ayudado mucho en los primeros trámites de entrada al piso.

El problema llegó con la mudanza. Me vi obligado a realizarla en una única jornada, víspera de mi regreso a España. El individuo de la agencia, que no puedo calificar de señor, se me presentó con un amigo suyo en mi piso anterior a cobrar su comisión de agencia, que es de un mes de alquiler. En Argelia le cobran otro tanto al propietario, de modo que una agencia inmobiliaria, que generalmente carece de cualquier licencia de actividad, se lleva dos mensualidades por no hacer prácticamente nada. Yo estaba embalando mis cosas y simplemente les invité a pasar y tomar un refresco. Cuando el amigo vio mi colección de bebidas alcohólicas se le abrieron los ojos como platos y me pidió un whisky. En Argelia hay mucha gente que no sabe beber y que piensa que cuando te invitan a una bebida te están invitando a una botella. En ciertos ambientes es de mala educación sacar una botella empezada, porque se supone que se abre para terminarla. Pero como este individuo pensó más bien que yo le invitaba a un mueble bar, no le molestó que la botella de whisky estuviera algo empezada; cuando se le acabó se pasó a una de tequila, que no le convenció, y de ahí a abrir otra de ginebra, que tuve que quitarle al cuarto vaso. Todo esto en un espacio de unas dos horas.

La pregunta lógica de cualquier lector es porqué le dejé beber durante dos horas y no lo puse con el segundo trago en la calle. La razón es que me hablaron de que conocían a una empresa de mudanza que trabajaba con ellos y que me haría un precio especial. Le llamaron en mi presencia y le dijeron que era un cliente de la inmobiliaria, que me hiciera el mejor precio. El hombre pidió inicialmente 9.000 dinares, pero ellos le dijeron que me cobrara sólo 2.000, lo que a mí se me antojaba excesivamente barato. Tras una discusión telefónica de unos diez minutos quedamos en que me cobraría 6.000 dinares y que se presentaría a la mañana siguiente con dos empleados a cargar el camión de mudanzas.

Me pasé toda la noche envolviendo detalles, haciendo cajas, recogiendo cosas. A la vez tenía que decidir qué es lo que guardaba en la maleta para el viaje a España y qué usaría al día siguiente. Para alguien desordenado como yo, una locura. Terminé, o más bien renuncié a seguir recogiendo, a las seis y media de la mañana. Y me acosté.

A las ocho de la mañana me llamaron a la puerta. Era el vigilante de coches de mi edificio, para decirme que venía el de la mudanza con los hombres que cargaban las cosas. Y allí que se me metieron en casa a sacar trastos mientras yo me iba a la ducha a despertarme un poco y vestirme.

Al cabo de un rato, cuando ya estaba colaborando con ellos en bajar los paquetes desde mi cuarto piso, comprobé que en la caja de vinos faltaba una botella y que tampoco estaban todos los licores. Pregunté quién había tocado y allí nadie sabía nada. Uno de los empleados con muy malas formas me llamara a la policía si me atrevía a decirles que yo disponía de todo ese alcohol en mi casa. Además, los dos empleados no hacían más que preguntarme si tenía cerveza para beber o si les invitaba a whisky. Y eran las nueve de la mañana.

La furgoneta en la que se iba a realizarla mudanza se llenó con poco más de la mitad de mis enseres y me dijeron si les daba las llaves de la otra casa. Quedé en acompañarles en la furgoneta y luego regresar yo. Como en una furgoneta sólo permiten viajar a tres personas, uno de ellos se quedó en la residencia. Yo pensaba que vendría detrá sen un coche que sería el que me llevara a mí de vuelta, pero ese tercer hombre no llegó a poner los pies en mi nuevo apartamento.

En Argel hay muchas medidas de control policial de furgonetas, para comprobar que no trasladan explosivos, pero tuvimos mucha suerte y no nos pararon ninguna vez. Al llegar descargaron los electrodomésticos y los demás bultos en plena cale, junto a la entrada de un pequeño supermercado que está en los bajos de mi nueva casa. Como la furgoneta estaba estorbando, el de la empresa de mudanza se fue y me dejó con su otro empleado mientras buscaba aparcamiento. En ese intervalo, como los vecinos vieron que llegaba yo con una mudanza, bloquearon el ascensor para que no cargara en él objetos pesados. No tuvieron el detalle de decir que no se introduzcan muebles en el ascensor y que lo utilizara sólo para subir con cosas normales. No. Sin decir nada y sin dar nadie la cara lo bloquearon.

El empleado que se había quedado conmigo me dijo que el no subía a un octavo piso andando, que era mucho. Y no hubo forma de conseguir que subiera con algún bulto pequeño, me dijo que tanto trabajo no le interesaba, que prefería cobrar y marcharse. El del supermercado empezó a protestar por tener todos los enseres cerca de su puerta, en un recinto que considera suyo, y me decía que los moviera yo hacia la entrada del portal. Cuando le pedí ayuda para arrastrar un mueble me respondió que no era su trabajo, de modo que yo hizo otro tanto, explicarle que yo había pagado para que “otros” hicieran ese trabajo y si lo estaba moviendo era para hacerle un favor a él, peor en vista de su actitud, que de ahí no me movía. Entre tanto había asado casi una hora y el de la mudanza no regresaba, mientras su empleado me decía que le dejara marchar, que para él significaba que yo le pagara el trabajo.

Había yo quedado con una amiga, Lilia, en vernos esa tarde y tuve la inmensa fortuna de que se apiadó de mis circunstancias y se acercó hasta el lugar. Yo estaba en plena calle antigua de Argel, rodeado de pequeño y no tan pequeños golfillos de la calle, con mis enseres distribuidos por esa zona de la calle (ni siquiera apilados), el del supermercado protestando y amenazando porque le ocupaba su espacio, el de la mudanza desaparecido y su empleado que decía a todos que trabajaba para mí, pero que yo no quería pagarle. Efectivamente, descubrí que el citado empleado no era tal, sino un delincuente de mi anterior barrio de Ben Aknún que el de la furgoneta había encontrando vagueando cerca de mi casa y le había propuesto trabajar bajando los enseres de un extranjero. Yo estaba de los nervios y la situación podía claramente conmigo. En uno de sus momentos tranquilos, el delincuente me contó que había pasado seis meses en la cárcel en España. Lilia también me contó alguno de sus antecedentes en Argel y cuanto se le cruzaban los cables no dejaba lugar a dudas sobre su peligrosidad. De todas formas, yo no hubiera podido pagarle incluso de haber querido hacerlo, porque había salido de mi casa sin dinero y sin documentación, Llamé al de la agencia inmobiliaria que me dio el teléfono del de la mudanza. Le llamé y me respondió que llegaba enseguida, que tenía un problema. Al cabo de media hora que le llamé de nuevo me contó que estaba detenido por la policía por culpa de los papeles de la furgoneta, pero que acudiría enseguida. Lo cierto es que han pasado bastantes días y no le he vuelto a ver.

Hablé con Omar, el amigo de mi amigo Farid que me había ayudado a buscar piso y me había traído a casa unas cajas. Le expliqué lo que ocurría y que no podía moverme del lugar. Quedó en presentarse en cuanto acabara el trabajo. Pasaban las horas y yo todavía ni había desayunado, vigilando mis cosas en mitad de la calle, como un homeless, rodeado de gente que quería aprovecharse de la situación como buitres. La única que mantenía la calma era Lilia, a la que nunca podré agradecer suficientemente las horas que me dedicó allí, en una calle de Argel rodeados de gente de mala calaña, en esas circunstancias tan difíciles.

Cuando la cosa se puso peor llamé a la policía para denunciar los intentos de agresión del supuesto empleado de mudanzas y en la práctica delincuente habitual. Me pusieron una música y posteriormente en espera por espacio de unos veinte minutos, hasta que me cortaron la llamada porque, aunque parezca increíble, esa es la respuesta que se recibe en Argelia cuando se llama a la policía.

Ya era por la tarde y hablé con Omar, que venía a mi casa. Lo cierto es que se perdió, cada vez que hablaba con él me decía que estaba junto a la Croissant Rouge (Media Luna Roja) que está unos 300 metros debajo de mi calle. Yo estaba ya de los nervios después detona la jornada y no podía ir a buscarle. Le dije incluso que fuera a la policía y que viniera con ellos, pero no llegué a ver a Omar, que al final me dijo que había dado muchas vueltas, estaba muy cansado y se volvía a su casa.

Finalmente consegui hacer reaccionar al de la agencia inmobiliaria y me dijo que se presentaba en unos minutos con gente. Pero el tiempo pasaba y decidí aceptar la oferta de los golfillos del barrio de subir ellos las cosas a mi casa y conseguirme una camioneta para el resto de la mudanza. Cuando ya estábamos aparentemente de acuerdo lo rompieron porque no se fiaban de mi palabra si no les mostraba antes el dinero. De nada sirvió explicarles que no lo tenía encima. En esas llegó el de la inmobiliaria y tras varias discusiones le dije que hiciera lo que creyera más conveniente. Aún tuve que aguantar un intento de asalto del delincuente, que incluso me persiguió hasta mi octava planta para intentar arrojarme por la terraza. La primera parte de la mudanza se resolvió pagando bastante más dinero del inicialmente pactado con una agencia y dejando una segunda parte por hacer.

A partir de las siete de la tarde un segundo grupo de tres muchachos se encargó de completar la mudanza. Estuvieron recogiendo enseres de mi casa hasta bien tarde y luego tocó subirlos a mi nuevo piso… de nuevo a pie porque el ascensor milagrosamente dejó de funcionar a los tres minutos de llegar. Una vecina se me acercó a protestar. Me dijo que habían bloqueado por la mañana el ascensor, como era normal, porque había un nuevo vecino con electrodomésticos, pero que si se seguía aún por la noche le iba a tocar subir y bajar siempre a pie. Y Omar me llamó para decirme que si le dejaba las llaves él se encargaba de todo. Le expliqué que si no había conseguido llegar a mi casa no podía fiarme y que ya lo que tenía que hacer era acabarlo yo.

Los nuevos chicos de la mudanza encontraron una solución en las bolsas de compra de Ikea. Pese a que yo había guardado todo en bolsas y cajas, abrieron todas mis pertenencias dentro de su furgoneta y las fueron echando a las tres bolsas de Ikea, con las que subían a mi piso y las volcaban sobre el sofá, el suelo, o lo que tuviera a mano. Ahí daba igual que se tratara de una botella de aceite (que tuve que retirar de encima del colchón, claro), del mando a distancia del equipo de música, de un libro o de adornos. Todo mezclado y tratado por igual. A las diez de la noche tuve que dejarles solos para recoger en mi casa anterior todo lo que aún no se había trasladado, incluido el alcohol y la charcutería, que los musulmanes prefieren no tocar y yo había separado para respetar sus principios religiosos. Llené mi coche y conduje sin seguro hasta un lugar seguro de Argel donde dejarlo en mi ausencia.

A esas horas no tenía donde dormir. Le llamé a Marta para desahogarme de la enorme presión de la jornada y cuando supo que pensaba buscar alojamiento en un hotel me ofreció dormir en su casa. A la pobre le costó además hacerme alguna llamada, porque me quedé sin saldo en el móvil. Luego, Rafa me llevó hasta allí y quedé por teléfono con los de la mudanza para que cuando acabaran se acercaran a entregarme las llaves y cobrar, Yo estaba ya reventado y creo que si me hubiesen dicho en ese momento que me han desvalijado todos mis enseres me habría dado igual.

A la una y media de la mañana pudo tener las llaves de mi casa. Y como al día siguiente salía hacia el aeropuerto a las siete, quedé con mi nuevo propietario en que echara un vistazo a mi casa por si habían dejado todas las luces encendidas o las cosas tiradas de forma incorrecta. El bueno de Slimane, que así se llama mi casero, me llamó a Madrid para tranquilizarme y desearme una feliz estancia.

Este es un resumen de toda una jornada de pesadilla. Ocurrieron infinidad de historias. Yo entré en una fase de angustia y de ansiedad por la tarde y no tenía a nadie conmigo. El de la inmobiliaria se empeñaba en recoger las lleves del antiguo piso para dárselas al propietario, pero para mí era evidente que lo único que le interesaba era poder mostrar el piso a clientes y cobrar una comisión. Le llamé desesperado a Rafa y el pobre trabajaba aquel día hasta más tarde que nunca. Incluso cuando apareció de noche lo hizo de bastante mal humor, cuando yo necesitaba una dosis extra de comprensión. No pude llamarle a Lilia para agradecerle la cantidad de horas que había pasado conmigo en la calle apoyándome y sirviéndome de intérprete.

En todo el día no pude comer nada. Y apenas bebí un poco. Por la noche, cuando me subían las cosas de la mudanza, vi que entre los productos de limpieza llegaba una tableta de turrón de Alicante, del duro, que había comprado en Madrid para dársela a los expatriados que tuvieran pensado quedarse sin Navidades. Y media tableta de ese turrón fue mi único alimento de todo el día.

He tardado dos semanas en contarlo porque me afectó bastante. Comprobé que en situaciones límite necesito apoyo, no me valgo solo. Tuve la inmensa fortuna de contar con Lilia, pero nadie más pudo socorrerme durante el día.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, ¡cuánto tiempo sin escribirte,!, pero no de leerte. Menudas aventuras y desventuras. Finalmente parece que has conseguido una bonita casa y un ‘casero’ agradable y honrado.

Estoy deseando que te recuperes del todo, ya verás que cuando llegues a Argel en tu nuevo barrio seguro que conoces a gente estupenda y a tus amigos verdaderos, les podrás invitar a tomar algo y a alguna tertulia en tu estupenda terraza con vistas.

Por cierto, al final tu piso tiene ascensor o no. Dices al principio del correo que te has quedado con el piso octavo de la terraza pero sin ascensor, pero luego dices que con la mudanza te bloquearon el ascensor….

Ya me contarás,

Un beso, SILVIA

Anónimo dijo...

Hola, Silvia.

Gracias por descubrir el error. Es un octavo CON ascensor. He rectificado el texto.

En unos pocos días regreso a Argel. Ya lo contaré.

Ayer estuve comiendo y de tertulia vespertina con tus suegros. Yo esperaba que apareciera por allí el príncipito de la casa, pero les tocaba día sin nietos.

Un beso.

Anónimo dijo...

Hola Jose Antonio !

AAY!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
un medico por aqui por favor !

Que te puedo decir ????
despues de leer el tremendo relato de tu mudanza quede estresada y me pedi un turno con el psiquiatra !!!
jajajajajaj,

No puedo creer lo bien que manejan "LA MAQUINA DE IMPEDIR" como decimos aqui, los Argelinos .

Para que van a hacer las cosas faciles???... si es mas divertido hacerlas dificiles !!!!!
Vamos Todavia !!! que lija !!!!
asi no se puede vivir !
No van a progresar nunca en lo personal y como Pais, si no cambian de mentalidad.

Te mando desde aqui toda la fuerza y toda la mejor onda en tu nueva casa !

Un beso
DIANA

Anónimo dijo...

No habría que preocuparse tanto de las mudanzas si es que se dejan en manos de verdaderos profesionales y más aún con las empresas de mudanzas internacionales.

Anónimo dijo...

Nuestras empresas asociadas hacen muchas mudanzas a Argelia y todos los paises del mundo. Conviene contar con ellos para hacer las mudanzas internacionales